El programa de gobierno del partido Libre, liderado por Tuto Quiroga, se proclama ajeno a toda ideología: ni de izquierda ni de derecha. Sin embargo, más que reflejar un pragmatismo estratégico, representa una forma burda de oportunismo ideológico: se apropia de causas socialmente populares —justicia social, equidad, derechos, inclusión— sin asumir el costo político de reconocerse dentro de un marco doctrinal coherente. No es un proyecto liberal, ni conservador, y mucho menos libertario. En términos técnicos, se trata de una propuesta de socialdemocracia encubierta que reconfigura el rol del Estado bajo un discurso modernizador, pero conserva la arquitectura centralizada del poder, propia de los modelos asistencialistas progresistas.
Una de sus propuestas más cuestionables es la denominada “propiedad popular” para las empresas estatales. Bajo una estética participativa, se perpetúa la lógica del Estado empresario. Convertir a los ciudadanos en “accionistas” de empresas públicas —con acciones intransferibles y voto sin poder decisorio— no es democratización, sino una simulación de inclusión, donde se distribuyen ingresos como subsidio, sin ceder el control real. Se delega una ficción de propiedad sin renunciar al poder estatal. Es un modelo simbólico, similar al capitalismo autoritario chino, donde la propiedad se reparte nominalmente pero se administra desde un núcleo estatal que jamás pierde el mando.
Un liberal, en sentido clásico o contemporáneo, cree en el mercado, la propiedad privada efectiva, la competencia y la libertad de elección. Esta propuesta de “propiedad popular”:
• Impide la libre transferencia de acciones, lo que contradice los principios del mercado de capitales.
• Niega la competencia: no promueve privatizaciones ni apertura de mercados.
• Refuerza el monopolio estatal: el Estado sigue decidiendo todo.
• Genera dependencia del ciudadano respecto al Estado para recibir utilidades.
No hay libertad de mercado ni descentralización real.
El mismo patrón se repite en su enfoque sobre género, familia y cuidados. El programa plantea políticas de corresponsabilidad parental, extensión de licencias, redes públicas de cuidado e incentivos tributarios para empresas “inclusivas”, todo coordinado desde múltiples ministerios. Lo que se presenta como neutralidad técnica es, en realidad, el fortalecimiento de un Estado pedagógico con rol tutelar, que busca transformar prácticas sociales y privadas mediante la regulación moral y económica. Este tipo de intervención estructural, que redefine los vínculos familiares y laborales desde el aparato estatal, pertenece al repertorio clásico de la socialdemocracia europea de posguerra. No hay neutralidad: hay ingeniería cultural financiada con presupuesto público.
En lo económico, las contradicciones son aún más evidentes. El programa insiste en subsidios al empleo joven, créditos para cooperativas, transferencias condicionadas y políticas de empleabilidad diseñadas desde el Estado. Todo ello configura un patrón claramente keynesiano: intervención estatal en el mercado laboral, estímulo de la demanda agregada mediante subsidios y una convicción implícita de que el Estado puede y debe actuar como árbitro del equilibrio productivo. Sin embargo, en los foros, medios y discursos militantes, los voceros de Libre denuncian ese tipo de estructuras como resabios del socialismo del siglo XXI. El divorcio entre la retórica y el contenido programático es flagrante.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Y aun si uno decidiera tolerar esa incoherencia, lo que encuentra al leer con más atención es una superficialidad decepcionante. Incluso en temas donde se esperaría rigor técnico, el programa es vago. En la sección dedicada a la niñez, por ejemplo, se habla de garantizar derechos, pero no se detalla ninguno. Se propone endurecer penas para delitos contra menores, sin especificar cuáles: ¿violencia psicológica? ¿abuso sexual? ¿explotación laboral? Nada se menciona. El tratamiento es genérico, simbólico, sin voluntad diagnóstica ni política. Se da por hecho que enunciar un problema equivale a solucionarlo.
La mayor paradoja es que este programa emana de una fuerza que se presenta como antagónica al socialismo, enemiga del estatismo y crítica del paternalismo. Sus voceros repiten que “no se sale de la izquierda por la izquierda”, pero el programa no se aleja de la izquierda en absoluto. Permanece anclado en una lógica distributiva, tutelar, correctiva; reproduce el aparato conceptual del progresismo institucional, apenas disfrazado con otros colores.
Lo más preocupante no es su inclinación ideológica, sino su falta de honestidad. Este no es un proyecto para gobernar con una idea de país, sino una lista populista de causas recicladas, unidas solo por su valor simbólico, sin análisis estructural ni articulación coherente. No hay una visión clara del Estado, ni de la economía, ni del contrato social. Solo un catálogo de compromisos abstractos diseñados para agradar al mayor número de audiencias, incluso cuando esas demandas son entre sí contradictorias.
El resultado es una plataforma políticamente inconsistente, intelectualmente desordenada y éticamente débil. Porque no se puede hablar de libertad mientras se reproduce el estatismo con otro nombre. No se puede condenar el socialismo y, al mismo tiempo, gobernar desde sus fundamentos.
El verdadero problema de Libre y de Tuto Quiroga no es que su programa sea socialdemócrata, sino que no lo reconoce. Simulan ser una cosa mientras aplican los principios de otra. Se apropian de causas progresistas —equidad, derechos, cuidado, participación— solo mientras estas no los obliguen a definirse con claridad. Lo que han producido no es una hoja de ruta para gobernar con coherencia, sino un manifiesto de contradicciones envuelto en lenguaje técnico, que intenta conciliar lo inconciliable: un socialismo avergonzado de sí mismo, que vocifera libertad mientras diseña dependencia.
Nadia Beller
Fuente: https://www.facebook.com/share/p/16aQW14ZyZ/?mibextid=wwXIfr