Nadia Beller
En la mitología griega, Sísifo fue condenado por los dioses a empujar eternamente una roca hasta la cima de una montaña, solo para verla rodar una y otra vez al fondo. Su castigo no era simplemente el peso físico de la piedra, sino la absurda repetición de un esfuerzo sin fruto.
Albert Camus, en su célebre ensayo El mito de Sísifo, reinterpretó esta historia como una metáfora de la condición humana: una existencia sin sentido trascendente, que sin embargo puede ser redimida por la conciencia y la rebelión del individuo. La clave no está en la piedra, sino en la lucidez del que la empuja.
Andrónico Rodríguez, en su errática travesía política, parece encarnar esa figura trágica. Se rebeló contra su creador, Evo Morales, y también contra el presidente Luis Arce, con la pretensión de reunificar el MAS y salvarlo del fraccionamiento. Su ambición no era menor: ser el heredero legítimo del instrumento político que gobernó los últimos veinte años de la historia nacional. Pero como Sísifo con los dioses del Olimpo, Andrónico desafió a quienes detentan aún el poder real dentro del MAS, y en especial a quien no lo quiere como sucesor: Evo Morales, que prefiere a Leonardo Loza o a cualquier otro menos a él.
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Su incursión en la candidatura a la presidencia ha sido una repetición casi ritual del fracaso, lo curioso es que ese fracaso es anunciado. Primero se inscribe con el Movimiento Tercer Sistema, pese a advertencias formales —incluso de la copropietaria legal de la sigla— de que su personería jurídica estaba en riesgo.
Le advirtieron por cartas. Le hablaron con franqueza. También ofrecieron otras alternativas. Pero Andrónico eligió el camino más precario. Hoy, con la sigla al borde de la cancelación, retira su candidatura, luego de formalizarla.
¿Aprendió algo? Todo indica que no. Ahora negocia con UCS, una organización partidaria que también acumula denuncias: por falsificación de firmas en estados financieros, por incumplimientos de resoluciones ante el Tribunal Supremo Electoral, por violencia política a una de sus concejales. UCS también enfrenta la posibilidad de pérdida de su personería. La piedra vuelve a rodar, pero Andrónico, fiel a su destino, vuelve a empujarla al abismo.
Empujar una piedra sabiendo que volverá a caer. Así vive Andrónico su periplo político. Como el Sísifo de Camus, condenado a subir la roca una y otra vez. Lo que parece un acto de torpeza, orgullo, y desorientación, tal vez —como en toda tragedia— a estas alturas tiene resignación.
Porque llega un punto en que tanto rodar deja de parecer esfuerzo y empieza a parecer alivio. A estas alturas, sin un partido firme ni una estructura seria, con experiencia política suficiente para evitarle errores, uno se pregunta si eso no es justamente lo que busca: que el destino vuelva a negarle la candidatura y así librarse de cargar con el peso del fracaso.
Decía Carl Jung que lo que no se hace consciente se manifiesta en la vida como destino. Andrónico repite errores que ya no parecen accidentales. La piedra vuelve a caer. Pero tal vez, en el fondo, ya no quiere llegar arriba.