Emilio Martínez Cardona
Alguna vez escribimos que el memorándum para la cooperación en defensa entre Bolivia e Irán era el peor error de política exterior cometido por la actual administración. Ante todo, por la innecesaria complicación que podía conllevar en las relaciones bilaterales con Argentina, país que sufrió atentados terroristas masivos orquestados por la Guardia Revolucionaria de los ayatolas (AMIA, DAIA) y cuya frontera en común se proponía “vigilar” en dicho memorándum con… drones iraníes.
También dijimos que de todas las alianzas con el club mundial de las dictaduras (Rusia, China e Irán, más los socios regionales como Cuba, Venezuela y Nicaragua) esta era la más peligrosa, por el potencial de arrastrar al país a conflictos internacionales.
Ahora vemos cómo la pretensión de aunar teocracia medieval con poder nuclear, bajo la consigna públicamente declarada de “borrar del mapa a Israel”, ha llevado a una escalada bélica en Medio Oriente donde los fundamentalistas de Teherán llevan las de perder, al punto que se plantee la posibilidad de un cambio de régimen, que ojalá ocurra.
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En este marco, la cancillería tiene la oportunidad, así sea tardía, de guardar un prudente neutralismo, en vez de reincidir en “solidaridades revolucionarias” y “antiimperialistas” que sólo se traducen en un mayor aislamiento internacional del país.
Por supuesto, no esperamos un giro completo de las afinidades, que sólo serán posibles en otro contexto político, cuando sea viable retomar el flujo turístico israelí hacia el norte amazónico de Bolivia, o explorar la cooperación tecnológica con una potencia en ese rubro como es Israel, única democracia de su región.
Mientras tanto, mantener al país lejos de los ayatolas parece una buena estrategia nacional.
Para quien quiera profundizar en el estudio de la revolución iraní, recomiendo el libro de ensayos “Tiempo nublado”, publicado por Octavio Paz en 1983. Allí, el Nobel de Literatura mexicano consideraba que el proceso ocurrido en Irán desde 1979 no era una revolución conforme a los paradigmas modernos de esta palabra, como en el caso de la revolución liberal o marxista.
“Se trata más bien de una revuelta, o sea, una vuelta al origen y a la tradición”, decía Paz, indicando que la revuelta tiene como fin restablecer un pasado memorable, mientras que la revolución procura crear un mundo nuevo y con valores modernos. En este sentido, el escritor opinaba que la revuelta iraní “fue un paso hacia atrás”.
El régimen teocrático practica elecciones restringidas, supeditadas a los dictámenes del Consejo Supremo de la Revolución, que puede proscribir candidatos considerados “infieles” o pro-occidentales. La eventual caída de este sistema sería una señal importante para sus aliados latinoamericanos, que igualmente han ido restringiendo el alcance real de las prácticas electorales.