Innovación abierta: construyendo el futuro en red


Durante décadas, muchas organizaciones operaron bajo una lógica de desarrollo de productos, servicios o procesos de manera interna, confiando exclusivamente en sus propios recursos humanos, tecnológicos y financieros. Esta visión, aunque válida en entornos estables y predecibles, resulta ahora insuficiente en un contexto global caracterizado por la incertidumbre, la rapidez del cambio y la creciente interdependencia entre actores.

En ese escenario, la innovación abierta emerge no como una alternativa, sino como una necesidad estratégica. El concepto propone un enfoque en el que las organizaciones utilizan tanto ideas internas como externas para avanzar en sus procesos de innovación. En lugar de asumir que todo debe desarrollarse “puertas adentro”, se reconoce que el conocimiento y el talento también están fuera, y que la colaboración es clave para generar valor.



¿Qué implica la innovación abierta en la práctica? Hablamos de empresas que se asocian con startups para cocrear soluciones; de universidades que colaboran con industrias para aplicar investigaciones; de gobiernos que lanzan desafíos abiertos a ciudadanos y emprendedores; y de sectores tradicionales que adoptan tecnologías emergentes desarrolladas por terceros. Es, en esencia, un cambio de paradigma que pasa del control al intercambio, de la competencia a la cooperación y de la protección del conocimiento a su circulación estratégica.

Este modelo tiene ventajas claras. Permite acelerar los ciclos de innovación, reducir costos de desarrollo, diversificar perspectivas, mejorar la capacidad de respuesta ante los cambios y, sobre todo, aumentar las probabilidades de generar soluciones que realmente sean relevantes. En un mundo donde nadie tiene todas las respuestas, construir redes de colaboración se vuelve el camino más inteligente y eficiente para innovar.

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En América Latina, y especialmente en países como Bolivia, la innovación abierta aún está en proceso de consolidación y todavía existen barreras culturales como el temor a compartir información, la desconfianza entre actores y la falta de estructuras institucionales que promuevan la colaboración. Sin embargo poco a poco se ven señales esperanzadoras, donde cada vez más empresas están apostando por colaborar con emprendedores tecnológicos, y las universidades están empezando a orientar sus capacidades hacia los desafíos del entorno productivo/empresarial.

El sector empresarial desempeña un papel crucial en este proceso de consolidación. No solo como demandante de innovación, sino también como facilitador de procesos colaborativos y la apertura que eso supone. Promover espacios de encuentro entre diferentes sectores, invertir en programas de innovación abierta, fomentar la interoperabilidad de datos y construir alianzas son algunas de las formas en las que las empresas pueden liderar esta evolución.

Ahora bien, la innovación abierta no se trata únicamente de abrir puertas, sino de diseñar mecanismos efectivos para que esta apertura genere resultados tangibles. Implica desarrollar capacidades internas para gestionar alianzas, establecer marcos claros de propiedad intelectual, medir el impacto de las colaboraciones y, sobre todo, adoptar una cultura organizacional basada en la transparencia, la adaptabilidad y la escucha activa.

En un mundo enfrentado a desafíos complejos como el cambio climático, la transformación digital y las inequidades persistentes, la innovación ya no puede ser un ejercicio aislado. Necesita redes, diversidad y diálogo. Necesita que trabajemos juntos, más allá de sectores, disciplinas y geografías. Es la única manera de asegurar que nuestras soluciones estén a la altura del futuro que aspiramos construir.

*Bernardo Chumacero es Gerente de Innovación y Tecnología en CAINCO