Carmen es la mujer cruceña que cumplió 100 años, justo la mitad de la vida de Bolivia


Con buen humor y rodeada de varias generaciones, doña Carmen revivió sus orígenes
en Concepción y compartió el secreto de una vida plena: amor, unión familiar y gratitud

Guider Arancibia Guillen



Centenaria

 

Fuente: eldeber.com.bo

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La noche del 9 de mayo en el hotel Yotaú, el aire se impregnó de emoción, gratitud y abrazos largos. Rodeada del amor de su extensa familia, Carmen Saucedo Ayllón de Antelo celebró sus 100 años. En medio de sonrisas, lágrimas y recuerdos, la homenajeada sopló la vela cien, no como quien pide un deseo, sino como quien agradece por haberlos cumplido todos.

Carmen no llegó sola al centenario: la acompañaron sus ocho hijos, sus 17 nietos, 15 bisnietos y tres tataranietos. También sus hermanos, algunos sobrinos, y amistades que la han acompañado en su largo camino, desde que nació en San Luis, una comunidad del municipio de Concepción, allá por 1925, el año del centenario de Bolivia.

“Me siento feliz y orgullosa de haber llegado a esta edad, y por eso le doy gracias a Dios”, dijo con voz firme pero dulce, mientras todos la escuchaban atentos, como si el tiempo se detuviera. Pero no era solo un festejo. Era un tributo a la mujer que ha sido sostén, guía y ejemplo para varias generaciones.

En un rincón de la mesa, Néstor, uno de sus hijos, no podía evitar emocionarse al contar que su madre nació el 9 de mayo de 1925, hija de José y Sofía, y parte de una familia numerosa con 12 hermanos, de los cuales aún viven cuatro. “Mi madre sabe lo que es andar a caballo y en carretas. Creció con valores de esfuerzo y humildad”, comentó.

Doña Carmen estudió en un establecimiento cerca de la plaza de Concepción. Su madre, recuerda Néstor, era sastre de trajes para hombres, y su hogar se forjaba entre agujas, telares y el olor del maíz cocido. Hace cinco años, con lucidez admirable, llevó a sus hijos al lugar donde vivió sus primeros años. “Fue hermoso ver ese lugar. Mi mamita es una concepcioneña”, dijo, con el pecho lleno de orgullo.

En la ceremonia, Carmen dejó claro cuál ha sido el motor de su longevidad: comer bien, dormir suficiente, no tener vicios y estar rodeada del amor de la familia. “Los amo mucho”, expresó con ternura. A sus hijos les dedicó unas palabras que calaron profundo: “Quiero decirles que los amo mucho, que los quiero, y les pido que siempre sigan unidos, como hasta ahora. Le pido a Dios que los proteja, que los cuide y que los guíe por un buen camino”.

Más allá de los consejos, doña Carmen fue y es acción. Siempre pendiente de sus hijos, cocinando sus platos favoritos con esmero: sopa tapada, locro carretero, majao, y horneados con maíz que hacían del almuerzo una fiesta familiar. Cada comida, una manera de abrazar con sabor.

Y aunque el tiempo ha pasado, su curiosidad sigue viva. “Cuando la visito, siempre me pregunta cómo estoy, pero lo más asombroso es que le gusta saber todo. Me dice: ‘¿Cómo va la política? ¿Quién va primero en las encuestas?’ Esa es mi mamita”, confesó Néstor, conteniendo las lágrimas.

En el salón, cada instante fue fotografiado. Todos querían conservar un pedacito de esa noche, de esa mujer que a sus 100 años sigue lúcida, conversadora, independiente y llena de amor. “Mi madre comanda la familia”, resumió su hijo. “Cumplir 100 años no es para cualquiera. Ella ya se lleva la flor”.

Y así, entre música, abrazos, lágrimas y aplausos, la familia agradeció a Dios por la vida de doña Carmen. Porque no se celebraban solo cien años. Se celebraba una vida tejida con paciencia, entrega y una fe que nunca envejece.