La crisis actual debe impulsar no sólo una respuesta inmediata, sino también un compromiso sostenido para que ninguna comunidad quede excluida de la protección que ofrece la vacuna
Una persona observa un cartel con información sobre la vacuna contra el sarampión. Foto APG
Fuente: Brújula Digital
Mirna Quezada Siles
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La epidemia de sarampión desatada actualmente en Bolivia representa una crisis sanitaria urgente y un llamado de atención sobre las consecuencias de la desinformación, la baja cobertura en vacunas y la falta de previsión estatal. Desde que se detectó el primer caso en Santa Cruz, a finales de abril, el virus avanzó rápidamente, con 92 casos confirmados hasta el 8 de julio, distribuidos en seis departamentos: Santa Cruz, La Paz, Potosí, Oruro, Beni y Chuquisaca.
Si bien el gobierno boliviano declaró emergencia sanitaria nacional a finales de junio y activó campañas masivas de vacunación puerta a puerta para frenar la propagación de esta enfermedad altamente contagiosa, las acciones son insuficientes en una coyuntura en las que parece interesar más lo político que la salud de la población.
Memoria viral
A nivel mundial, el sarampión sigue siendo una amenaza significativa. Antes de la introducción masiva de la vacuna, en los años 80, causaba millones de muertes anuales, especialmente en niños pequeños. En años recientes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reportó un resurgimiento de casos en varios países debido a la caída en las tasas de vacunación, lo que confirma que esta enfermedad sigue siendo letal cuando no se mantiene la inmunización adecuada.
Históricamente, Bolivia enfrentó brotes severos de sarampión. Uno de los más graves ocurrió en 1998 en Yacuiba, Tarija, cuando un retraso en la campaña de vacunación, debido a la falta de insumos, provocó la expansión del virus, afectando principalmente a menores de cinco años. Este antecedente subraya la importancia de mantener una vigilancia constante y una cobertura adecuada para evitar retrocesos en el control de la enfermedad.
El brote actual en Bolivia tiene raíces similares a epidemias pasadas. Según Pablo Salazar, representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), más de 1,1 millón de niños en el país no recibieron la primera o la segunda dosis contra el sarampión. La cobertura alcanza un 88% para la primera dosis y aproximadamente 66% para la segunda, cifras que no alcanzan el 95% recomendado para garantizar inmunidad colectiva.
Un factor clave fue la introducción del virus en una comunidad menonita del departamento de Santa Cruz, donde las barreras culturales y religiosas dificultan el acceso a la vacunación y a la atención sanitaria, permitiendo que el sarampión se propagara silenciosamente. Esta comunidad fue el epicentro del brote. Además, un evento religioso masivo en Santa Cruz, que reunió a miles de personas de varios países, facilitó la dispersión a otras regiones, de acuerdo a reportes de medios de comunicación.
Características y contagio
El pediatra infectólogo Juan Pablo Rodríguez explica que el sarampión es una de las enfermedades más contagiosas que existen, porque una persona infectada es capaz de contagiar entre 12 y 18 individuos a través de la vía respiratoria. Esta alta capacidad de transmisión, combinada con la baja cobertura de vacunas en Bolivia, fue la combinación perfecta para la propagación del brote. Según Rodríguez, Bolivia enfrenta una epidemia y su control dependerá de qué tan rápido se vacunen las personas susceptibles.
El sarampión se transmite principalmente por vía respiratoria, a través de gotículas que una persona infectada expulsa al toser, estornudar o hablar. Estas gotículas pueden permanecer en el aire o depositarse en superficies y el virus puede mantenerse activo en el ambiente hasta dos horas. Aunque el contagio por contacto con superficies contaminadas es menos común, es posible una transmisión a partir de que la personas se toque los ojos, nariz o boca, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), agencia del gobierno de los Estados Unidos.
