Las palabras, las personas y un diccionario


Fotos: Johana Hurtado

 

Nueva edición del DPD

Delmar Méndez, Madrid.



Las palabras son como las personas: tienen vida, se mueven, se reproducen, cambian de sentido y de apariencia y, fundamentalmente, tienen procedencia y adquieren pertenencia.

Cada palabra es un individuo que se relaciona con otro, y en ese vínculo se construye una sintaxis que da origen, sentido y concordancia a una oración. Así también se constituyen las naciones. El vínculo es la cultura compartida; la lengua, su sustento.

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El registro civil de los ciudadanos de un país es similar al diccionario. Ahí están censados todos los habitantes (palabras) y de ellos sabemos dónde viven, qué edad tienen, de dónde vienen, qué hacen. El diccionario no solo define las palabras, nos da su información gramatical, su género, su origen etimológico y sus usos.

Cuando una palabra llega del exterior (de otro idioma), es como un extranjero en un país que no es el suyo. O está de paso (extranjerismo o neologismo -no adaptado-) o se queda (extranjerismo o neologismo adaptado) y puede adquirir hasta su nacionalidad.

A fines del siglo XIX, la palabra «foot ball» era un inmigrante ilegal en nuestro idioma. Por calco semántico, se le trató de dar su ‘carta de ciudadanía’, rebautizándolo como balompié. Sin embargo, la palabra (tal como se pronunciaba del inglés) había adquirido derecho de uso en los hablantes y fue así que, en el idioma español, adquirió su identidad, formalizando su ingreso al registro civil (diccionario) como: fútbol.

El «papeleo» para la incorporación de una palabra nueva (en general, extranjerismos, neologismos o tecnicismos) es, como todo trámite burocrático, un proceso que requiere varios procedimientos que se deben ejecutar por etapas. En tanto no se nacionalice, la palabra inmigrante aún es un préstamo léxico que se mueve en los hablantes con su pasaporte de origen. Por eso, estas palabras se las escribe siempre con diferente tipografía, preferentemente en modo cursiva.

Los extranjerismos, como los inmigrantes, requieren un proceso de adaptación para «nacionalizarse» en el idioma. Tras su aparición y registro inicial, su aceptación oficial en el diccionario depende de un período de uso y frecuencia entre los hablantes. Mientras tanto, residen en un «limbo lingüístico», donde el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) los acoge y valida provisionalmente.

El DPD, creado en 2005 por la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), nació como consecuencia de la avalancha cotidiana de dudas que planteaban los hablantes, mediante preguntas en línea formuladas al «Departamento del Español al día» de la RAE. Llegaban aproximadamente 300 dudas diarias y había que resolverlas.

Tras su primera edición, el DPD se convirtió en una de las herramientas lingüísticas más consultadas en nuestro idioma. Funciona como un diccionario normativo que ofrece soluciones claras y fundamentadas a dudas que abarcan desde la pronunciación y la acentuación hasta la morfología (como plurales y conjugaciones) y la sintaxis (problemas de concordancia). Aborda cuestiones de léxico y semántica, como el uso inapropiado de palabras, los calcos de otros idiomas, los neologismos y la correcta escritura de extranjerismos, topónimos y gentilicios.

Su segunda edición tardó veinte años en aparecer. Fue presentada el jueves pasado en solemne acto en el que se destacó su producción cooperativa y criterio panhispánico.

La nueva versión está más que justificada. En el último tiempo, al influjo de las redes sociales y la comunicación global, hay una invasión de inmigrantes léxicos a nuestro idioma. Palabras como cruasán, cuórum, delicatesen, lobi, brauni (con esas grafías) pasan por este proceso de adaptación en el DPD.

Fotos: Johana Hurtado