¡Unidos o vencidos!


 

Las crisis no son el resultado de hechos fortuitos e inconexos; por el contrario, son la consecuencia de la acumulación de errores o de situaciones que, desde su inicio, ya se podían identificar como precursoras del desastre.



¿Qué se podía esperar de haber entronizado en la primera magistratura del país a una persona carente de formación básica y proveniente de un sector llamado con eufemismo como “informal”, por no denominarlo con sinceridad como ilegal o delincuencial? A partir de ese hecho esencial, se desgranaron los actos deliberados, previstos y calculados, para destrozar todo vestigio de institucionalidad y ejercer el dominio férreo del poder unívoco sobre lo político, lo económico y lo social.

La sucesión fue más de lo mismo, con el añadido de un dogmatismo trasnochado. Las dos décadas pasadas estuvieron matizadas por un auge económico sin parangón, que permitió el mayor derroche desde el nacimiento de Bolivia, y que fue utilizado para dar la falsa impresión de unas finanzas boyantes, al tiempo que sirvió de distracción para imponer aberraciones cada vez mayores, recibidas con mansedumbre colectiva.

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Poco hay que aumentar, porque es historia compartida y todos hemos vivido esa época, que ha rematado no sólo en la falta de provisión de combustibles o de moneda dura, sino en la apropiación indebida de los ahorros de la población (con un “corralito” que ha confiscado los dólares de la gente y con una rapacidad compulsiva que le ha hincado el diente a los dineros de los jubilados, como ejemplo); con un sistema judicial que hiede a cloaca (salvando honrosas excepciones); con unas organizaciones armadas ineficientes en su función de proteger la integridad nacional (hoy dividida en “republiquetas”) y en darle seguridad a los ciudadanos, en lugar de amedrentarlos; con un parlamento nacional que más se asemeja a un desvencijado y variopinto circo; con un sistema electoral roído por la desconfianza; con una corrupción que es “transversal” (es decir: que afecta a todos los sectores y actividades del país); y todo bajo la batuta de unos mandamases ineptos e inútiles.

Cada uno puede dar su aporte a esta reducida lista. Simplemente añadiré que el peor de sus efectos nocivos ha sido la degradación moral generalizada.

Frente a tan lacerante realidad, nos encontramos inmersos en una vorágine electoral, donde decenas de “iluminados” han visto la ocasión propicia para saltar al ruedo, toreando un taimado, muy peligroso y cerril animal, con la raída capa de supuestos partidos políticos, que no son otra cosa que cascarones vacíos, sin militancia, pero con un avezado sentido del comercio. Acabarán ensartados en la cornamenta de la bestia.

El desfile de “predestinados” es inacabable. Cada cual convencido de su función mesiánica y todos dedicados con el mayor ahínco a denostarse mutuamente, para complacencia de sus verdaderos contrincantes.

Alguien tiene que decir, de una vez por todas, que la unidad no es una alternativa: es la única posibilidad de iniciar un cambio. Dejémonos de vitorear al pretendiente de nuestra preferencia. Esto no es un concurso de belleza, ni siquiera es un certamen de inteligencia; es nuestro destino el que está en juego. Seamos conscientes de que NINGUNO, de forma individual, podrá hacer frente a una estructura diseñada para que gane el caballo del corregidor, sin importar cuál sea el jinete.

Los apasionamientos no hacen otra cosa que alejarnos de la posibilidad del triunfo. Aprendamos de las lecciones recientes: unos estaban confiados en el voto útil y los otros en el voto regional, y no escucharon los llamados a la unión. El resultado: fueron devorados por el monstruo; el uno terminó entre rejas y el otro en el marasmo.

Por supuesto que hay críticas razonables a los postulantes actuales, tanto en lo personal como en cuanto a la gente que los rodea. Si nos ponemos a escarbar, encontraremos materia para criticar a cada uno; incluyendo a los candidatos jurásicos, como se los ha denominado, tanto como a los que se presentan con el rótulo de la renovación y que se consideran “impolutos”. Este es un pueblo pequeño y nos conocemos. Además, aquí lo que no se sabe, se inventa; no existen reparos en crear relatos que mengüen las posibilidades del adversario.

También hay que decir que, desde la perspectiva racional, hay pocas diferencias entre las propuestas serias para enfrentar la álgida situación nacional. Podrían juntarse los programas, de manera que se complementen en beneficio del objetivo principal: ofrecerle e al pueblo boliviano la opción de un mejor futuro.

En el campo de lo práctico, es improbable que, incluso amalgamándolos, se consiga hacer un buen gabinete ministerial. En el deseable caso de que llegaran a conducir al país, es más que previsible que tendrán que enfrentar una inmisericorde oposición.

Por ello, insistamos una vez más: dejen de lado sus presuntas diferencias y demuestren que verdaderamente están en la política por una vocación de servicio y amor a la Patria, y no por intereses mezquinos. Dennos la esperanza de que tendremos una oportunidad de vencer al despotismo y recuperar la libertad.

En suma, la única elección es: ¡UNIDOS O VENCIDOS!