El sarampión suele permanecer en la persona entre dos y tres semanas desde la aparición de los primeros síntomas hasta la recuperación completa. Después de un período de incubación de aproximadamente 10 a 14 días, durante el cual no se presentan síntomas, comienzan a manifestarse signos como fiebre alta, tos, conjuntivitis y manchas características en la mucosa oral. Posteriormente aparece el sarpullido típico, que suele permanecer entre cinco y seis días. A medida que el sarpullido y la fiebre disminuyen gradualmente, la tos seca puede persistir durante varias semanas más. En la mayoría de los casos, la recuperación es total. Sin embargo, en personas con sistemas inmunitarios debilitados o condiciones vulnerables, la enfermedad puede extenderse o presentar complicaciones graves, de acuerdo a información de la OMS.
Control
La respuesta estatal incluyó la suspensión y adelanto de vacaciones escolares, la implementación de clases virtuales en varios departamentos y la exigencia del carnet de vacunación para viajes interdepartamentales. Además, se recibieron casi medio millón de dosis adicionales de la vacuna triple viral, facilitadas por el Estado boliviano y organismos internacionales, y se flexibilizó el esquema de vacunación para acelerar la protección de los niños. Rodríguez apoya esta medida y señala que en situaciones de brote se pueden vacunar a niños desde los seis meses para protegerlos oportunamente.
No obstante, estas medidas llegan tarde y son reactivas. La pandemia del Covid-19 dejó una profunda huella en los sistemas de salud y en la percepción pública sobre la vacunación. Muchas familias abandonaron o postergaron los esquemas de inmunización por miedo al contagio o por falta de atención, lo que abrió la puerta al resurgimiento del sarampión. Rodríguez insiste en que mantener la cobertura de las vacunas adecuadas es fundamental para evitar este tipo de crisis.
Los efectos del brote no se limitan al ámbito médico. El especialista advierte que, debido a su alta contagiosidad, el sarampión puede generar numerosos casos en familias y comunidades, provocando internaciones, ausencias laborales y costos significativos para el sistema de salud y las propias familias. Para contener la propagación, recomienda –además – la detección temprana de casos y el aislamiento inmediato de los casos sospechosos.
Retos
Uno de los retos más complejos es enfrentar la resistencia cultural a la vacunación. En comunidades con desinformación o creencias religiosas contrarias, Rodríguez propone una estrategia basada en el respeto cultural, que incluya brindar información clara y fidedigna sobre la vacunación y utilizar la historia del sarampión como herramienta educativa. Esto implica involucrar a líderes comunitarios y religiosos para que la protección de la salud sea vista como una responsabilidad colectiva y no como una imposición externa.
Finalmente, la recomendación más importante sigue siendo inmunizar a los hijos. Según Rodríguez, la vacuna es muy efectiva y protege eficazmente contra el sarampión. Incluso en caso de contagio, las personas vacunadas tienen pocas probabilidades de enfermarse gravemente. Si lo hacen, los cuadros suelen ser leves. Además, la inmunidad que proporciona la vacuna puede durar toda la vida, en la mayoría de los casos.
El sarampión en Bolivia y en el mundo es un espejo que refleja la importancia de mantener una vacunación constante, accesible y culturalmente sensible. La experiencia histórica demuestra que cuando se relaja la vigilancia y la inmunización, el virus aprovecha cualquier espacio para resurgir con fuerza. La crisis actual debe impulsar no sólo una respuesta inmediata, sino también un compromiso sostenido para que ninguna comunidad quede excluida de la protección que ofrece la vacuna.
Aunque el panorama actual es preocupante, también existe una esperanza real. Con las elecciones generales previstas para el 17 de agosto, Bolivia podría estar en el umbral de un nuevo ciclo político. Tras 20 años de deterioro acumulado en varias áreas, también en el sistema de salud, bajo los gobiernos del Movimiento al Socialismo, el país tiene la posibilidad de elegir un nuevo liderazgo que priorice la salud pública, recupere la confianza ciudadana y fortalezca los programas de vacunación e infraestructura médica.