«Jesús, al irse de allí, vio a un hombre llamado Mateo en su puesto de cobrador de impuestos, y le dijo: ‘Sígueme’. Mateo se levantó y lo siguió». [Mateo 9:9]
«Lo miró con misericordia y lo eligió»… ése fue el lema que Jorge Mario Bergoglio Sívori escogió junto con el nombre de Francisco cuando fue elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en 2013, tomándolo de una homilía de San Beda el Venerable (673-735) donde Mateo el Evangelista (el cobrador de impuestos Leví) describe su propio encuentro con Jesús.
Francisco es parte de una ola de Santos Pontífices que desde fines de la década de los 50 del siglo pasado han reformado estructuras y fundamentos de la Iglesia Universal: San Juan XXIII y Francisco reformando la Misión de la Iglesia —obra en la que también estuvo involucrado San Pablo VI a partir de concluir el Vaticano II—; San Juan Pablo II y el mismo Francisco, decisivos actores en áreas teopolíticas —uno enfrentado a los totalitarismo, el otro a la defensa de los migrantes y el medioambiente— pero todos ellos continuadores del mensaje evangélico de defender a los desfavorecidos y marginados, en el que León XIII tiene su importante espacio enunciando los principios de la Doctrina Social de la Iglesia a través de su encíclica Rerum Novarum (1891).
De su Papado, Francisco pudo haber dicho que no estaba «en un lecho de rosas» —atribuido a Cuauhtémoc, el último tlatoani (o tlahtoāni) mexica, torturado por conquistadores en la parrilla en 1525 como trece siglos antes (258) lo fue San Lorenzo—; ya cuando su proclamación, hubo una alharaca woke (surgida en Argentina pero extendida rápidamente fuera de sus fronteras) de que Bergoglio, en su condición de Provincial de la Compañía de Jesús, había sido un colaborador del llamado Proceso de Reorganización Nacional: la dictadura argentina de 1976 a 1983, el régimen de terror, represión y violación permanente de los derechos humanos, bulo basado en que pretendidamente facilitó la detención y tortura de dos sacerdotes de la Compañía, complicidad que fue desmentida, incluida para ello la defensa que le hizo el Premio Nobel de la Paz y compatriota Adolfo Pérez Esquivel.
Considerado por algunos como “marxista” y por otros como conservador (en el obituario de The New York Times su Pontificado se lo describió como «décadas de liderazgo conservador») según el interés o inclinación de quien lo describiera, yo lo conceptúo un reformador en la misma línea de León XIII, San Juan XXIII y San Pablo VI y un gestor político (ecologista, defensor de la mujer y las desfavorecidos, destacando los migrantes) como San Juan Pablo II, defensor inclaudicable de la libertad.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Hábil comunicador con todos los públicos —su comunicación de frente con los jóvenes fue tan efectiva como la de San Juan Pablo II—, logró un impacto mayúsculo desde el «¡Hagan lío!… ¡[…] quiero que la Iglesia salga a la calle!» en Río de Janeiro el mismo año de su entronización: en su estilo directo porteño y su (podríamos decir) facundia campechana, Francisco dio el paso inaugural de su Misión, que esbozaría en su primera Carta Encíclica —Lumen Fidei (La Luz de la Fe), escrita en colaboración con el Papa Emérito, publicada en 2013, Año de la Fe y de su consagración— que explora la Fe desde la teología católica; teologización que completaría con su cuarta (y última) Encíclica —Dilexit Nos (Él Nos Amó)— enfocada en el amor humano y divino del Sagrado Corazón de Jesús y publicada en el 350 aniversario de su primera manifestación (1673); esta Carta, que en palabras del Santo Padre era para «un mundo que parece haber perdido el corazón», fue publicada en 2024, el 24 de octubre, a menos de cuatro meses de su fallecimiento, lo que me atrevo a decir que la hace —en lato sensu— su testamento de Fe: su Testamento Teológico.
Pero entender sólo su visión teológica —sin olvidar que no era un teólogo de profesión, como Benedicto XVI, sino un teólogo de compasión— es quedarnos limitados en una aproximación a Francisco. Defensor de la Casa Común, nuestra Madre Tierra (sin embargo, la “participación” de la Pachamama en el inicio del Sínodo de la Amazonía en 2019 despertó susceptibilidades de sectores católicos tradicionalistas), desde su Carta Encíclica Laudato Si’ (Alabado seas en dialecto umbro del italiano medieval: la lengua materna de San Francisco de Asís, Mentor del Papa) de 2015 Francisco fue una Voz mayor en el cuidado del medio ambiente, la ecología integral, el desarrollo sostenible y la reflexión sobre la crisis ecológica; con Laudato Si’, homenajearía al Santo de Asís a través del mensaje impostergable de la defensa de todas las criaturas de Dios mientras respetamos Nuestra Casa, recordando que Jesús nos lo advirtió: «Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno» (Juan 17,23). Francisco retomaría estos temas —urgencias muy caras para él— continuaría guiándonos en ese sentido con su Exhortación Apostólica Laudate Deum (Alaben a Dios) en 2023, publicada en la festividad del Santo y en la que señalaba que la degradación ambiental y el cambio climático eran un grave “problema social global” relacionado con la dignidad de la vida humana y “uno de los principales desafíos a los que se enfrenta la comunidad mundial”: un drama que nos daña a todos
La tercera de sus Cartas, Fratelli Tutti (Hermanos Todos), aborda la fraternidad y la amistad social. Simbólicamente firmada por el Santo Padre en la ciudad de Asís, la Casa de San Francisco, en la víspera de su aniversario, en Fratelli Tutti el Papa Francisco exaltó la fraternidad como valor y ordenador de las sociedades —amistad como cohesionador social y, por ende, virtud tal lo adelantó ya Aristóteles en su Ética a Nicómaco y muchos otros pensadores lo reiteraron— y factor ineludible de una armoniosa convivencia mundial.
