Son tiempos de megalómanos y de sátrapas. Es una enorme temporada de zopilotes que revolotean sobre nuestras cabezas, con sus picos carroñeros acechándonos sin descanso, lo que obliga que vivamos con la cabeza gacha y con el Jesús en la boca.
Trump –en menos de cien días– insultó a sus aliados europeos, le pavimentó el camino de una guerra perdida que tenía Putin en contra de los ucranianos, se ratificó en que Groenlandía será de Estados Unidos –incluso bajo fuerza bélica– y anunció que “modificará” –de ser necesario–, todo lo que esté a su alcance para postularse a un tercer periodo presidencial, lo que es constitucionalmente ilegal, con lo que realizará el primer golpe de Estado en Norteamérica. Su acólito y vicepresidente, que oficia como un verdadero comisario de western, planifica ataques en contra de Hutíes en Yemen en un chat y aprueba las acciones militares tan delicadas, que incluyen muertes, con emojis. Sólo es entendible estos dislates e incompetencias cuando las soberbias son tan descomunales, que los juicios de valor y el sentido común, quedan, literalmente, pulverizados para el riesgo de todo el mundo.
Son las nuevas reglas mafiosas en un nuevo orden mundial.
De hecho, ya lo había estipulado la ex secretaria de Estado estadounidense, Madelein Albright, quien consideraba que Estados Unidos es –y sigue siendo, sin duda alguna– imprescindible en cualquier negociación para la paz mundial, dejado entrever que, sin ellos, la guerra es inevitable. Razón no deja de tener. Y más aún cuando dicho país acumuló tanto poder durante más de 85 años después de la Segunda Guerra Mundial y que ahora una figura tan espeluznante como Trump le está exprimiendo hasta la última gota.
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El escenario está clarísimo. Las normas y los ritos de las organizaciones mafiosas son el nuevo carácter mundial y su objetivo es obvio: repartirse el mundo con las otras dos superpotencias autoritarias: la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping. Frente a este descalabro, queda la duda fundamental de si la Unión Europea podrá defender los valores de un orden liberal internacional. Con una Alemania en puertas de una crisis económica, con el resurgimiento de la extrema derecha y los nacionalismos; con una Meloni fanatizada y una Francia en una crisis racial, social y cultural por una fuerte corriente fundamentalista islámica, Europa se cae a pedazos.
Cabría esperar, pero sólo esperar (en un ojalá naif) que sin Ucrania y sin Europa en la mesa de negociación, es inútil un acuerdo de paz y, por lo tanto, una plausible victoria regalada de Trump hacia Putin.
Europa debe despertar después de una aletargada política progresista que raya en la imbecilidad. Suecia, Noruega y Finlandia son países con índices de violencia inusitadas en toda su historia debido a la política de fronteras abiertas. Todos los días hay asesinatos, robos, violaciones, temor ciudadano. Las culturas radicales están resquebrajando todo y son abusivas en todo sentido. Es francamente pasmoso. Y todo este caos está siendo aprovechado por las derechas extremas. Francia para los franceses. Alemania para los alemanes. Italia para los italianos. Y así la lista es larga y peligrosa.
Europa está en una delicada posición al interior de sus fronteras y su seguridad y soberanías están muy amenazadas por estos mafiosos. Duermen con el enemigo y conviven con su verdugo.
¿Es posible un rearme europeo? ¿Es posible su ruptura del rigor fiscal que mantuvieron durante décadas? Otra mujer –sólo ellas para anticiparse a los peligros de la vida–, Angela Merkel, al reunirse por primera vez con el iniciado Trump en la presidencia, alertó y conminó a los europeos a que asumieran la responsabilidad sobre su destino, porque sabía que estaban en peligro.
¿Podrá Europa mantener vivo el legado de más de 80 años de multilateralismo y de orden liberal y seguir siendo reservorio del derecho y de la libertad ante la brutal fragmentación multipolar y el reparto autoritario e imperial del mundo en áreas de influencia?
Tiempo ya no tienen. Recursos, muy limitados. Acuerdos entre europeos díscolos y enfundados en sus egos, prevén un panorama muy desalentador. Lo que sí queda claro es que sin confianza no hay solidaridad y sin solidaridad se pierde toda posible fuerza disuasiva que está suscrito en el artículo 5 sobre la seguridad colectiva europea y Atlántica.
Son tiempos de mafiosos que en estricto cumplimiento del manual de la cosa nostra, todas las decisiones, desde las domésticas hasta los grandes acuerdos al más alto nivel internacional, dependen de oscuros personajes, arrumbados en sus sillones negros de cuero, encajados en sacos cruzados grises a rayas, con sombreros de media ala, con sus manos en los bolsillos y con el infaltable anillo de oro en el meñique de la mano izquierda.