Economistas, políticos y comunicadores, han generalizado la opinión que, el problema mayor a enfrentar, es la inflación. Según este relato, el descontrolado gasto del gobierno –que supera sus ingresos por recaudaciones de impuestos, obligaría al Banco Central a “imprimir billetes” y prestarlos al gobierno para que mantenga el ritmo de gasto; el aumento de circulante en la economía, llevaría inexorablemente a una demanda mayor a la oferta, lo que se traduciría en el aumento de precios: ¡inflación!
Con más o menos matices, todos los planes de gobierno adoptan el diagnóstico. A partir de esta premisa, proponen reducir o eliminar el déficit, reduciendo personal y congelando salarios (austeridad), para lo que se independizará el Banco Central, se reformará el sistema tributario, y se fortalecerá el sistema financiero.
Aunque tal grado de consenso en nuestro convulsionado ambiente socio-político sería una señal de esperanza, las malas noticias son que ni el diagnóstico es correcto, ni las soluciones propuestas son las idóneas. Con cargo a sustentarlas técnica y empíricamente, en los ámbitos que corresponda y en futuras entregas, planteo las siguientes proposiciones que invalidan el diagnóstico compartido de déficit ® emisión ® inflación:
- El déficit fiscal es necesario para que el sector privado no financiero (los hogares) invierta, consuma y ahorre (y la economía crezca): las cuentas nacionales determinan que, cuando existe un relativo equilibrio comercial, cada “peso” de déficit, se traduce en igual “peso” de ingreso para el sector privado, lo que estimula el crecimiento de la economía.
- El gasto fiscal deficitario y el crédito bancario al sector privado introducen (crean) mucho más dinero a la economía que el circulante emitido por el Banco Central desde 2015.
- Por lo anterior, el Banco Central no puede controlar la cantidad de dinero en la economía, y no hay causalidad directa entre aumento de la base monetaria y la inflación.
El mensaje es que un déficit no es malo solo por ser déficit, ni que todo aumento de precios se deba a “mucho dinero tras pocos bienes”: el cambio en un precio de referencia (el dólar) podría explicar en gran medida la situación actual.
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En todo caso, centrar la atención en el déficit y en los equilibrios macro, no elimina las causas del estancamiento que mantiene a Bolivia entre las tres economías más pobres de la región: la creciente brecha de capacidad de gasto (consumo) de los hogares que jibariza la demanda agregada interna, desalienta las inversiones para ampliar la oferta, mejorar la productividad y aumentar la demanda por fuerza laboral. Para acortar la historia, la incapacidad estructural de la economía para crear empleo y generar valor, obliga a casi el 90% de la PEA a refugiarse en el cuenta-propismo informal de sobrevivencia, que es el caldo de cultivo para la violencia intra y extrafamiliar, el alcoholismo, la inseguridad ciudadana, la anomia social, etc.
Significa que Bolivia desperdicia su más valioso recurso: la capacidad de trabajo y la creatividad de su gente. Esto no se recupera bajando el déficit, despidiendo empleados, congelando salarios, fortaleciendo al sistema financiero o ajustando el sistema tributario para “equilibrar la macroeconomía”.
Una transformación real de nuestra economía, requiere aumentar el consumo agregado para generar empleo y recuperar el nivel de consumo de los hogares (cayó de 80% del PIB en 1990 a 60% en 2022). Los flujos que alimentan la capacidad de consumo son la inversión, el gasto público y las exportaciones, mientras que el ahorro, los impuestos, y las importaciones drenan recursos a esa capacidad (el consumo de los hogares aporta en ambos sentidos porque, lo que uno gasta, es ingreso para otro).
La inversión privada nacional está en niveles históricos bajos, el gasto público es ciertamente desproporcionado (casi igual al PIB) y dispendioso, y el ingreso por exportaciones se redujo significativamente; en todo caso, la ciudadanía de a pie está mayormente excluida de la distribución del ingreso, a la vez que sus magros ingresos son “drenados” por impuestos que reducen sus recursos disponibles para el consumo.
El ahorro (no gastar), aunque se concentra en pocos, reduce el gasto en consumo. Peor aún, buena parte del consumo se sostiene con deuda: desde 2013, el incremento anual de la cartera (la deuda) es mayor al incremento del PIB de la economía real: el endeudamiento supera la capacidad de pago (otra crisis en ciernes); por intereses y comisiones, el sistema financiero resta hasta 3.500 millones de dólares por año a la capacidad de consumo de los prestatarios; los impuestos (sin IDH) restan otros 5.500 millones de dólares, y la buroparasitocracia cuesta al ciudadano fácilmente 1.000 millones de dólares en tramitología y en los “incentivos”. Las importaciones han pasado de equivaler el 32% del consumo de los hogares en 2005, a casi el 60% en 2023, quitando mercado para la producción nacional.
En resumen, en más de 50 años de concentrarnos en mantener equilibrios macro, hemos perdido miles de empleos productivos al restar miles de millones de dólares a la capacidad de consumo de los hogares: las soluciones “por austeridad” que proponen las tiendas políticas, solo acentuarán los efectos estructurales de la crisis.
Sin embargo, con objetivos y estrategias claras, sería posible reponer a corto plazo –si no de inmediato, más de 10 mil millones de dólares a la capacidad de consumo. Esta mayor demanda agregada potencial, podrían justificar la creación de medio millón de empleos de productividad media (inversión de $20.000 por puesto de trabajo).
Como referencia, el crecimiento de la población incorpora anualmente 125.000 personas al mercado laboral; como no más de 20.000 encuentran empleos dignos, el crecimiento de la economía no extractivista no llega a 2%. Creando (¿reponiendo?) unos 40.000 empleos con la productividad del sector manufacturero formal (38.000 dólares) en 2026, el PIB crecería en 5.5%; si desde 2027 se incrementa anualmente la meta de creación de empleo en 20.000 puestos de trabajo más que el año anterior con la productividad media de América Latina (entre 20.000 y 25.000 dólares), el crecimiento del PIB en 2030 sería del orden del 8%.
Razonando fuera de la caja, hay caminos y es posible superar la crisis, con la enorme ganancia adicional de iniciar la ruptura con el extractivismo. Pero no es tan simple como soplar y hacer botellas: hay que patear el actual tablero. En siguientes entregas por este y otros medios, como aporte a un debate propositivo y abierto para superar la crisis, presentaremos las ideas que INASET ha generado en 40 años de compromiso con el desarrollo productivo boliviano.
Enrique Velazco Reckling, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo