Jaque boliviano: entre la dignidad y el poder


“Empieza con lo que es correcto en lugar de con lo que es aceptable”, Franz Kafka

Por Sergio J. Pérez Paredes



Fuente: La Razón

Hay frases que no solo sirven para iniciar un texto. Algunas, como la citada de Kafka, funcionan como una brújula moral en medio del caos. En Bolivia, donde lo aceptable ha sido convertido en norma, donde la resignación se ha institucionalizado, y donde los discursos se han divorciado de la verdad, empezar con lo correcto es una elección radical. Porque lo correcto incomoda. Lo correcto no siempre conviene. Lo correcto, muchas veces, no gana elecciones. Pero es lo único que vale la pena defender cuando todo parece perdido.

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Y hoy, a las puertas de las elecciones presidenciales, Bolivia parece estar ahí: al borde de algo. De un giro, de un abismo, de una repetición. Está en una encrucijada. Y aunque la imagen del ajedrez es antigua, sigue siendo poderosa: este país se parece cada vez más a un tablero donde las piezas se mueven sin alma, donde los alfiles han sido vendidos, donde los peones no entienden las jugadas, y donde el rey no representa ya a nadie, salvo a su propia supervivencia. Un país en jaque.

El cansancio de las piezas

Hay un cansancio generalizado. Lo ves en las miradas apagadas de quienes venden en la calle, en el silencio indignado de las víctimas que ya no denuncian porque nadie las escucha, en la sonrisa cínica de los políticos que saben que el sistema los protegerá, pase lo que pase. Lo ves en los jóvenes que no quieren votar, no por apatía, sino por hartazgo. Porque entienden —quizás mejor que nadie— que la democracia boliviana no ha sido rota por los enemigos del pueblo, sino por los supuestos defensores del pueblo. Y lo ves también en las calles que ya no protestan con rabia, sino con resignación.

Bolivia está cansada de sobrevivir. De elegir entre el mal menor y el mal conocido. De alternar entre populismos con uniforme indígena o neoliberalismo con traje occidental. Está cansada de promesas sin alma, de campañas que se burlan de la memoria colectiva, de pactos que traicionan cualquier atisbo de ética. Y ese cansancio no se resuelve con nuevos slogans ni con alianzas de última hora. Se resuelve con verdad, con sinceridad, con un compromiso real por reconstruir el sentido profundo de lo político.

El tablero donde se juega el alma de un país

A veces parece que todo se reduce a nombres: Evo, Camacho, Mesa, Andrónico, Doria Medina. Pero el problema no son los nombres. Es el sistema que los recicla, que los necesita, que los convierte en ídolos o en demonios según la temporada. Es un sistema que no se atreve a pensar más allá del cálculo. Que no permite que emerja lo nuevo porque lo nuevo es peligroso. Porque podría cambiar el juego. Porque podría poner en evidencia que lo viejo ya no funciona.

Y mientras tanto, las verdaderas preguntas siguen sin respuesta: ¿Quién se hará cargo del duelo colectivo que dejó la pandemia? ¿Quién reparará las heridas de 2019 sin usarlas como arma electoral? ¿Quién defenderá la democracia más allá del discurso? ¿Quién devolverá el sentido a la justicia? ¿Quién escuchará a las mujeres que lideran sin ruidos? ¿Quién protegerá a los pueblos indígenas sin convertirlos en mercancía simbólica? ¿Quién se animará a perder una elección con dignidad, antes que ganarla con trampa?

No son preguntas retóricas. Son preguntas urgentes. Porque el país está sangrando. Y no se cura con discursos, se cura con acciones. Con decisiones difíciles. Con renuncias honestas. Con sacrificios personales. Porque a veces lo correcto no se siente como una victoria, sino como una pérdida. Pero es una pérdida que honra, no una que humilla.

El juego de tronos ha comenzado

Y sí, el juego ha comenzado. Se están tejiendo alianzas bajo la mesa. Se están contando votos como quien cuenta monedas. Se están preparando ataques, filtraciones, traiciones. Porque ese es el estilo de la vieja política: jugar con la desesperanza, administrar el caos, gobernar el miedo.

Muchos de los actores actuales ya no tienen nada que ofrecer, salvo su habilidad para negociar. Algunos, que antes se presentaban como la nueva política, ya aprendieron los trucos de la vieja. Otros, que antes gritaban “fraude”, ahora callan frente a los abusos. Y mientras tanto, la verdadera política —la que ocurre en los barrios, en las universidades, en los sindicatos independientes, en los colectivos feministas, en las comunidades campesinas— sigue ocurriendo sin cámaras, sin micrófonos, sin financiamiento. Pero con más verdad que cualquier discurso presidencial.

La batalla por lo correcto

Elegir lo correcto en Bolivia es un acto de rebeldía. Significa denunciar lo inaceptable aunque sea legal. Significa no participar de las farsas disfrazadas de consenso. Significa apostar por la memoria, aunque duela. Significa no votar por quienes han mentido, aunque todos lo hagan. Significa asumir que cambiar el país no empieza con ganar el poder, sino con transformar el sentido del poder.

Kafka tenía razón: lo aceptable es lo fácil. Lo correcto, en cambio, es difícil, es lento, es minoritario. Pero es también lo único que puede devolvernos la dignidad.

Porque no se trata solo de ganar elecciones. Se trata de que el país no pierda su alma. De que las instituciones no se conviertan en cascarones. De que los jóvenes no se conviertan en cínicos. De que la esperanza no se convierta en sarcasmo.

Una democracia que resista la tentación de lo fácil

Estamos ante una oportunidad histórica. Una más. Tal vez la última antes de que el cinismo lo consuma todo. Podemos seguir aceptando lo menos malo. Podemos seguir eligiendo entre variantes de lo mismo. Podemos seguir justificando lo injustificable. O podemos, por fin, decir basta. Basta al miedo como herramienta de control. Basta a la mentira como estrategia de campaña. Basta al caudillismo como forma de gobierno. Basta a la corrupción como sistema.

Pero para eso, hay que empezar con lo correcto. Hay que atreverse a ser minoría. A ser impopulares. A decir cosas que no dan likes. A perder elecciones, si es necesario, pero no perder la coherencia.

El final del juego aún no está escrito

Bolivia no está condenada. Está en pausa. Está esperando. Y en medio del caos, todavía hay signos de vida. Hay movimientos que no se rinden. Hay voces que no se venden. Hay ciudadanos que no transan. Hay jóvenes que no se conforman. Ellos y ellas son las verdaderas piezas que pueden cambiar el tablero. No para ganar poder, sino para recuperar sentido.

El final del juego aún no está escrito. Pero dependerá de cada uno de nosotros. De lo que hagamos con nuestro voto, con nuestra voz, con nuestra dignidad. De si elegimos lo correcto, aunque no convenga. De si nos negamos a ser peones y decidimos ser jugadores. De si entendemos que esta vez, la elección no es solo política. Es moral. Es existencial.

Y como diría Kafka, en este mundo que ha normalizado la mentira, atreverse a decir la verdad ya es un acto revolucionario.

Fuente: La Razón


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