Entre pelota y viciosos…


EL ESCRIBIDOR.

Hace una semana fui al estadio. Fui a mirar el partido de Orienre y fue lo mismo. Estaban repartidos en diferentes partes de la tribuna.



Todos tenían dos cosas en común:

1. El olor.
2. Eran pelaus.

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Pero anoche fue peor.

Los vi subir las gradas y se sentaron a mi lado, en la tribuna de general. El camba llegó con su mujer, una gorda que no se calló en todo el partido, claro, tenía a su lado al mejor técnico del mundo que renegaba y daba clases e indicaciones, sobre cómo jugar y como arbitrar.

Que hablar huevadas.
¡ Y nunca se callaron!

Lo más educado que gritaron fue “Hijo de p…” a los árbitros, cuando ni siquiera había empezado el partido y los árbitros calentaban.

Y pa variar.

Llegaron con su perro. Un firulais feísimo que se acomodó junto a los pies del camba, tan chico que al rato, un vende asadito le pisó una pata ocasionando su llanto y ahí nomaj: La gorda lo alzó al tiempo que le decía:

– Ya hijito, ya hijito!
Si eso no era todo…

El camba sacó la bolsa. La asquerosa bolsa verde. Y empezó a meterse hojas en la boca mientras gritaba.
Y ahí estaba yo…

Hombro con hombro en el asiento inmediato, aspirando ese olor nauseabundo que salía de la bolsa.

¡Que desgracia!

Ni donde ir, la tribuna de general estaba repleta. Entonces recordé a los viciosos de antes, los que me hacían toser con el humo de sus puchos. Un vicio molestoso, pero nada repugnante como la coca.

Entonces sucedió…

Golazo de Blooming, entonces el camba emocionado se para, lo festeja a gritos, y de contento le planta un beso en la boca al perro.

– ¿Y a mi no me besás?
-reclamó la gorda.

Entonces se dieron “un pico”, aunque ninguno se enteró que antes del golazo, el perro se lamía los huevos.
Y el camba seguía rumiando como Vaca y el asqueroso olor de la coca me envolvía. Al final acabó el partido, pero quince minutos antes, la gorda, el perro y el coquero se levantaron y se fueron.

Lo último que escuché decir al camba fue:
-“Apúrate que después no hallamos micro”
Creí que fue un alivio, pero nada.

Al salir había mucha gente en el portón, y el olor de los baños era igual o peor que el olor de la coca.
¡Que yeterar de sábado!
Pero eso no era todo.

Conducía a doña Pitty de vuelta a casa, y el olor de la bolsa verde persistía. Entonces me di cuenta, mi camiseta negra, con el escudo del poderoso Real Santa Cruz en el pecho olía a esa porquería verde.

¡La puuuu!
Llegué a lavarla a media noche, con ducha incluida y luego a hacer tutú.

Y ahora pienso:
No creo que vuelva al estadio y pienso que alguien debe normar el consumo de esa cosa en lugares públicos.  Si algún vicioso desea disfrutar su vicio, que lo haga donde nadie lo vea o lo huela…

En fin.

Feliz domingo para todos.

 


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