Venecia sobre troncos


Bajo el mármol de sus palacios y la piedra de sus iglesias, Venecia se sostiene sobre un bosque sumergido de millones de troncos. Esta arquitectura enterrada no solo explica su permanencia, sino que interpela al mundo moderno sobre sostenibilidad, memoria y humildad técnica.

Fuente: https://ideastextuales.com



Venecia es la ciudad más visible y más oculta de Europa. Visible por su esplendor flotante, sus góndolas coreografiadas, sus fachadas barrocas que miran al agua como si el mar fuera espejo y escenario. Oculta porque su verdadero milagro está bajo la línea de flotación, donde nadie mira. Un sistema de cimientosde madera, ingenioso y precario, que desde hace más de mil seiscientos años mantiene en pie una ciudad construida, literalmente, sobre el barro.

La historia de Venecia comienza como casi todas las historias italianas: con el miedo. Corría el siglo V y los habitantes del continente huían de las invasiones bárbaras. Las islas pantanosas del Véneto ofrecían algo que no tenía precio: aislamiento. Sobre ellas, los primeros refugiados construyeron casas con maderas traídas desde los Alpes. Al no haber roca firme, hincaron millones de pilotes de alerce, roble y abeto en el lodo. No uno ni diez. Decenas por metro cuadrado, hasta formar una base compacta, una suerte de suelo artificial sobre el cual pudieron levantar piedra, ladrillo, mármol.

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Hoy llamamos a ese sistema una hazaña de ingeniería geotécnica. Pero en su momento no hubo cálculos estructurales ni simulaciones de carga. Solo observación, intuición, y una antigua sabiduría de la naturaleza. Los árboles, sumergidos en agua salada y privados de oxígeno, no se pudren. El barro los envuelve. El agua los protege. La madera, lejos de ser débil, se mineraliza. Con el tiempo, esos troncos enterrados comenzaron a parecerse más a piedra que a fibras orgánicas. Venecia se petrificó desde abajo.

En el subsuelo de la Basílica de San Marcos hay más de 10.000 robles. Bajo el Puente de Rialto, unos 14.000 pilotes lo mantienen suspendido como si fueran raíces. El campanario de la iglesia de Frari se ha hundido 60 centímetros en cinco siglos, lo que equivale a poco más de un milímetro por año. Lo más sorprendente no es que la ciudad se hunda, sino que lo haga con tanta elegancia.

Lo que comienza como una nota de historia se convierte pronto en un manifiesto ecológico. Venecia sobrevivió no por desafiar su entorno, sino por adaptarse a él. Frente a los suelos blandos, inventó la ligereza. Frente a la falta de roca, recurrió a la madera. Frente a la escasez de recursos, protegió sus bosques. Desde el siglo XI, la República instauró una política forestal avanzada. Programas de reforestación, control del uso del roble, prohibiciones para usar maderas nobles como leña. Era una cuestión de Estado. Sin árboles, no habría barcos, ni cimientos, ni ciudad.

Hoy el mundo entero redescubre la madera como material de construcción. Rascacielos de pino laminado surgen en Escandinavia y Canadá como apuestas sustentables. Pero en Venecia no hay nada nuevo bajo el sol: su modernidad estaba sumergida hace siglos. Lo que muchos venden como innovación, allí ya era práctica habitual en la Edad Media.

Sin embargo, todo sistema vivo es frágil. Estudios recientes han demostrado que las bacterias anaeróbicas comienzan a atacar lentamente las fibras de los pilotes. El turismo masivo, los cruceros que remueven el lecho lagunar, el cambio climático y las crecidas estacionales del acqua alta amenazan la estabilidad del ecosistema que mantiene a la ciudad en pie. Venecia no se hunde por el peso de sus piedras, sino por las vibraciones del presente. Por eso se han instalado defensas costosas como el sistema MOSE, por eso se discute si los barcos deberían alejarse, si los visitantes deberían reducirse, si la ciudad puede seguir siendo ciudad o devendrá parque temático flotante.

Pero más allá de los riesgos actuales, hay una enseñanza en este bosque invertido que sostiene a la Serenísima. Una civilización puede ser resistente sin ser violenta con su entorno. Puede construir belleza desde la adaptación, no desde la imposición. Puede levantar palacios sin arrasar montañas.

Venecia no sería Venecia sin su barro, sin sus troncos, sin su vulnerabilidad. Su esplendor no reside en su estabilidad, sino en su equilibrio. No es un prodigio de fortaleza, sino de persistencia. Lo invisible —el tronco, la raíz, la fricción silenciosa con el suelo— es lo que la ha mantenido viva. Y quizás, si aprendemos a mirar más abajo de la superficie, también a nosotros nos sostenga.

Por Mauricio Jaime Goio.