Estamos próximos a que se cumplan 90 años del conflicto fratricida, que los bolivianos libramos con los hermanos paraguayos, en una de las más sangrientas guerras de América del Sur.
La Guerra del Chaco (1932–1935) fue el conflicto armado más cruento de Sudamérica en el siglo XX, enfrentando a Bolivia y Paraguay por el control del Chaco Boreal, una región árida ubicada entre ambos países, considerada estratégicamente importante, por la posibilidad de albergar ricos yacimientos de petróleo. Asimismo, Bolivia, enclaustrada en sus montañas y sin salida al mar desde la Guerra del Pacífico, buscaba acceso al río Paraguay para obtener una vía hacia el océano Atlántico, Por su parte, Paraguay, consideraba el Chaco como parte legítima de su territorio y, por tanto, fundamental para su soberanía.
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Históricamente, la guerra fue el resultado de una combinación de intereses geopolíticos, errores diplomáticos y una visión limitada del desarrollo nacional. Bolivia, con una geografía compleja y una élite desconectada de las realidades del pueblo, apostó por una guerra que no entendía ni estaba preparada para enfrentar. Paraguay, aunque más pequeño y con menos recursos, supo organizarse con eficacia y aprovechar su conocimiento del terreno.
Empero, más allá del resultado militar, la Guerra del Chaco nos reveló profundas fracturas internas. Nuestros soldados bolivianos, en su mayoría indígenas y campesinos, fueron enviados al frente sin preparación ni apoyo adecuados. Muchos murieron no por las balas enemigas, sino por el hambre, la sed y el abandono. Esta tragedia evidenció la desigualdad estructural del país y sembró las semillas de una conciencia social que, décadas más tarde, daría lugar a transformaciones políticas profundas, como la Revolución Nacional de 1952.
Hoy, a 200 años de nuestra independencia, Bolivia enfrenta desafíos distintos, pero igualmente complejos: la lucha contra la pobreza, el fortalecimiento de la democracia, la inclusión de todos los sectores sociales y la protección de nuestros recursos naturales. La Guerra del Chaco nos recuerda que ningún proyecto nacional puede construirse sin unidad, sin justicia social y sin una visión compartida de futuro.
En tiempos de polarización y crisis global, el bicentenario nos invita a mirar atrás, no para revivir heridas, sino para aprender de ellas. La memoria de los soldados del Chaco y de todos los que sufrieron y murieron en ese terrible Erial, debe ser un llamado a construir un país más justo, más solidario y consciente de su historia, porque sólo con memoria, dignidad y unidad podremos honrar verdaderamente los 200 años de vida de una Bolivia independiente.
La Guerra del Chaco fue mucho más que una simple disputa territorial. Reflejó las vulnerabilidades estructurales de dos países en desarrollo, influidos por actores internacionales y limitados por sus contextos internos. Sus consecuencias perduran hasta hoy, tanto en la memoria colectiva como en la geopolítica del Cono Sur.
Honor, gratitud y gloria eterna, a todos los mártires que ofrendaron su vida por la patria, así como a aquellos que sufrieron discapacidad permanente o fueron prisioneros en cárceles paraguayas.