Como en la vecindad, la culpa es de Kiko


 

 



 

Corría el año de 1978 en el Distrito Federal de la Ciudad de México –más exactamente el 11 de septiembre–, cuando se emitía el último episodio en el que haría su aparición el reconocido actor Carlos Villagran, mejor conocido en el mundo artístico como Quico (Kiko) en la serie “El Chavo del 8”. Aquella caracterización de niño consentido, envidioso, caprichoso y muchas veces tierno que había logrado cautivar a los televidentes de los países de habla hispana, abandonaba el “staff” de actores que habían trabajado juntos aproximadamente una década bajo el ala del escritor, guionista y actor Roberto Gomes Bolaños (Chespirito), creador de la serie.

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La salida de Villagrán se produjo en medio de una fuerte tensión con varios miembros del elenco, pero principalmente con Roberto Gómez, quien interpretaba al personaje antagónico de Quico y era quien le daba nombre a la serie: El Chavo del 8. Para entonces, el programa se encontraba en su máximo apogeo y la popularidad de los personajes había trascendido las fronteras, convirtiéndose en un fenómeno internacional.

Lo cierto es que después de aquel episodio titulado “Todavía no es la hora de clases”, la vecindad de El Chavo nunca volvió a ser la misma (todo por culpa de Quico). Vanos fueron los intentos del talentoso escritor por recomponer la serie, tratando de darle otro matiz, incluyendo nuevos personajes, modificando los foros de grabación y tratando de brindarle una dinámica diferente.

Luego de siete temporadas y 290 episodios, el 7 de enero de 1980 se emitía el último programa de “El Chavo del 8” como serie independiente, para ser incluido en una nueva propuesta titulada “Chespirito”, que tampoco logró cubrir las expectativas de un público que se había acostumbrado a ver al niño cachetón, berrinchudo e impaciente todas las semanas. Para entonces, Quico pensó que había llegado la hora de explotar su talento, sin ponerse a pensar que su éxito se debía en buena medida al talento de Gómez Bolaños, que había plasmado su arte en cada uno de sus personajes.

En las últimas semanas, y con el estreno de la serie: “Chespirito: sin querer queriendo”, basado en la obra autobiográfica: “Sin querer queriendo: Memorias”, de Roberto Gómez Bolaños, se han desvelado algunos entresijos que se hubieran producido en la vida íntima de Chespirito, así como la relación que tuvo con cada uno de sus personajes. Este ambicioso proyecto encabezado por Roberto Gómez Fernández (hijo del autor), ha removido los recuerdos de varias generaciones que crecieron viendo la serie que siguió emitiéndose varios años luego que dejara de producirse.

Mientras la nueva serie televisiva ha comenzado a imponerse en los “raitings” de audiencia en varios países, el “reality” de “la vecindad de la política boliviana”, permite elaborar ciertos paralelismos mediante la técnica metafórica, graficando de manera didáctica aquello en que se ha convertido el proceso electoral actual y evitando herir susceptibilidades, a pesar de que como dice el dicho: “A buen entendedor, pocas palabras”.

Cuentan las crónicas del pasado 3 de abril, que ante la estupefacción del vecindario boliviano que pedía suplicante la consolidación de un frente de unidad y un candidato único, igual que pasó en la serie, Quico decidió abandonar el proyecto, creyendo que, su experiencia y sus frases elaboradas serían suficientes para alcanzar el éxito solo, por lo que decidió aliarse con “Don Ramón”, al que como es frecuente se le entreveran las palabras y termina “diciendo una cosa, así como dijo otra”.

Ante este panorama, el señor Barriga decidió seguir adelante. Contando con los recursos suficientes que le da ser el personaje más adinerado del vecindario y habiendo alcanzado una cifra histórica en su trayectoria política, para no perderla decidió fidelizar a su electorado invitando a Ñoño para que lo acompañe, dos tecnócratas de perfil similar, siendo su acompañante el más aplicado de la clase y el que sobresale por el resto de compañeros en la escuelita.

El profesor Jirafales no quiso quedar al margen de la fiesta y con su habitual atuendo de corte sastre y corbata, copete engominado, un aire inconfundible de “rockstar”, interpretando temas que inmortalizaron a Freddie Mercury, acariciando su bigote azabache (“aeternum”), decidió proseguir e invito al indomable Godinez, que con su característica irreverencia (por decirlo de alguna manera), afila los dientes y enseña los puños de la misma forma que lo haría si persiguiera a un comerciante o vivandero en el Mercado Mutualista.

Finalmente, con el “Chevo” inhabilitado y en medio de denuncias legales, órdenes de aprehensión, amenazas de contar muertos en lugar de votos y cuestiones similares que se han venido sucediendo en las últimas dos décadas, el hijo pródigo desobedeciendo sus órdenes decidió dar el salto, para posteriormente buscar que la indulgencia del emperador del turril le sea concedida. Mantener la estrategia del mutismo no ha impedido que siga cayendo en las preferencias electorales y su acompañante –que no goza del apoyo de sus acólitos políticos– “los acusa con su mamá”, y sigue eludiendo responsabilidades de su gobierno y negando la realidad que vive el pueblo boliviano que se encuentra próximo a convertirse en un Estado fallido.

La crisis multidimensional mantiene al pueblo boliviano inmerso en la peor incertidumbre política de todos los tiempos. A tres semanas de realizarse los verificativos de la elección nacional y, en medio de una incapacidad mostrada por los aspirantes a la silla presidencial, la tendencia parece ser invariable.

Si Quico y el resto de actores políticos se sincerasen de cara al pueblo, comprometiéndose a llevar adelante un gobierno de transición que se encargue de estabilizar el país, sanear el padrón y principalmente cambiar las leyes electorales y el sistema de los partidos, para permitir la participación de nuevos líderes dispuestos a dignificar y legitimar la actividad política, probablemente sus posibilidades mejoren.

Es tiempo de poner fin de una vez por todas a la tragicomedia que: “sin querer queriendo o queriendo con querer” le hacen vivir los políticos al pueblo boliviano. Mantengámonos firmes, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y que la fe nos fortalezca en la esperanza de que acabe pronto el sufrimiento al que nos orillan y tengamos alguna certeza. “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.