Cónclave: Lo que no es sagrado, es secreto


 

 



Cuentan las crónicas del 28 de febrero de 2013 que, alegando motivos relacionados con su avanzada edad y/o el deterioro de su salud, el Sumo Pontífice, Joseph Aloisius Ratzinger, más conocido como Benedicto XVI, renunciaba –por vez primera en más de seiscientos años– al pontificado que le había sido confiado ocho años atrás. Tras sus declaraciones se conoció que, “tras examinar su conciencia ante Dios, llegó a la certeza de que le faltaban las fuerzas necesarias para ejercer el cargo de manera adecuada”. Desde ese momento la duda quedó sembrada ¿Se debía la renuncia a un acto de humildad y responsabilidad con la Iglesia Católica o podía corresponder a razones externas y presiones políticas? Una duda irresoluta, tomando en cuenta que, en el Vaticano, todo lo que no es sagrado, es secreto.

La elección del Santo Padre, Sumo Pontífice o simplemente Papa, es de un simbolismo teológico y eclesiástico significativo para el mundo católico. El obispo de Roma (Papa), es considerado el sucesor del apóstol Pedro, a quien, de acuerdo a la doctrina católica, Jesucristo confió su Iglesia. En tal sentido, el Papa ejerce una autoridad única en línea ininterrumpida de pontífices que se remonta al origen mismo del cristianismo, siendo uno de los pilares sobre los cuales se funda la fe católica, naturaleza misma de una tradición milenaria que fue evolucionando progresivamente hasta llegar a nuestros días.

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El Papa alemán hablaba claro, su pensamiento lineal y sencillo le permitía acercarse a la gente. Fue un transformador, planteando cambios positivos como ser: la apertura a anglicanos y luteranos, el debate con el Islam, la reunión con las víctimas de pederastia y el reconocimiento de este problema por parte del Vaticano. Su ingenua postura respecto a sus colaboradores, jugaron en su contra, en temas como el incidente de Ratisbona o la decisión de levantar la excomunión al obispo que negó el holocausto judío.

Tras la dimisión de Benedicto XVI, lo sucedió Jorge Mario Bergoglio (Argentina), quien adoptó el nombre de Francisco, para su nombramiento. Fue el primer Papa no europeo, asumiendo el pontificado con un rosario de problemas y polémicas que mantenía a la Iglesia Católica en el ojo de la tormenta. Durante su ministerio, se asumieron posturas progresistas que permitieron promover una visión más abierta y compasiva por parte de la iglesia, interviniendo en temas relacionados con migración, medio ambiente e inclusión social, mostrando predisposición para abordar temas relacionados con colectivos LGBT`s, el aborto, entre otros, intentando ser una iglesia menos rígida y más pastoral.

Debido a estas acciones las críticas no dejaron de llover, en opinión de algunos críticos las labores para investigar los abusos sexuales se consideraron insuficientes, también le valieron duras críticas la vinculación con gobiernos totalitarios y regímenes que vulneran los derechos humanos, manteniendo un silencio cómplice.  Las reformas propuestas a la Curia Romana también fueron condenadas, incomodando a algunos grupos de poder dentro del Vaticano y provocando verdadero malestar en los grupos más conservadores.

La muerte del Papa Francisco, abre nuevamente el debate acerca de ¿Quién debe ser el sucesor? La historia de la selección papal es un reflejo de las tensiones que se experimentan en los diferentes ámbitos de poder en el mundo. Una pugna constante entre los ideales puros y de profundidad espiritual, contrapuesta a la realidad política y de intereses de grupo, diversos e inverosímiles; una lucha que encuentra en el cónclave desde el año 1271 (Viterbo, Italia), el procedimiento reglamentado para la elección del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, en espera de que emane “fumata blanca”.

Así, mientras el mundo católico aguarda conocer el nombre del sucesor del Papa Francisco, en otras latitudes del planeta, entre recovecos y entresijos mundanos donde manda el poder mezquino de los caudillos mesiánicos, se desarrollan concilios, cónclaves, conjuras y reuniones que intentan “bloquear” (nunca mejor dicho) el surgimiento de líderes emergentes, nuevos representantes, nuevos candidatos o nuevos representantes de la política.

El empeño de los “sumos caudillos” centralistas y pachamamistas del Tahuantinsuyo que se dan a la tarea de elaborar listas de candidatos a diputados y senadores, basados en el cuoteo, el padrinazgo o compadrazgo, arrojando como resultado una representación parlamentaria que en los últimos cinco lustros da vergüenza. En Bolivia, los “padrastros de la patria” (de oposición u oficialismo) son personajes nefastos que en materia legislativa producen poco y fiscalizan nada, a pesar de que aprueban mucho, sin saber leer ni escribir.

La instrucción del “sumo jefazo populista” que los elige a dedo, obliga a los “representantes parlamentarios” a acatar genuflexos las voluntades derivadas de sus más perversos deseos. Los parlamentarios, orgullosos de su amplia trayectoria política, insisten en que sólo ellos pueden salvar al país, tal como podían haberlo hecho cinco, diez o más años atrás, manteniéndose a las órdenes del partido y del caudillo, antes que del deber y obligación que tienen con los ciudadanos a los que representan.

El desbande de los “representantes parlamentarios” en los últimos meses haciendo la “gran Houdini” como buenos prestidigitadores de la política, les ha permitido ir saltando de una a otra tienda política sin hacer ruido, siendo acogidos como hijos pródigos por los “dueños de los partidos” que no entienden –después de cuarenta años haciendo política– que hay sumas que restan. No aceptan la realidad y mucho menos comprenden que no por ser “más”, tienen la victoria garantizada y mantienen la práctica absurda que ha devaluado el ejercicio político, siendo esta la de rodearse de “monos de ventrílocuo” (parlamentarios), con el único propósito de que amplifiquen su narrativa, sin aportar en lo más mínimo en propuestas y soluciones que permitan superar los graves problemas que tienen a Bolivia al borde del colapso.

Mantengamos firme la esperanza, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra manera de pensar, recuerden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.

 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez