Para qué sirven las encuestas y para qué no sirven


 

 



En primer lugar, debemos diferenciar las encuestas, por su propósito, en dos grandes tipos: 1) las de uso estratégico como insumo de la investigación electoral en un equipo de campaña y 2) las de uso informativo con fines de difusión masiva. Las primeras fueron durante mucho tiempo una herramienta indispensable para indagar sobre las demandas, preocupaciones, preferencias y características del electorado, de manera tal que permitan un diagnóstico adecuado, realista y útil para el diseño de una estrategia de campaña. En la actualidad, si bien no han sido completamente desechadas, se utiliza muchísimo más el análisis de la BIG DATA de la conversación digital, con el auxilio de la AI, que permite un conocimiento desagregado del electorado casi a nivel individual. Las segundas todavía son muy populares entre los medios de comunicación, que, al encargarlas para su difusión, ofertan a sus audiencias un producto de consumo masivo, atractivo y espectacular.

Ni las encuestas que se encargan para el uso interno de los equipos de campaña, ni las que se realizan para informar a la población, tienen como objetivo el predecir el resultado electoral, aunque se espera que aquellas que se levantan en la última semana previa a la elección se acerquen bastante a los números finales. En todo caso, como se suele decir en todas partes, la encuesta es una especie de fotografía del estado de situación electoral en el momento en que se recogieron los datos.

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En el círculo rojo de la política (políticos, candidatos, periodistas, familiares y simpatizantes de los candidatos y gente interesada en la política) se esperan con avidez las encuestas que difunden los medios de comunicación. Causan alegría y alborozo cuando favorecen a los candidatos de su preferencia y depresión y angustia cuando el resultado es contrario. Se suelen desatar furibundos debates en las redes sociales virtuales para explicar lo que se publica y los analistas y opinadores son requeridos por doquier para explicar los datos.

Todavía hay gente (sobre todo los infaltables comedidos que siempre existen en los equipos de campaña) que cree que la publicación de encuestas que favorecen a sus candidatos influye en el electorado, bajo la falsa premisa de la existencia del “voto al ganador”, es decir que los indecisos se decantan por quién creen va primero en las encuestas. A pesar de más de cincuenta años de investigación electoral que desmiente ese mito, todavía los ignorantes y despistados al respecto son legión.

En los próximos días y semanas nos veremos abrumados con la publicación de encuestas encargadas por diversos medios de comunicación. 18 empresas que realizan encuestas se inscribieron ante el Tribunal Supremo Electoral y obtuvieron la autorización correspondiente (yo me dedico a este asunto hace más de 30 años y nunca me dejo de sorprender como surgen como hongos “empresas” encuestadoras que nadie conoce y la ligereza con que el TSE las aprueba. Yo conozco, exagerando 5 o 6).  Por su parte, 35 medios de comunicación están autorizados para difundir dichas encuestas. Ante esa avalancha que se viene, es bueno tener en cuenta los siguientes aspectos:

  1. La mayoría de estos estudios se realizan con una muestra del universo que es válida para el conjunto, pero no para las partes. Es decir que el margen de error es aceptable para Bolivia, pero no para cada uno de los departamentos. De hecho, el TSE no debería autorizar la publicación de resultados por departamento si las muestras en cada uno de ellos superan el 4% de margen de error.
  2. El TSE debería exigir a las empresas encuestadoras que las ponderaciones que utilizan para reflejar el voto rural y sobre todo el rural disperso se basen en muestras aceptables y que sean realmente proporcionales al universo real.
  3. Los medios de comunicación jamás deberían utilizar decimales en la exposición de los datos, dado que el margen de error es generalmente mayor al 2%. Es una burla y una tergiversación presentar los resultados, sin advertir al público que no son exactos, sino una aproximación estadística.
  4. Y lo más importante de todo: el público debiera saber que una encuesta no es el resultado de una votación y que los datos que expone son muy relativos y que, para tener un panorama realista y completo de la verdadera intención de voto de los candidatos, debe ser complementado por otras herramientas de investigación cualitativas y cuantitativas, principalmente las que ahora tenemos acceso gracias a las nuevas tecnologías de información.

Lo que nos consuela es que, dada la proliferación de estas publicaciones, el impacto será mínimo. Y, la verdad, a la inmensa mayoría de los electores les importa muy poco el ajetreo que se produce en las cúpulas. La gente votará, a partir de su propia historia electoral, su cultura política, sus mitos profundos y por quién considere represente mejor la solución a la crisis económica y a la renovación generacional.

La ciudadanía irá allá donde su corazón la lleve … no a partir de lo que dicen las encuestas.

Por Ricardo V. Paz Ballivián