Fuente: https://ideastextuales.com



La parálisis del país, de la vida cotidiana, obligada por la falta de gasolina y diesel, se soporta con la mente concentrada en el desplazamiento (scroll) de la pantalla por las redes sociales: memes, chistes, dramas, tragedias, más chistes, encuestas, gafes de candidatos, comentarios sin fin, sarcasmo en todas sus expresiones, distraen o alivian la realidad desesperante. La otrora poderosa empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Bolivia tiene miles de funcionarios públicos sin oficio porque los pozos de producción se agotaron, fue incapaz de explorar nuevos, perdió el contrato de provisión de gas a Argentina y se dedica a otear el horizonte de Arica, rezando que lleguen los buques petroleros. Es, en la actualidad, una intermediaria de combustible importado por vía marítima a través del país al que nos enseñaron a odiar por la guerra perdida del Pacífico hace más de un siglo.

No es igual en las filas por gas en garrafa, a pie, o en la búsqueda de alimentos en esos centros de abastecimiento inventados por EMAPA. Otra institución estatal surrealista, de las decenas que ha montado el MAS en 20 años en el país, para proveer servicios y productos a la población luego de crearle necesidades engañosas.  Allí, en las filas, cuando la batería de los celulares se acaba, el ritmo de los algoritmos importa poco.

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Tras una década de procesos electorales fallidos, como la aprobación vía referéndum de la Constitución vigente que no fue la surgida de la Asamblea Constituyente, sino de pactos parlamentarios previos a su promulgación en 2009, la tercera elección de Evo Morales al margen de su propia Constitución en 2014, la inaplicación de los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016 con la aceptación inconstitucional de la postulación del ex presidente en 2019, la inaplicación de los resultados de las elecciones judiciales que dieron amplia mayoría al voto nulo y, sin embargo, se validó la designación de magistrados sin mayoría de votos a su favor, el fraude electoral de 2019 que desencadenó la crisis política más dura en lo que va del siglo, el incumplimiento de deberes parlamentarios de garantizar las nuevas elecciones judiciales de 2024 en tiempo y forma, la renuncia por parte de los partidos políticos a las elecciones primarias con miras a las elecciones generales de 2025 en razón de la prohibición constitucional de procesos electorales en un mismo año, la democracia institucional sufre el desplazamiento de los principios elementales por una parodia inaudita.

Evo Morales convulsiona al país, aprovechándose de la situación crítica de la población que sufre la calamidad de su modelo económico, el modelo del monarca que se apropia del Estado para repartir la riqueza que no le pertenece y perseguir a cuanto opositor se interponga.  Y cuando el dinero se acaba, la persecución política a los defensores de la democracia, la persecución política a los productores que trabajan la tierra para proveer al mercado interno y exportar, la persecución política a los comerciantes que viven al día acusándolos de agio y especulación, la persecución política al ahorrista al que le roba sus dólares o le cercena el uso libre de sus medios de pago.

El pueblo boliviano pasa su huella digital por la pantalla de su celular y observa, ya sin sorpresa, que da igual una sigla X, Y, Z, que elegir una institución política a la cual adherirse por emoción, por ideas, por confianza, parece un mal chiste.  Los partidos políticos no existen y, sin ellos, tampoco el vehículo de la expresión consistente y coherente de las premisas que deberían representar.  Ya no hay banderas, no hay signos, no hay colores, ni jefaturas nacionales, departamentales, locales, identificables.  Cuando la ciudadanía hizo filas, también, para empadronarse, cambiar la dirección, habilitarse como votante, tuvo que hacer otra para tramitar, además, la denuncia por hallarse inscrito -para su sorpresa- en tal o cual agrupación sin consentimiento.

Quien alguna vez fue militante del FRI, en las últimas elecciones debió votar por Carlos Mesa, un candidato que fue vicepresidente por el MNR: en las próximas, tendrá como postulante a Tuto Quiroga, ex vicepresidente por ADN.  Quien alguna vez fue militante del MNR, en las elecciones fraudulentas vio perder la sigla y salvarla porque fueron anuladas:  en las próximas, por primera vez en 70 años, el Movimiento Nacionalista Revolucionario no va a participar.  Quien militó el PDC, observa boquiabierto que su candidato puede ser un extranjero conservador como Chi tanto como un socialdemócrata como Rodrigo Paz. Quien fue ucesista, le da lo mismo si Jhonny Fernández va de candidato o si en nombre del padre fallecido hace treinta años, confiesa desde un avión privado que negocia con el opresor para encumbrarlo. Quien es masista, lo fue por el cocalero prófugo; perdió la sigla que se quedó su ministro de economía y deambula entre las facciones de Eva Copa en El Alto, el ex ministro mestizo de fondo blanco, la inmolación detrás de su jefazo y la sigla de su antes denostada y los ires y devenires del presidente del Senado tras el MTS.

No importa la edad, al pasar de un tiktok a un reel o a un eventual podcast, el efecto es pasajero, superficial, de emoción efímera y de desencanto.  Afuera de la pantalla, la realidad recrudece con el tiempo que pasa y la situación personal, familiar, laboral, desempleada, política, se agrava. La impresión de que la rutina diaria se torna en un callejón sin salida podría calificarse de pesimista pero no ha habido tiempo en que los bolivianos vivieran más de una década sin sobresaltos.  Las crisis de los 70, los 80, tuvieron una década más o menos pacífica en los 90. El nuevo siglo comenzó con la crisis que desembocó en la caída del segundo gobierno constitucional de Gonzalo Sánchez de Lozada, el arribo de la era del bloqueo y de la violencia como mecanismos de imposición de las políticas del poder suplantando los códigos republicanos. Con las nuevas tecnologías de la información, atrás quedó el zapping de un canal a otro de televisión para estar actualizados sobre las narrativas tejidas en torno a los malos de la película, los opositores, los separatistas, los oligarcas, contadas entre inauguraciones y despilfarros por los buenos del discurso imperante “indígena originario campesino”, un neologismo de tres vocablos sin comas inédito en el mundo.

El panorama político es tan confuso y decadente como la época.

El modelo masista, en el que el responsable de turno es un detalle, ha construido un régimen de favores y de trabas donde nadie se libra de ser reo de su sistema.  El Estado es el MAS y la pugna por detentar a como dé lugar ese poder, puede apellidar Morales por la vía violenta, Del Castillo como lancero de Arce, Rodríguez por la sigla que le consigan, Copa, Lima, Richter, Cronenbold en el afán de llegar al Órgano Legislativo con los alfiles suficientes para jugar en los cinco años que vienen a hacer o deshacer el gobierno siguiente.

El reacomodo de los “hermanos” en discordia ha desplazado, como en 2019, la oportunidad más auspiciosa de que una oposición reordenada en contraposición del descalabro económico y desmadre institucional conducidos por veinte años de masismo.

La violencia acostumbrada del prófugo se instala día a día como una lucha ilegal contra la crisis económica general que afecta a todos, provocada por quien pretende desmarcarse del modelo monstruoso de su creación. Se ubica, precisamente, en el lugar del que va desplazando, fuera de los tiempos virtuales de las pantallas, a quienes proclaman el fin del masismo.  El prófugo va por todo quebrando cualquier camino democrático.  Mientras, la mayor especulación es la de los políticos, como dice Andrés Canseco.

Entre la decepción, la angustia y la desesperación que cunde en las filas cotidianas y las ollas cada vez más vacías, lo peor que pudiera pasar es que el delfín del Chapare sea visto como un justo medio, entre el oficialismo en decadencia del 1% y la oposición dividida entre los que creen que va a irles diferente, de llegar a ser gobierno, que a Goni en 2003, a un año de su mandato con su 22%.

Un milagro nos salva. Sólo que no sé si Dios tendrá entre sus prioridades, agregar otro reflector a la cueva donde todas las luces de alerta ya fueron encendidas.

Por Gabriela Ichaso.