En un mundo donde mucho de los desechos se transforman en parte del paisaje, una startup chilena convierte las colillas de cigarro en marcos de lentes. El gesto es más que técnico: es una apuesta ética y cultural por cambiar la relación que tenemos con lo que tiramos.
Fuente: https://ideastextuales.com
Hay desechos que no llaman la atención. Quizás por pequeños, por silenciosos, por anodinos. Se disuelven en el paisaje cotidiano, como si no contaminaran. La colilla de cigarro es uno de ellos. Una suerte de residuo invisible que adorna veredas, parques y playas como un elemento más del entorno urbano. Su toxicidad no es ruidosa. No estalla, no hiede, no tiñe. Pero una sola puede contaminar hasta 50 litros de agua dulce. Se calcula que en el mundo se desechan cada día unas18 mil millones. Qué brutal. Es, quizás, el símbolo perfecto del desprecio cotidiano. Una evidencia de cuánto hemos normalizado botar, ensuciar, olvidar.
En ese gesto mínimo, tirar una colilla al suelo sin pensarlo, se condensa buena parte de la relación contemporánea entre humanidad y planeta. El uso y desecho como reflejo automático. La falta de consecuencias visibles como excusa para no actuar. Pero, a veces, el cambio llega desde lo marginal. Desde un rincón improbable. Desde un grupo de jóvenes que, en lugar de inventar otra red social o plataforma de delivery, deciden juntar colillas y devolverles valor.
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La empresa chilena IMEKO no sólo recicla filtros de cigarro. Los transforma. A partir del acetato de celulosa que contienen, desarrollaron un pellet llamado Celion, que sirve como base para fabricar objetos durables: marcos de lentes, reglas, elementos de diseño. El proceso involucra ciencia, ingeniería y creatividad. Pero también una profunda conciencia ética. No basta con reducir el daño ambiental, hay que crear belleza desde la basura. Hacer de lo feo algo útil. Hacer de lo tóxico un nuevo lenguaje.
Lo interesante no es sólo el invento, sino la narrativa que lo sostiene. Porque IMEKO no vende un producto, propone una transformación cultural. Ha instalado miles de contenedores para depositar colillas, firmado convenios con universidades, municipalidades, empresas. No acusa al fumador, lo convoca. No culpa al consumidor, le muestra una vía de participación. Desde su propuesta, la responsabilidad ambiental no se delega al Estado ni se reduce a la buena voluntad individual: es parte del tejido productivo. Es responsabilidad de todos.
Y en ese gesto hay una crítica tácita, pero poderosa, al modelo económico dominante. Un modelo que suele disociar lo rentable de lo ético, lo técnico de lo simbólico. IMEKO demuestra que se puede innovar sin devastar, que se puede emprender sin ignorar el impacto social. Que la empresa privada no tiene por qué ser sinónimo de indiferencia o abuso. Que existe una ética de lo pequeño, una responsabilidad de lo privado que no espera ser legislada para actuar.
Transformar una colilla en un lente no es sólo una metáfora bonita. Es una decisión política. Significa elegir ver lo que otros no ven. Significa tomar el residuo que nadie recoge, lo mínimo, lo que no importa, y declararlo digno. Implica desafiar la cultura de lo descartable, del progreso como acumulación y del éxito como expansión sin freno. IMEKO, desde su esquina aparentemente menor, interpela a un país entero: ¿qué hacemos con lo que desechamos? ¿Qué podríamos hacer si decidiéramos mirar ahí donde nadie quiere mirar?
En el fondo, este emprendimiento propone una nueva relación con el entorno. Una relación que no pase por la culpa ni por la tecnocracia, sino por una noción más profunda de pertenencia. Somos parte de lo que contaminamos, pero también podemos ser parte de su solución. Y en tiempos de discursos grandilocuentes sobre el cambio climático, a veces basta una colilla reciclada para recordarnos que el mundo también puede salvarse por fragmentos.
Por Mauricio Jaime Goio.