En una época marcada por el encierro digital, la ansiedad constante y el olvido del cuerpo, el senderismo emerge como una práctica restauradora que combina movimiento, contemplación y naturaleza. No se trata solo de ejercicio físico, sino de una experiencia sensorial y emocional que reactiva la mente, fortalece los vínculos sociales y devuelve sentido al acto de caminar. La ciencia lo avala, y la cultura lo reclama: caminar vuelve a ser un acto profundamente humano.
Fuente: https://ideastextuales.com
El senderismo ha dejado de ser simplemente un pasatiempo saludable para convertirse en una suerte de medicina que combina ritmo, silencio y entorno para provocar un efecto que va más allá de lo físico. ¿Qué ocurre exactamente cuándo caminamos por un bosque, subimos una ladera o bordeamos un río? ¿Por qué nos sentimos más lúcidos, más plenos, más humanos?
Un estudio de las universidades de Utah y Kansas descubrió que tras cuatro días caminando en la naturaleza, sin tecnología, la creatividad de los participantes aumentaba en un 50%. El hallazgo no es anecdótico. Al alejarnos de la hiperestimulación urbana, nuestro cerebro cambia de marcha. Pasamos de una atención tensa y fragmentaria a una “atención suave”, como la llaman los psicólogos Rachel y Stephen Kaplan. Esa atención, característica de los entornos naturales, es la que nos permite entrar en estado de introspección, planificación creativa o contemplación.
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Y no es solo la mente, el cuerpo también se transforma. Caminar entre árboles, respirar aire limpio, exponerse a la luz solar y al silencio, estimula procesos fisiológicos que van desde la producción de nuevas neuronas en el hipocampo hasta una mejor regulación del sistema inmune. El senderismo, en este sentido, es una forma de higiene mental que promueve la neuroplasticidad —la capacidad del cerebro para adaptarse y regenerarse— y la salud emocional.
Los beneficios psicológicos del senderismo son, quizás, su dimensión más reveladora. Según un estudio de la Universidad de Stanford, caminar en entornos naturales reduce la actividad de la corteza prefrontal subgenual, esa zona del cerebro asociada a la rumiación mental, el hábito de quedarnos atrapados en pensamientos negativos. El simple acto de caminar entre árboles baja los niveles de cortisol (la hormona del estrés), mejora la concentración, y eleva los niveles de dopamina y serotonina.
Pero lo más interesante no se puede medir con resonancias magnéticas, tiene que ver con lo que sentimos. En un mundo cada vez más ansioso y desconectado del entorno, caminar por un bosque o una quebrada nos devuelve un raro privilegio: estar presentes. El cuerpo, que a menudo sentimos como un estorbo frente a la pantalla, vuelve a ser nuestra brújula.
Lo que antes era solo un ejercicio recreativo se ha vuelto un gesto cultural. Caminar ya no es únicamente moverse, es reencontrarse. El auge de comunidades de trekking, como Hike Society en Chile, revela que muchas personas no solo buscan un beneficio físico, sino un espacio de reconexión con los otros, con el entorno y consigo mismos. Caminar en grupo libera oxitocina, fortalece los lazos sociales y crea un tipo de experiencia que escapa a la lógica productiva, la del compartir sin urgencia.
En tiempos de hiperconexión digital y soledad epidémica, el senderismo nos invita a desconectarnos para reconectar. Nos recuerda que podemos encontrar placer sin estímulo artificial, belleza sin filtros, sentido sin algoritmos.
La antropología nos enseña que caminar no es un acto trivial. En muchas culturas el andar tiene un carácter ritual. Es una forma de marcar territorio, de comprender el paisaje, de dialogar con los espíritus. Quizá sin saberlo, al salir a caminar por un cerro o una quebrada estamos replicando la intuición de que el cuerpo en movimiento es también una forma de estimular el pensamiento.
Frente al colapso de los estilos de vida sedentarios, al cansancio crónico de la forma de vida en las grandes ciudades, el senderismo aparece como una propuesta radical, fundamentalmente por su sencillez. No requiere de membresías, ni de apps, ni de equipos sofisticados. Solo se necesita un camino y el deseo de salir a recorrerlo.
Porque tal vez el bienestar no esté en encontrar nuevas respuestas, sino en hacer las preguntas correctas en movimiento. Caminar, en ese sentido, no es huir. Es volver.
Por Mauricio Jaime Goio.