Es profundamente decepcionante observar cómo los líderes políticos de nuestro país siguen desconectados del verdadero sentir del pueblo boliviano. Lo que exigimos los ciudadanos no son discursos vacíos ni luchas de poder, sino líderes comprometidos con el bien común, capaces de anteponer los intereses de la patria a los propios. Los bolivianos queremos certidumbre y, sobre todo, necesitamos esperanza.
Durante décadas, tanto desde la derecha como desde la izquierda, se han desaprovechado oportunidades históricas para mejorar la calidad de vida de nuestra gente. La «miopía estructural» de nuestra clase política ha perpetuado el subdesarrollo, el estancamiento y la desigualdad. No se trata de quedarnos mirando por el retrovisor, sino de aprender del pasado para no repetirlo. La corrupción, el despilfarro y las malas decisiones han sido constantes, y es nuestro deber ciudadano impedir que la historia vuelva a escribirse con los mismos errores.
Pero no todo puede achacarse a la dirigencia. Es momento de asumir que todos compartimos la responsabilidad. Existe una apatía generalizada, una tolerancia silenciosa que nos convierte en cómplices del deterioro nacional. Debemos abandonar la pasividad y tomar un rol activo en la construcción de nuestro destino. Ya no basta con protestar, es tiempo de proponer. Participar cada cinco años en una elección no es suficiente si luego renunciamos al derecho y al deber de exigir resultados y transparencia.
La pregunta clave es: ¿qué podemos hacer como ciudadanos comunes para recuperar la esperanza en un futuro mejor? Una respuesta concreta es activar los mecanismos de participación establecidos en nuestra Constitución. El Control Social, por ejemplo, ¿tiene representantes auténticos? ¿Cumple su función o se ha convertido en una simple herramienta de validación de los gobiernos de turno?
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Los tres poderes del Estado deben responder con responsabilidad a los desafíos del presente. Bolivia no puede seguir siendo gobernada entre cuatro paredes ni con decisiones que favorecen solo a minorías privilegiadas. La crisis que enfrentamos social, económica, política y, sobre todo, moral debe marcar un punto de inflexión.
Sin duda el desafío mayor y urgente es la reforma del Administración de Justicia tan desacreditada en nuestro país. Los últimos sucesos en esa materia han desnudado una vez que no existe un estado de derecho en Bolivia. La inexistente independencia de los poderes del Estado, la intromisión del poder ejecutivo y finalmente la falta de idoneidad e integridad en las altas autoridades del Poder Judicial. Y así una serie de arbitrariedades que demandan la urgente participación ciudadana.
Como han demostrado numerosos estudios sociales, donde hay más participación ciudadana, hay mejores soluciones. Solo una ciudadanía activa, informada y propositiva puede conducirnos hacia el país justo, inclusivo y solidario que todos soñamos. El momento es ahora. La esperanza no puede esperar más.
Para el mundo cristiano católico este «Jubileo 2025 es una gran oportunidad para abrirnos con audacia a compartir la luz de la esperanza que nos trae la fe, especialmente con todos aquellos que, en medio de la insensatez, la inmediatez e incertidumbre en que vivimos, han perdido la capacidad de soñar»
Fernando Crespo Lijeron