Lo justo y necesario: el arte de vivir mejor


 

En un mundo colapsado por el exceso de objetos, información y estímulos, el minimalismo se revela como una filosofía de resistencia. No se trata de una tendencia estética, sino de una brújula ética y cultural que nos invita a repensar el sentido de lo que poseemos, de lo que valoramos y, sobre todo, de lo que estamos dispuestos a dejar ir.



Fuente: Ideas Textuales

Durante los meses más oscuros de la pandemia, muchos miramos nuestras casas con otros ojos. El encierro no solo puso en pausa nuestras rutinas, nos obligó a confrontar nuestra relación con los objetos. Rodeados de cosas, comprendimos de pronto que la mayoría no nos hacía falta. La ausencia no era de bienes, sino de espacio, de ligereza, de claridad. Ahí, en esa experiencia colectiva de saturación y encierro, el minimalismo dejó de ser una etiqueta para volverse una necesidad.

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Minimalismo no es austeridad ni renuncia ciega. Es elegir. Es preguntarse si realmente necesito lo que deseo. Es reenfocar la mirada: del capricho al criterio, del impulso a la conciencia. Desde una perspectiva filosófica, implica recuperar el valor del límite. Lo justo y necesario no es lo mínimo, es lo esencial.

No es casual que los pensadores antiguos, de los estoicos a los ascetas budistas, ya intuyeran esta sabiduría. La libertad consistía en no depender. Para Thoreau, vivir significaba despojarse. En la tradición japonesa, palabras como mottainai y danshari condensan siglos de respeto por los objetos y el orden interior que surge de deshacerse del exceso. En los rituales mayas del sueño, incluso el descanso requería preparación, purificación, espacio vacío.

El consumismo no nos llena, nos hincha. Acumulamos por miedo, por ansiedad, por costumbre. Pero ese “tener más” no se traduce en “vivir mejor”. Al contrario, nos vuelve más frágiles, más endeudados, más estresados. Y no es solo una carga personal, sino ambiental. Cada objeto innecesario tiene un costo ecológico. Cada producto inútil que compramos y desechamos es parte del engranaje de un sistema que devora los recursos del planeta.

Desde esta perspectiva cultural y ética, el minimalismo es mucho más que una moda. Es una forma de resistencia. Resistir al bombardeo publicitario, al mandato del rendimiento, a la ilusión de que somos lo que mostramos. Optar por lo justo y necesario es también una forma de decir basta. Basta de distracciones, de ruido, de compromisos vacíos. Basta de vivir para sostener lo que nos pesa.

Hoy, más que nunca, el minimalismo se proyecta como una filosofía del porvenir. No como escapismo, sino como estrategia de supervivencia y de sentido. Se trata de dejar espacio (físico, mental, emocional) para lo que realmente importa. El tiempo compartido, el silencio fértil, la experiencia presente. El minimalismo, bien entendido, no nos empobrece, nos libera.

Porque al final, como decía la abuela de Petri Luukkainen —el joven director finlandés que lo perdió todo para descubrir lo que necesitaba—: “La vida no está hecha de tus cosas. La vida tienes que sacarla de otro sitio”.

Por Mauricio Jaime Goio.


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