Mgr. Fernando Berríos Ayala / Politólogo
En las elecciones generales de 2014, el MAS obtuvo 61,3% de los votos, y la segunda fuerza, la alianza Unidad Demócrata (UD), con Samuel Doria Medina como candidato, 24,23%. Sin embargo, en las elecciones municipales y departamentales de inicios de 2015, el MAS logró solamente ganar en dos de las diez capitales, Sucre y Potosí, aunque ganó cinco de las nueve gobernaciones en primera vuelta, Oruro, Potosí, Pando, Cochabamba y Chuquisaca, distintas fuerzas de oposición ganaron en Santa Cruz, La Paz y Tarija. En un apretado balotaje el MAS sumó la gobernación del Beni. En esas elecciones los miembros de UD le arrebataron al MAS dos municipios importantes: la Alcaldía de la populosa ciudad de El Alto, uno de los bastiones de Evo Morales, y la de Cochabamba. De este modo, luego de unas exitosas elecciones generales, el MAS obtuvo solo 41,79% de los votos tomando en cuenta la votación lograda en las nueve gobernaciones. En el plano municipal, recordemos que, en 2015, uno de sus mejores momentos en términos de hegemonía política, el MAS había logrado apenas dos de las diez plazas más importantes.
Las elecciones para alcaldes y gobernadores en Bolivia realizadas el 7 de marzo de 2021 dejaron al menos tres tendencias, más allá de la fragmentación natural de los resultados en este tipo de elecciones: el MAS, como suele ocurrir en las regionales, redujo su votación respecto de las contiendas generales y perdió en las grandes ciudades. Aun así, se mantuvo como el único partido de alcance nacional. Se consolidaron fuerzas de oposición ubicadas en la derecha con poder territorial y el partido de Carlos Mesa, que fue segundo en 2019 y 2020, obtuvo resultados irrelevantes, esas fuerzas de oposición no lograron consolidar una articulación nacional. Y, por último, hubo un rol importante de los candidatos que formaron parte del MAS, sea porque ganaron en algunas ciudades y regiones, o bien porque redujeron la votación del MAS. Las elecciones regionales de 2021 en Bolivia confirmaron al Movimiento al Socialismo como el único partido con base territorial a escala nacional. Por fuera, hubo señales que presagiaban el deterioro que hoy vemos en aquella fuerza política. Santa Cruz se alineó con el conservador Camacho. La ex-titular del senado Eva Copa ganó de manera contundente en El Alto por fuera del MAS. Manfred Reyes Villa en Cochabamba, logro reeditar un liderazgo dormido basado en la figura personal del “bombón”. En La Paz, Iván Arias único sobreviviente del gobierno de Jeanine Añez, se hizo de la representación en la alcaldía políticamente más importante del país.
Las diferentes expresiones de la derecha nacional, desde la centroderecha de Mesa hasta la nueva derecha extrema autonomista del líder cruceño Camacho, habían logrado una unidad de acción contra el MAS en 2019, aquello desato el pánico de Evo Morales que derivó en el fraude electoral, su renuncia y posterior huida. Lo que vino después y durante los convulsos meses de gobierno de Áñez, estaban centrados en los análisis que aseguraban que el 70% de los bolivianos no querían que volviera el MAS (similar a lo que sucede hoy), las urnas en octubre 2020 refutaron esos análisis. La diferencia en estas elecciones 2025 proviene de la fractura del MAS y de las reales posibilidades de unificar el voto entorno a una candidatura mejor visibilizada, de momento la de Samuel Doria Medina.
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En muchas ocasiones, las presiones por democratizar el sistema y una mayor participación ciudadana, contribuyeron a la introducción de las candidaturas desde los gobiernos locales o regionales hacia el gobierno central. Eva Copa, Camacho y Reyes Villa, en teoría, deberían contribuir a regenerar la política. Sin embargo, estas candidaturas despiertan preocupación por varios aspectos negativos vinculadas a una desigualdad en la competencia, una personalización de la política y poca claridad programática.