Bolivia está atravesando un momento crítico. La crisis económica, expresada en inflación, devaluación, carestía, falta de dólares y falta de combustibles, se ha fundido con una crisis política de representación y legitimidad, resultado del agotamiento del modelo del neopopulismo autoritario. Estamos ante un fin de ciclo especialmente incierto, donde lo nuevo no termina de nacer y lo viejo se resiste tenazmente a morir. Especialmente esto último, cuya expresión más patética y peligrosa, es el afán demencial de Evo Morales por incendiar el país, ante la imposibilidad absoluta de regresar al poder por la vía democrática.
El cuadro lo completan, un gobierno paralizado e incapaz de gestionar paliativos a la crisis por los seis meses que le quedan de mandato, una variopinta y dispersa oposición democrática que no logra conectar con las demandas y urgencias de la gente, un Órgano Judicial que está destruyendo el proceso electoral con resoluciones y fallos extemporáneos, inapropiados y perversos, un Órgano Electoral pusilánime que ha abdicado de sus prerrogativas y de su autoridad y una ciudadanía cabreada, asustada y angustiada, que tiene como única luz al final del túnel la realización de las elecciones generales el próximo 17 de agosto.
Estamos al borde del abismo, con las elecciones pendiendo de un hilo. En las próximas horas, las decisiones que tome el Tribunal Supremo Electoral serán definitivas. Hasta el viernes 6 de junio deben publicarse las listas de candidatos y candidatas habilitadas para participar de los comicios. Me temo mucho que, si en la papeleta no aparece Andrónico Rodríguez, la probabilidad de llevar a cabo el proceso electoral se reducirá drásticamente. Los seguidores radicales de Evo Morales, que en estos días están convulsionando el país, haciendo gala de violencia y matonaje, podrán encontrar en la opción de Andrónico una salida democrática, de lo contrario, seguramente se sumarán a ellos los adherentes del joven presidente del Senado, engrosando la sublevación.
A Rodríguez hay que derrotarlo en las urnas. Con unidad, inteligencia, audacia y estrategia. El campo democrático tiene todas las opciones para derrotar al neopopulismo autoritario, si los líderes entienden que deben actuar con desprendimiento, patriotismo y generosidad. Debemos aprender de los errores del pasado y actuar en consecuencia y de ninguna manera podemos dar lugar a que el proceso electoral se trunque.
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Soy un convencido de que los apóstoles de la violencia, los señores de la guerra, que se encuentran agazapados y entre bambalinas detrás de Evo Morales, se están frotando las manos y salivando ante esta posibilidad de desatar la violencia descontrolada. Son los mismos que esperaban ansiosos en 2020 que se proscriba al MAS, que desde hace años fracasan en su intento de llevarnos al enfrentamiento y a la guerra civil, pero que siguen insistiendo, hoy más que nunca, con un entusiasmo renovado.
Son ellos los que manipulan a tontos útiles, a jueces venales y a políticos desubicados, para generar el caos y el desorden, porque es el único escenario en el que tienen chance de subsistir. En cambio, si hay elecciones, si en estas se permite la representación de todas las variantes del campo político boliviano, si se impone la racionalidad, la institucionalidad y la sensatez, ellos están perdidos.
Estamos viviendo días muy importantes, días en los que se definirá el cauce y el devenir de nuestra democracia. Ojalá que los actores, los protagonistas, estén a la altura de las convicciones democráticas del pueblo boliviano. Ojalá que no caigamos en la trampa que nos han tendido los violentos.