Menos comentadas —y posiblemente mucho menos conocidas— fueron sus reformas de las finanzas vaticanas. Luego de los escándalos del arzobispo Marcinkus, presidente del Instituto para las Obras de Religión —en realidad del Banco del Vaticano— desde 1971 hasta 1989, por su vinculación con inversiones de alto riesgo junto con el Banco Ambrosiano y la mafia italiana de los que quedó libre por protección de la Santa Sede hasta que en 1990 regresó a su país natal, los EEUU., exento de cargos pero sindicado de fraudulentos manejos financieros que afectaron gravemente al IOR. Esta situación continuó posteriormente y fue parte de los escándalos conocidos como Vatileaks que llevaron a S.S. Benedicto XVI a renunciar ante su imposibilidad personal —física— de solucionarlos o, al menos, frenarlos. La renuncia del Papa Ratzinger abrió la entrada para que el Cónclave de 2013 eligiera a Francisco y éste impusiera la que ha sido una ambiciosa reforma financiera en la Santa Sede basada en la austeridad, la transparencia y el control del gasto con el objetivo de construir una economía más ética, transparente y socialmente responsable para el Vaticano y toda la Iglesia, empeño en el que supuestamente se enfrentó con la Curia por los recortes que decidió como por la búsqueda de financiación externa, terminado su Pontificado en este aspecto con resultados menos ambiciosos de lo que se anticipaban al inicio; tras medidas de transparencia y persecución de hechos de corrupción, la creación de la Secretaría para la Economía, la realización de auditorías internas y externas periódicas, el cierre de cuentas sospechosas —presuntamente vinculadas con la mafia y con dictaduras— y nuevos y rígidos controles sobre inversiones y gastos, la complejidad de la estructura vaticana y las resistencias internas limitaron el alcance de sus reformas de las finanzas de la Santa Sede y han dejado tarea urgida para su sucesor.
Muchos otros temas “filosos” fueron parte de los doce años de su Pontificado: el espacio de la mujer en la Iglesia —“cobarde” para la progresía por no avanzar hasta su ordenación sacerdotal y “atrevido” para conservadores por el espacio que en la misma Iglesia le dio a la mujer—; los divorciados —“corto” para los que esperaban que autorizara su nuevo matrimonio y “antibíblico” con autorizar sus confesiones—; el aborto —“mal” para los que esperaban su permisión y “mal” para los que confiaban en la condena total; la pederastia dentro de la Iglesia —“vacilante” por no denunciar y castigar más (aunque fue muy enérgico e implacable con estos) y “muy osado” por aventar las denunciar y perseguir a los infractores… Similar fue cuando arguyó que la homosexualidad era pecado pero no delito frente homosexuales, con la negación del sacramento de matrimonio igualitario o con su defensa de los migrantes y los desposeídos y su tácita permisividad con regímenes totalitarios y represivos de Nicaragua, Venezuela y Cuba… aunque esto pudiera entenderse en la dicotomía papal: cabeza de la Iglesia Católica a la vez que Jefe de Estado del Vaticano y, como tal, equilibrista en la aplicación de la teopolítica.
La Iglesia ha tenido muchos Papas Santos —de los 266 Papas desde San Pedro hasta Francisco, 83 han sido reconocidos como Santos y nueve como Beatos— pero han sido declarados sólo cuatro Santos y dos Beatos en los 236 años desde la Revolución Francesa y tres de esos Santos y un Beato han sido encumbrados desde los años 60 del siglo pasado: San Juan XXIII, San Pablo VI y San Juan Pablo II y el Beato Juan Pablo I. También la Santa Madre la Iglesia ha tenido ovejas negras y lobos, terribles pecadores como Honorio, que reinó entre 625-638 y fue declarado hereje; Esteban VI y su Sínodo del Terror juzgando al cadáver descompuesto de su antecesor Formosus (891-896) y lanzándolo al Tíber después de amputarle los dedos de la bendición; Juan XII (955-964), el más joven Papa (18 años), corrupto, fornicador e incestuoso; Benedicto IX (1032-1048) quien vendió dos veces el Papado, se casó y fue acusado de crímenes, lujuria y bestialidad (en otro aspecto, fue el instaurador del cónclave y la fumata blanca); Bonifacio VIII (1294-1303) que llevó al fracaso el universalismo pontificio medieval que defendió Santo Tomás de Aquino y combatió Guillermo de Ockham; Urbano VI (1378-1389), culpable del Cisma de Occidente. Pero posiblemente el más conocido por sus pecados fue el disoluto Alejandro VI (1492-1503), corrupto y despiadado, colocó a varios de sus hijos hombres en puestos muy importantes de la Iglesia y su hija Lucrecia ha sido epítome de asesinatos e incestos.
Ya Francisco está frente a Dios y Él lo juzgará santo o pecador (no lo juzgo tal) o lo destinará a las almas en tránsito: ya Dante describió detalladamente los destinos. Para nosotros, fue nuestro hermano pastor: «Miremos con atención, hermanos todos, al buen pastor que para salvar a sus ovejas sostuvo la pasión de la Cruz» (San Francisco de Asís: Admoniciones).