Bolivia en crisis económica, pero La Paz se alista para el Gran Poder


La Entrada del Gran Poder es la más imponente y compleja del calendario cultural paceño donde participan miles de bailarines y músicos con trajes lujosos, coreografías cuidadosamente ensayadas y un aparato logístico enorme. Hoy lo hará en medio de una severa crisis social, económica y política.

 

APG



Fuente: Brújula Digital
Mirna Quezada Siles

 

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Bolivia enfrenta una crisis económica profunda, marcada por la falta de crecimiento; escasez de dólares, gasolina y alimentos y una progresiva informalidad laboral. Sin embargo, en medio de este panorama complejo, en la ciudad de La Paz se prepara una de las celebraciones más suntuosas del país: la Entrada del Gran Poder. Esta festividad, religiosa y popular a la vez, refleja tanto la riqueza de la cultura paceña como las discrepancias entre espiritualidad, ostentación y desigualdad social.

El alcalde de la ciudad, Iván Arias, ha solicitado postergar por unas semanas la Entrada, pero la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder no ha recibido bien el pedido y tomará una decisión al respecto en breve.

En La Paz existen unas 500 fiestas patronales al año, muchas en barrios periféricos. Son eventos comunitarios donde se entrelazan misas, procesiones, danzas folklóricas y recepciones sociales. Se realizan en honor a Cristo, la Virgen María o los santos, estos festejos a menudo generan conflictos como semanas de ensayos que afectan el descanso de los vecinos; uso excesivo del espacio público; consumo desmedido de alcohol; tráfico vehicular colapsado; peleas u otros problemas; ruido extremo y basura por doquier. A menudo, estos excesos son presenciados por niños y ancianos, normalizándose como parte del ambiente festivo.

En ese contexto, la Entrada del Gran Poder es la más imponente y compleja del calendario cultural paceño donde participan miles de bailarines y músicos con trajes lujosos, coreografías cuidadosamente ensayadas y un aparato logístico enorme. Las fraternidades compiten no sólo en fe, sino en despliegue económico. El pasante o “preste”, figura central de la organización, suele gastar decenas de miles de dólares en la festividad, en busca de prestigio social.

Según Américo Gemio, secretario municipal de Culturas, la Entrada del Gran Poder generó en 2024 un movimiento económico de 68 millones de dólares. Para 2025, se espera superar los 70 millones, por lo cual se formulan preguntas incómodas como: ¿parte de los dólares que escasean en el país están invertidos aquí?

Este año, la imagen del Señor del Gran Poder será trasladada en el papamóvil usado por el Papa Francisco en su visita a Bolivia, como símbolo del carácter patrimonial del evento. Además, un delegado de la UNESCO estará presente, en reconocimiento a la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Desde el punto de vista operativo, se desplegarán entre 800 y 850 policías, con apoyo de la FELCV, la FELCC y servicios médicos. El GAMLP movilizará a 387 funcionarios municipales, incluidos efectivos de la Guardia Municipal y personal de emergencias, quienes trabajarán en tareas de seguridad y control con el soporte de 60 cámaras de vigilancia.

Orígenes y evolución 

La historia del Señor del Gran Poder se remonta al siglo XVII, cuando una pintura del Cristo del Gran Poder llegó desde Sevilla, España al Alto Perú. Esta imagen, que muestra a Jesús cargando la cruz con un rostro sereno pero poderoso, fue reinterpretada en La Paz, integrándose a creencias y símbolos andinos.

La antropóloga Ximena Medinaceli, en el libro “Gran Poder de La Paz: Patrimonio de la Humanidad” señala que esta imagen fusionó lo cristiano con lo andino, ganando una dimensión propia. Según el investigador Xavier Albó, en su obra “Religiosidad Popular y Sincretismo en Bolivia” la primera procesión se realizó en 1923 en la zona de Chijini, organizada por vecinos aymaras. En 1939, la Iglesia Católica la reconoció como festividad litúrgica oficial.

La mayor transformación llegó en los años 60, cuando comerciantes y migrantes indígenas formaron fraternidades folklóricas. El antropólogo Andrew Canessa, en “Intimate Indigeneities”, explica que la Entrada se convirtió en un escenario donde convergen religión, identidad y economía. Por su parte, Nico Tassi, en “Cuando el baile mueve montañas”, definió la festividad como una “industria sin chimeneas”, destacando su impacto económico. La UNESCO, al declarar la festividad Patrimonio Cultural Inmaterial en 2019, reconoció su valor como expresión viva de una memoria compleja y colectiva.

Dos imágenes, una devoción

La veneración al Señor Jesús del Gran Poder se manifiesta a través de dos imágenes principales: la pintura original del siglo XVII y la escultura procesional. La pintura, con una historia cargada de misterio y devoción, se conserva en la iglesia del Gran Poder. Originalmente mostraba tres rostros, en alusión a la Trinidad, pero el obispo Augusto Sieffert ordenó su modificación a uno solo por consideraciones doctrinales. Según la tradición oral, los pintores encargados del retoque vivieron episodios sobrenaturales durante su trabajo, lo que reforzó el carácter sagrado de la imagen.

En cuanto a la escultura, su historia es más reciente pero igualmente significativa para la comunidad paceña. La talla del Señor del Gran Poder data de mediados del siglo XX para responder a la necesidad de una imagen procesional que pudiera recorrer las calles durante la Entrada y otras festividades religiosas. Según el libro “Gran Poder de La Paz: Patrimonio de la Humanidad”, la escultura fue encargada por los devotos de la parroquia de Chijini y elaborada por artesanos paceños, inspirándose en la iconografía de la pintura original.

 La Iglesia Católica, entre el apoyo y la crítica

En 1927, poco después del loteamiento de la hacienda Paula Jawira, se fundó la Diablada de Bordadores, uno de los conjuntos más antiguos que participa en la festividad. Ese mismo año, los vecinos de Chijini manifestaron su deseo de contar con una capilla que diera un hogar estable a la imagen del Señor del Gran Poder, que hasta entonces se trasladaba de casa en casa.

Fue entonces que la Junta de Chijini adquirió un terreno en la calle Antonio Gallardo, donde se construyó la primera capilla. Gracias a un préstamo otorgado por el presbítero Elíseo Oblitas, comenzaron las obras en 1928 y la capilla fue finalmente inaugurada en 1932. Este hecho marcó el paso de una devoción itinerante a una institucionalización del culto en el barrio.

Aunque la Iglesia participa en la festividad mediante misas y bendiciones, su postura refleja una tensión creciente entre la fe popular y la comercialización de la devoción. En 2023, el arzobispo Percy Galván pidió recuperar el sentido espiritual de la fiesta y otros sacerdotes, que prefieren mantener en reserva sus nombres expresaron, desde una postura más crítica, su preocupación por la ostentación excesiva y la pérdida del enfoque religioso con el paso de los años.

¿Patrimonio o derroche en tiempos de crisis?

El documento “Fiesta y poder”, de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, ofrece una visión de la festividad, destacando cómo refleja relaciones de poder y movilidad social. La figura del preste representa a nuevas élites económicas en sectores populares, mientras que músicos, bordadores y artesanos forman el núcleo material de la fiesta.

A pesar de su riqueza cultural, el evento plantea actualmente una paradoja porque mientras miles viven en pobreza, la ostentación de trajes, fiestas privadas y derroche de recursos resulta chocante. Muchos bolivianos cuestionan que se gasten miles de dólares en una celebración mientras la canasta familiar es cada vez más inaccesible.

Algunas voces proponen una versión más sobria de la festividad, que conserve el espíritu cultural y devocional, pero sin el lujo descomunal. Parte de los recursos podrían invertirse en becas culturales, infraestructura barrial o apoyo a artistas locales. La identidad no debería medirse en dólares ni en lentejuelas, sino en valores comunitarios y sostenibles.

En una Bolivia golpeada por la escasez, la violencia y crecientes tensiones internas -marcadas por divisiones dentro del propio partido político en el poder- la fastuosa Entrada del Gran Poder parece desafiar toda lógica económica. La celebración deslumbra por su lujo, su despliegue organizativo y su simbolismo, pero también revela una desconexión con la dura realidad que vive gran parte de la población.

El verdadero reto será mantener viva la festividad sin perder de vista su raíz religiosa, su espíritu de humildad y el anhelo de tranquilidad.

Mirna Quezada es comunicadora social.