En la Roma imperial, los emperadores sabían que mientras el pueblo tuviera pan y circo, se mantendría apacible. Hoy, más de dos mil años después, el fútbol cumple esa misma función: es el nuevo circo. Y en Bolivia, país que atraviesa una crisis económica, política y moral profunda, este junio de 2025, el balón puede volverse símbolo de algo más que goles: puede ser símbolo de esperanza.
Las eliminatorias sudamericanas para el Mundial 2026 tienen a Bolivia en una posición crítica. Octava en la tabla, con apenas 14 puntos, la Verde enfrenta una doble fecha clave contra Venezuela y Chile. Los seis puntos en disputa no solo representan una chance remota de clasificar al repechaje. Representan también una oportunidad única de unir al país, de recordar que aún se puede ganar, que hay algo, por mínimo que sea, que puede hacernos levantar la voz con orgullo.
¿Y por qué eso importa? Porque Bolivia, hoy, está cansada. Cansada de la inflación, de la falta de empleo, de la corrupción que sigue minando la fe ciudadana. Cansada de promesas nunca cumplidas, de la confrontación política constante, del olvido. En ese contexto, el fútbol aparece como un respiro. No lo resolverá todo, no puede tapar los huecos de una democracia debilitada, ni reemplazar la política social, menos la economía. Pero sí puede dar una bocanada de oxígeno emocional.
Así como los emperadores ofrecían pan y circo para mantener la calma del pueblo, hoy nuestros líderes saben que una victoria en la cancha puede silenciar por un momento las calles agitadas. Y eso no necesariamente es malo. El fútbol es uno de los pocos lenguajes comunes que nos quedan, un escenario donde bolivianos de todo color político y región pueden abrazarse sin preguntarse por quién votan o a quién culpan.
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Por eso, Bolivia debe ganar esta doble fecha. No solo por los puntos, sino por lo que esos puntos pueden significar: una tregua emocional, una pausa en la angustia colectiva. El fútbol no es un escape cobarde; es un ritual compartido. Es la única ceremonia moderna donde la nación entera se emociona al unísono, donde la bandera deja de ser símbolo de discordia y vuelve a ser motivo de orgullo.
Si en Maturín y en La Paz la Verde consigue la hazaña, no solo reavivará su sueño mundialista. También recordará a todo un país que, aunque maltratado y desilusionado, sigue teniendo motivos para creer.