La política boliviana es experta en tragedias que se disfrazan de unidad. Todo empieza con grandes discursos y termina en una disputa por quién se sienta en qué curul. Once partidos discuten, cinco alianzas intentan cohesionarse, y al final todos terminan preguntando: “¿Y mi lugar en la lista dónde está?” Porque, seamos honestos, la unidad no se rompió por ideas ni por principios, sino por egos y listas.
Hoy, el país presencia con desconcierto —y cada vez menos asombro— cómo se esfuma la supuesta “unidad para derrotar al MAS” y emerge la verdadera naturaleza del juego: asegurar espacios, perpetuar influencias, cobrar facturas. La batalla ya no es contra el oficialismo, sino entre los egos de la oposición. El campo de guerra no es el Chapare, sino los comités de alianzas, las oficinas partidarias, las redes sociales y seguramente los grupos de WhatsApp donde se redactan listas como si fueran premios de una rifa.
Y entonces vale la pena preguntar: ¿Quiénes deberían ir al Legislativo en 2025? ¿Qué buscamos en un candidato o candidata a Diputado/Senador? ¿Juventud con ganas o experiencia con mañas? ¿Lealtad ciega a un jefe político o renovación con pensamiento crítico? ¿Queremos representantes que repitan líneas partidarias o que construyan ideas propias? ¿Queremos defensores de una sigla o promotores de soluciones?
Lo cierto es que la Asamblea Legislativa se ha convertido, en demasiados casos, en el retiro dorado de leales obedientes, y no en una plataforma de representación ciudadana. Se prefiere al que no molesta, al que no brilla demasiado, al que sabrá cuándo callar. Se teme al joven que cuestiona, a la mujer que exige, al técnico que argumenta.
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Pero el país no necesita más operadores políticos disfrazados de legisladores. Necesita voces con legitimidad, no simples partidarios políticos. Necesita profesionales que sepan más de leyes, economía, y otros, que de selfies y tiktoks. Necesita senadores que se preparen para el debate, no para el viaje y los gordos viáticos.
La unidad verdadera no consiste en posar juntos en una foto ni en repetir eslóganes comunes. Consiste en tener la madurez de ceder espacios, incorporar talentos ajenos, elegir candidatos que representen a la Bolivia que queremos construir y no solo a la Bolivia que ya fracasó.
De todas las preguntas que hoy debería hacerse la oposición, hay una que parece olvidada: ¿Y si, en vez de negociar puestos, intentamos ganar el país? Porque mientras discuten quién va en la lista, hay millones que están en la fila por unos cuantos litros de gasolina. Mientras se pelean por un curul, el país entero se sienta sobre la incertidumbre. Y mientras los pactos se reducen a cuotas, la ciudadanía se aleja, desconfía y abandona.
Una elección más, once partidos, cinco alianzas… y, hasta ahora, cero vergüenza.
Sebastian Crespo Postigo es Mgs. en Administración y Dirección de Empresas, Economista y exdirector del Comité pro Santa Cruz.