En una nota anterior, argumenté que las evidencias empíricas no apoyan la historia (¿histeria?) déficit ® emisión monetaria ® inflación, con base en tres proposiciones: primero, el déficit fiscal en la actual economía boliviana es necesario para que los hogares consuman, ahorren e inviertan; segundo, el aumento del dinero en la economía desde 2015 se explica casi en su totalidad por el dinero que crean los créditos bancarios, mientras que, la emisión de moneda física, aporta muy poco; y, tercero, como el ritmo de aumento de “billetes y monedas en circulación”, es bajo y relativamente constante desde 2015, no sería la causa directa de la actual inflación.
La primera proposición está sólidamente respaldada por las cuentas nacionales que son verdad por definición. En economías cerradas, el déficit fiscal es exactamente igual al ahorro neto del sector privado; en economías abiertas, el déficit puede incluso pasar a superávit en la medida de la magnitud de un saldo comercial positivo. Un 80% de las economías mundiales operan con déficit. Bolivia, desde 2015, y a pesar de sucesivos y elevados déficits (alrededor del 8%-10% del PIB) la inflación se mantuvo por debajo del 5%: casi diez años con déficit fiscal, sin inflación.
Dada esta realidad, el aumento de precios que experimentamos desde el año pasado, está mucho más correlacionado con la aceleración del tipo de cambio paralelo que se inició precisamente desde el segundo semestre de 2024, coincidiendo con el inicio del brote del aumento de precios. Si este es el caso, flotar el tipo de cambio ajustaría precios al valor real del dólar en un golpe, cesaría la “inflación” especulativa, pero impactaría en la economía de los hogares.
A pesar de estas evidencias, el relato de la inflación por impresión de billetes, y las propuestas de solución alineadas con la austeridad que recomienda el FMI en su reporte Art. IV más reciente, son compartidas por todas las ofertas electorales: drástico recorte de gasto, revisar subsidios y remuneraciones, devolver autonomía al Banco Central, fortalecer al sector financiero, aumentar recaudaciones, etc. Sobre empleo digno y productivo como base del crecimiento, “ni pío”.
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Las coincidencias no son casualidad. Comparten al menos dos ideas ampliamente invalidadas por la realidad: “así como ningún hogar puede gastar más allá de sus ingresos, el Gobierno no puede gastar más allá de sus recaudaciones”; o apoyados en la deleznable teoría cuantitativa del dinero, “todo aumento en la base monetaria induce a un aumento de los precios”.
En el primer caso, ignoran (¿?) que hay una diferencia fundamental entre el Gobierno y la realidad de los hogares: efectivamente, los hogares están limitados en su nivel de gastos por su nivel de ingresos, pero un Gobierno que emite su moneda soberana, no tiene, en principio, límite a su capacidad de gasto en su moneda. De hecho, solo puede “recaudar” después de “gastar”, pero no tiene ninguna necesidad de “recaudar para gastar”.
Segundo, como el valor monetario del PIB es la cantidad de lo producido multiplicado por sus precios de mercado, según la teoría cuantitativa del dinero, también debe ser igual al valor del dinero en la economía, multiplicado por la cantidad de veces que el dinero circula en una gestión (velocidad del dinero). Bajo esa cuestionable igualdad (¿cómo se mide esa cantidad de dinero?, ¿con la base monetaria, o con alguno de los agregados monetarios?) y suponiendo además que la cantidad de productos y la velocidad del dinero se mantienen constantes, concluye que “el aumento de la base monetaria genera aumento de precios”, conclusión fácilmente cuestionable, matemática y lógicamente.
Consideremos solo un aspecto: para que el aumento en la cantidad de dinero se traduzca en un aumento en precios, la economía tendría que estar operando a su plena capacidad en todo momento; si hay capacidad productiva ociosa, más dinero en la economía aumenta la demanda, lo que induciría a aumentar el uso de la capacidad instalada, lo que elevaría la productividad y podría, en principio, resultar en la reducción de los precios.
Las dos “ideas” revisadas, son evidencia que, las teorías económicas ortodoxas, son más expresiones ideológicas que resultado de un análisis crítico que explique plausiblemente la realidad empírica. No cuestionar los modelos basados en esas ideas –a pesar de su nula o escasa capacidad explicativa, sugiere el predominio de cegueras teóricas que luego se incorporan, como verdades incuestionables, al marco conceptual básico que se usa para el diseño de las políticas públicas.
Entonces, si el gobierno que emite su propia moneda no tiene restricciones para gastar en esa moneda, la restricción real no es gastar, sino orientar el gasto inteligentemente para que el “patrimonio productivo nacional” –gente, capacidad y naturaleza– crezcan en la perspectiva de permitir y facilitar el desarrollo inclusivo, sostenido y sostenible, de esta y futuras generaciones. En esta realidad, “financiar el gasto público” no tiene sentido, y vender bonos del Tesoro solo es una forma creativa de los bancos y de los dueños de capital no productivo, para beneficiarse con intereses… que el TGN paga por recursos que creó y ya gastó (… Y lo gastado, gastado está).
El déficit fiscal en moneda nacional con el que el gobierno cierra una gestión el 31 de diciembre de cualquier año, desaparece el 1 de enero del año siguiente, para quedar solo en registros. ¿En qué se convirtió ese déficit? Centavo a centavo, en ahorro o patrimonio del sector privado no bancario (los hogares): esa “deuda pública” no es otra cosa que el dinero total emitido menos lo retirado del mercado por los impuestos.
En tal sentido, las recomendaciones de austeridad que castigan a los hogares –con las que todas las ofertas electorales coinciden, ciertamente están contraindicadas como respuestas reales a la crisis, como lo están también las consignas para fortalecer el sector financiero o dar autonomía para el Banco Central. El BC autónomo tenía alguna razón de ser durante la vigencia del patrón oro (la emisión de moneda tenía que corresponder con el valor de las reservas en oro), pero hoy, en la era de dinero fiduciario, se impone la necesidad de una estrecha correspondencia entre todas las políticas: fiscal, monetaria, ambiental, educativa, justicia, etc. Está, además, aceptado (por el propio FMI) que, financiarizar las economías como parte del modelo neoliberal, causó el resurgimiento de la pobreza y la desigualdad que, hasta el propio capitalismo industrial que lo precedió, había reducido.
En síntesis, el actual marco teórico-conceptual económico, no permite formular un diagnóstico acertado de la realidad, por lo que tampoco permite identificar las soluciones pertinentes. Insistir en primero “austeridad para estabilidad macro”, solo resultará –nuevamente, en unos pocos grandemente beneficiados, y muchos “emprendedores” o “capitalistas populares”… que solo son cuenta-propistas, obligados a sobrevivir fuera de toda red de apoyo: el propio Estado que los halaga, les niega condiciones esenciales para mejorar su productividad, y elevar la dignidad de su trabajo. Esta es la realidad hoy, que tozudamente se niega a someterse a teorías que, quizás, reflejaron alguna parte de realidades pretéritas.
Enrique Velazco Reckling, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo