Debate presidencial: Palabras sin aureola


“Si la libertad de expresión en Occidente es tan importante es porque no representa, en absoluto, una amenaza para el poder. Si en esa democracia todos pueden decir lo que quieran, es porque lo que dicen no representa nada trascendente”. – Charlie Caballero

Corría el año de 1989 y, a la sazón de las actividades que se desarrollaban rumbo a las elecciones municipales de aquel mismo año en Bolivia, tendría lugar uno de los momentos más importantes de la historia política reciente que todavía pervive en el imaginario colectivo de la ciudadanía de la época. El debate protagonizado entre el extinto Carlos Palenque Avilés, líder de la desaparecida CONDEPA (Conciencia de Patria) y el destacado economista y líder político de ADN (Acción Democrática Nacionalista) Ronald McLean Abaroa.



Dos figuras públicas, emblemáticas y representativas de los diferentes sectores de la paceñidad, con miradas contrapuestas de la realidad local y nacional. Ambos candidatos confluían en una velada de alta expectación, cargada de tensión por los dichos y diretes en los que se venían desarrollando sus campañas. La antesala estaba precedida por las miradas de modernidad, crecimiento y desarrollo de la urbe, desafiando a que puedan presentar –cada uno a su estilo— propuestas tendentes a transformar estructuralmente la ciudad a una década de los albores del siglo XXI.

Carlos Palenque, conocido como el “compadre”, gozaba de amplia popularidad en los sectores más desfavorecidos gracias a su actividad radial y televisiva, apelando al paternalismo con el que conducía sus programas y con los que había alcanzado un apoyo masivo en el Occidente boliviano. Por su parte, Ronald McLean, uno de los más reconocidos profesionales del país, venía con el antecedente de haber sido el primer alcalde electo en democracia el año 1985, siendo favorecido por el voto de la población en reiteradas ocasiones. Este último, gozaba del respaldo de los sectores populares, clase media, militantes e intelectuales, por lo que el debate despertaba un especial interés.

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Aquel momento estuvo marcado por una fuerte confrontación de ideas, más de lo que se podía esperar para una elección municipal. Dos actores protagónicos en lo social y político, con una visión distinta, ponían de manifiesto la polarización social que iba “in crescendo” en el territorio nacional. El contexto de consolidación democrática tras décadas de inestabilidad, gobiernos militares y los efectos de la profunda crisis económica que todavía se palpaba en los bolsillos de la población, hacía ineludible que se tocarán puntos que iban desde la crítica a los modelos políticos y la defensa a ultranza de la continuidad institucional.

La tensión llevó a ambos líderes en determinado momento del debate a rozar temas personales, con ataques y acusaciones que dejaban entrever el rol estratégico de sus equipos de campaña, con documentos e información que durante el desarrollo del debate fueron expuestos con amplia capacidad por los candidatos que tuvieron la destreza de desmenuzar cada uno de los temas que habían sido propuestos, de forma coloquial o usando datos técnicos según sea el caso, mostrando talento para la improvisación y una solvencia inapelable.

En las últimas horas, ha tenido lugar en Bolivia uno de los ejercicios democráticos menos empleado durante las últimas dos décadas. Me animo a sugerir –visto lo visto–, que pueda deberse a la falta de práctica de los actuales protagonistas y de sus equipos de campaña –a pesar de que llevan más de tres décadas haciendo lo mismo–, no pudiendo replicar aquel momento memorable de la historia política nacional del ejemplo “ut supra”.

Para poder analizar de manera muy general, vale la pena remontarnos al antecedente más inmediato. Sin el ánimo de ser exhaustivo, los hechos son los siguientes. Durante el 2020 y luego de dieciocho años, se retornó a la idea de que era fundamental que la ciudadanía recoja las propuestas expresadas directamente por quiénes tenían la intención de convertirse en primer mandatario del país, sin embargo, fieles a una práctica impuesta por el expresidente Evo Morales y sus asesores, los eventuales candidatos del Movimiento al Socialismo decidieron restarle importancia y no participar de los mismos, rehuyendo tener que dar explicaciones por los catorce años de gobierno que cargaban sobre sus espaldas.

Renuencia sistemática a la confrontación de ideas que sería calcada por varios “líderes” políticos que aseguraban que los que van primeros no debían debatir con los otros que solamente querían subir en las encuestas, dejando en evidencia el temor que sienten los políticos a la interpelación pública. Aquellos debates durante la elección del año 2020 fueron intrascendentes, debido a la falta de capacidad de los candidatos y de sus equipos para transmitir propuestas y soluciones creíbles, lo que terminó inclinando la balanza en favor de los que habían preferido “acogerse al derecho de guardar silencio”.

Cinco años después se repite el ejercicio con los mismos actores políticos que parecen haberse quedado suspendidos en el espacio y tiempo. “Mirando por el retrovisor” no es difícil darse cuenta de que el contexto histórico de los años 2020, 2002 o 1989 es totalmente diferente al presente. Bolivia está herida de muerte y se desangra lentamente ante la mirada parsimoniosa de su gente. El colapso parece inminente y la posibilidad de que de convertirse en la próxima Venezuela o Cuba es cada día más evidente.

Ante el panorama aciago, los candidatos que participaron del debate el pasado 6 de julio, lanzaron algunas “ideas” para “salvar a Bolivia”. A contracorriente de las opiniones vertidas por los oráculos de la política, puedo afirmar que ¡ninguno! Tuvo el coraje de hablarle al país con la verdad, ni mucho menos establecer que resulta imperativo cambiar el “modelo fallido” para sacar al país de la encrucijada en la que discurren sus destinos los últimos veinte años.

Las grandes “propuestas” que plantean pasan por una política extractivista y recurrir a créditos de organismos internacionales, como si no fuesen las mismas (además de únicas) alternativas que tuvo el país a lo largo de su historia. Bajar el déficit fiscal, reducir la burocracia, acuerdos público-privados, son los mantras de una casta política anquilosada que parece ajena a la realidad y apela desastrosamente a la demagogia burda e inverosímil, haciendo de sus propuestas vacías un opúsculo de palabras sin aureola.

No hablaron durante el debate ni durante sus campañas sobre: La crisis de la justicia; inseguridad jurídica y el cambio de leyes que debe hacerse para garantizar la inversión privada; la desinstitucionalización del Estado; no hablaron de la crisis energética actual ni mucho menos de la que se avecina; la inseguridad alimentaria y la falta de producción que obliga a importar alimentos; industrialización y valor agregado a los recursos naturales; incentivos para emprendedores; acuerdos comerciales; autonomía y descentralización; tráfico de tierras e incendios criminales; entre otros que deberían ser encarados con la máxima responsabilidad y seriedad al margen de quién gobierne el país los próximos cinco años.

El verdadero desafío para el próximo presidente de la república de Bolivia no consiste únicamente en resolver la crisis en “cien días o cien horas”, el verdadero desafío consiste en reconstruir las bases de la economía que ha sido completamente desmantelada en los últimos veinte años y resolver la profunda crisis moral y de valores que nos mantiene estancados. ¿Cuáles son los planteamientos de los candidatos para garantizarles a las familias bolivianas un futuro? Cuando la solución más sencilla que proponen es la de contraer deuda, lo que en palabras sencillas representa “pan para hoy, hambre para mañana”.

El país atraviesa el momento más dramático de su historia, por lo que es urgente que los líderes se sinceren y le hablen con claridad a la población. El esbozo de debate presidencial del pasado domingo, ojalá, solo haya sido resultado de la falta de práctica de los candidatos. El país requiere respuestas oportunas para aquellos que están pasando hambre y no pueden alimentarse, los que pasan frío y no encuentra manera de abrigar a su familia. No es tiempo de callar manteniendo un silencio cómplice, menos para que los “líderes” normalicen la impunidad, mirando a otro lado ante la posibilidad de ser los próximos privilegiados.

Es el tiempo de actuar y de cambiar, de alzar la voz y exigir que hagan las cosas bien. Por eso mismo que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y, por el contrario, lo fortalezcan. Que nadie nos obligue a cambiar nuestra manera de pensar. “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, solamente, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.

 

 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez