La Bolivia urbana está destruyendo discursos


 

De la misma manera que resultaría una irracionalidad negar la vertiente indígena sobre la que se asienta una parte de la identidad boliviana, resulta un absurdo la negación sistemática de la realidad urbana y mestiza de nuestra construcción social.



La apuesta ideológica y política del MAS que construyó un imaginario ideológico “originario indígena campesino”, así, sin comas que separen las 3 categorías, que generó un triunfo electoral y simbólico, que ya lleva educada a una generación de bolivianos, necesita ser interpretada correctamente para que no se imponga otro falso debate que nos haga perder más tiempo.

El mundo consolidó la vida en ciudades con la Revolución Industrial y generó un cambio de paradigma en la sociedad a través de la máquina, el reloj, la producción en cadena, la organización burocrática, el transporte masivo, la urbanización, el hacinamiento, los servicios públicos, el consumo, la aparición de los sindicatos, las reivindicaciones sociales, la migración campo ciudad por la necesidad de mano de obra industrial y mecanización del agro, y la necesidad de mayor democracia para ofrecer instrumentos de resolución de conflictos.… Bolivia no ingresó a la revolución industrial masiva, se mantuvo en un modo de producción primario, extractivo y marginal y recién la Revolución del 9 de abril de 1952 significó el primer salto cualitativo y cuantitativo de la sociedad. El Censo de 1950 mostraba que el 26 % de la población vivía en ciudades y el 74% en áreas rurales.

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El crecimiento de las ciudades no es un acto discriminatorio contra la población que vive en áreas rurales, es una consecuencia de la economía de escala del proceso mundial y que obliga a tomar consciencia de una realidad que debe estar acompañado de políticas públicas; necesitamos qué, aquello que le corresponde a lo rural, siga cumpliendo su función de manera equilibrada: agua, alimentación, energía y materias primas para apoyar el desarrollo renovable de la vida animal, vegetal, con la utilización responsable de los minerales.

El desconocimiento de esta realidad, y la existencia de un mundo que ya ingresó a la Revolución de la inteligencia y el conocimiento, está generando nuevas rupturas y profundización de las brechas de pobreza y marginación. No se trata de desconocer las realidades culturales, de organización, identidad, cultura y saberes ancestrales que tienen pueblos, que son depositarios de todo ello, es simplemente la exigencia de reconocer una realidad para ajustar los instrumentos que nos permitan sobrevivir. Y esos instrumentos no serán la queja, la derrota o el lamento.

Bolivia tuvo una oportunidad de lograr una transición responsable, digna y eficaz durante los 20 años del denominado proceso de cambio. El despilfarro en el que incurrió (basta revisar los gastos del Fondo Indígena con el aprendizaje del ruso en comunidades del altiplano), produjo una situación irrepetible en recursos económicos, disponibilidad burocrática y voluntad política, todas alineadas y absolutas, en poder de una casta que se farreó la expectativa de la gente. Otra vez, no se trata de desconocer la existencia de una realidad “originaria indígena campesina”, se trata de no perder la oportunidad de acompañar al mundo en la transición que está viviendo y que nos ve por decisión nuestra, como agujero negro del que no estamos pudiendo salir.

Esta vez, exijámoselo a los candidatos, no podemos perder la oportunidad de alcanzar con equilibrio la condición ya no de una Bolivia urbana sino la exigencia de un mundo que vive en ciudades.