El fin de ciclo del Movimiento Al Socialismo MAS conlleva una crisis económica, judicial, política, ideológica, institucional, pero también marca el fin del sistema de partidos políticos y con ellos el de la representatividad tal como la conocimos.
La democracia representativa se edifica en torno a la idea de que el ciudadano no participa de manera directa de la vida institucional sino a través de sus representantes (parlamentarios y autoridades de distintas instancias ejecutivas electas), por ello, el sistema de partidos políticos deberían representar una ideología, un proyecto político y ser el canal natural de la representación.
Hoy, en Bolivia, la forma partido ha colapsado y con ella la representación política formal con lo que se abre múltiples formas de ejercicio de la política y de ejercicio del poder y del contrapoder.
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En el caso del partido en función de gobierno, el MAS, su crisis se desató por la pugna entre Evo Morales y Luis Arce, fraccionando dicho proyecto, no por razones políticas ni ideológicas, sino por intereses de grupo. El partido deja de ser funcional a intereses sociales, intereses de “clase” para convertirse en un espacio de acceso al gobierno para un grupo político, al que he denominado pandilla, grupo primario, que tiene intereses de beneficio propio.
En su momento, plantee con absoluta claridad que el MAS no comparte ni transfiere en poder dentro del gobierno; si no eres de la fracción de Arce, estas fuera del gobierno. La premonición se cumple no sólo para el evismo, sino para la fracción de Andrónico Rodríguez, que percibe una votación independiente para este grupo de personas y no tiene obstáculo alguno para fraccionarse del lote de Evo Morales.
La división masista no pudo ser detenida ni por los diferentes actores internacionales de la corriente del Socialismo del Siglo XXI.
En la oposición, durante estos 20 años de ciclo masista, no se logró construir un partido político, es decir, un programa con una ideología definida, estructura nacional y cuadros políticos. Pequeños grupos mantuvimos una resistencia y algunas acciones alternativas. La defensa de la marcha del TIPNIS; la defensa del referendo del 21-F; las movilizaciones contra las políticas de criminalización de la protesta social (Código Penal, Ley Nº 1386, DS Nº 5143 y DS Nº 5139); las denuncias de los casos de corrupción como la del Fondo Indígena; las movilizaciones contra la reelección indefinida y contra el sicariato judicial correspondieron a fuerzas políticas pequeñas y a plataformas ciudadanas convergentes en las calles. Un caso emblemático de esta acción política, de resistencia social y no política partidaria, fue la reorganización del Comité Nacional de Defensa de la Democracia CONADE en enero de 2018 y su labor de defensa del voto ciudadano, los derechos humanos y la misma democracia.
En el caso de los partidos políticos que participaron en las elecciones de 2009, 2014, 2020, enarbolaron estrategias fallidas al concursar electoralmente de forma fraccionada y con pequeñas bancadas parlamentarias –como resultado- que terminaron siendo funcionales al gobierno, inoperantes o finalmente divididas y sin materializarse en colectivo político para disputar alternativamente el gobierno.
La fragmentación, expresión de los intereses de grupo, es una fuerza subjetiva que afecta tanto al MAS como a los opositores y marca el devenir de las organizaciones electorales inscritas que conquistaran bancadas parlamentarias medianas y pequeñas, sin tener mayoría ni menos dos tercios en estas elecciones de 2025. El próximo parlamento no tendrá la conformación numérica de una mayoría aplastante para introducir reformas constitucionales o implementar un nuevo modelo económico desde lo normativo en apoyo a un gobierno electo en primera vuelta. Después de una segunda vuelta, pensar en alianzas y pactos políticos, obra de la articulación de intereses de grupos y no de intereses de partidos políticos, es poco probable. El partido político tiene una lógica y una dinámica, mientras que los grupos de interés en el gobierno otra, sino pregúntele a Luis Arce porque no pudo ponerse de acuerdo con el grupo de Evo Morales.
Profundizando esta reflexión, debe quedar claro, que la democracia boliviana representativa, con sus virtudes y sus problemas ha sido un mecanismo de recambio de gobierno respetado desde 1982 hasta 2019, cuando Evo Morales rompe la regla de oro de la democracia al manipular fraudulentamente el voto del ciudadano, así como su habilitación violando un referendo constitucional (21-F) y la Constitución Política del Estado en su artículo 168. El voto ciudadano se depositaba representativamente en los partidos políticos, ahora en 2025 no será así.
La realidad, hoy, es que las candidaturas políticas para las elecciones de 2025 demandan el voto ciudadano no para partidos políticos sino para grupos de intereses y en este contexto, las organizaciones políticas se han conformado con la mayor promiscuidad. Ninguna candidatura es limpia, mucho menos programática ni se basa en postulados políticos e ideológicos delimitados, por lo tanto, la representación entre el ciudadano y el demandante del voto será difusa, sin responsabilidades, sin exigibilidades.
La promiscuidad política actual generará una representatividad política engañosa y probablemente defraudará masivamente al ciudadano que acuda a las urnas.
Así llegamos al fin de ciclo del MAS, donde lo nuevo, lo alternativo, no existe y tendrá que ser construido, ya sea en las calles o en nuevos procesos de organización política y ejercicio democrático.
Finalmente, si alguien me representará políticamente deseo verle la cara y poderle exigir cuentas, pero si no es un partido político con ciertos principios mínimos de convergencia con los míos y si es –por el contrario- un grupo que sólo hará valer sus intereses, entonces entiendo, que deberé buscar otra forma de democracia.