Si pudiera “encargar” un candidato a medida, ¿cómo sería? ¿Cuán cerca está la oferta actual de ese ideal?
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Para empezar, mi candidato debiera ser una persona honesta, formada tanto en la academia como en la práctica política. Un verdadero demócrata, con escuela en la gestión pública y, fundamentalmente, con una base social sólida; que represente a un segmento importante de la sociedad ya sea por su historia de vida, sus ideales o su formación.
Un candidato que asuma a Bolivia tal como es hoy, no como fue. Que preserve la ilusión que animó al cambio de estos años, y también conservar y rescatar lo mejor que heredamos del ayer. Alguien con la fortaleza de reconocer los errores del pasado –reciente y lejano–, y la entereza de aprender la lección de todo lo malo que opacó y traicionó la ilusión de millones de bolivianos: una vida mejor basada en el respeto a la dignidad, la libertad y la solidaridad.
Ojalá fuera alguien que tuviera una experiencia exitosa como gobernante democrático a nivel local –como alcalde o gobernador– o, al menos, una trayectoria en el ámbito legislativo ya sea municipal o, mejor aún, en la Asamblea Nacional.
Me gustaría que entienda que la planificación económica es, en el mejor de los casos, una guía indicativa que refleje una visión de país respaldada por un amplio sector de la ciudadanía, expresada en su intención y potencial de voto popular.
Debiera tener muy claro que el principal problema de Bolivia es la pobreza –no la ideología– y que el segundo desafío más grave es la corrupción, muchas veces consecuencia de un modelo económico centralizado, vertical y basado en la propiedad “pública” estatal.
Debiera también contar con una sólida formación económica y experiencia en el manejo de las finanzas públicas. Y haber superado la idea tradicional de ministro “dueño de la chequera”, para convertirse en un coadyuvante activo de políticas de desarrollo sostenible. Ser, por supuesto, un claro promotor de una economía abierta, orientada al mercado y al comercio internacional.
También debiera tener una visión clara y realista de la política exterior: entender el lugar que Bolivia puede y debe ocupar en la economía mundial; tener una posición informada respecto del problema marítimo y la relación con Chile; y al mismo tiempo, estar alineado con los valores democráticos de Occidente. Asimismo, sería importante que tuviera amplio conocimiento respecto a nuestra relación con Estados Unidos, Europa y Japón, por un lado, y principalmente China, India y Brasil, por el otro. Todo ello basado en una experiencia personal o diplomática con esos países.
Mi candidato ideal no es dueño de su partido, ni espera obediencia ciega de sus seguidores. La verdadera lealtad política no se mide por seguir al caudillo, sino por defender ideales comunes. Bolivia no necesita más jefes vitalicios, sino líderes que puedan dialogar, ceder, consensuar y construir en equipo.
Finalmente –aunque no menos importante–, mi candidato debería tener la capacidad de comunicar sus políticas públicas al ciudadano común, y estar indeclinablemente comprometido con la democracia, la libertad, los derechos humanos y la lucha contra la pobreza.
Y ése también sería el tipo de representante que elegiría para asambleísta, si pudiera hacerlo como ciudadano y elector de manera directa, y no a ciegas mediante listas cerradas impuestas por los candidatos presidenciales.
Pero dado que no puedo “encargar” a ese candidato ideal, tendré que buscar, entre lo que tenemos, a quien más se le asemeje. O, al menos, quien esté dispuesto a construir una candidatura con esos elementos, ya sea en sí mismo o mediante sus candidatos al congreso y su planta ejecutiva.
Y ayudar a reflexionar señalando que la construcción de un buen liderazgo también depende de cada uno de nosotros, de una ciudadanía exigente, activa y vigilante. Si queremos otro tipo de política, no basta con esperar a que llegue: hay que ayudar a formarla, con participación, con debate y con voto responsable y consciente.
Porque lo que Bolivia necesita hoy no es sólo un político con potencia electoral, sino alguien con verdadera capacidad ejecutiva. O una candidatura que, por su composición, reúna ambos aspectos.
Mi candidato ideal no pondría en primer lugar la macroeconomía ni la ideología, sino la pobreza. Y, si fuera posible, debería pertenecer a una nueva generación –en edad y en ideas– para iniciar un nuevo ciclo político e histórico en Bolivia. Es lo que hoy necesita nuestro país.
*Es catedrático; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.