Somos un país tan pobre que el odio a los ricos se ha vuelto algo natural. Desde comienzos del siglo pasado, hace ya cien años, el odio a Simón Patiño se volvió enfermizo al extremo que ese rencor llegó a convertirse en inspiración para algunos políticos, que centraron sus ideas fundamentalmente en la defensa de la explotación de los trabajadores y de las riquezas naturales. Desde entonces hasta hoy, la situación no ha cambiado, y todo millonario es acusado de haber abusado de los obreros, haber desfalcado al Estado o de llevarse los recursos naturales. En Bolivia no se concibe una riqueza honrada, que las hay muchas, aun cuando, también, muchos malandrines de la política meten la mano en la lata, se enriquecen, y escandalizan a la población siempre necesitada.
Ser empresario exitoso en Bolivia no deja de convertirlo en un pecador sospechoso, obligado a confesar sus bienes ante Hacienda, Impuestos, prensa, amigos y enemigos. Como sucedió con los Patiño, Hochschild y Aramayo, por ejemplo, a quienes se trató como a una gavilla de piratas, hasta llevar a uno de estos a minutos de ser fusilado. Solo con el tiempo la gente ha comprendido que, si bien estos mineros explotaron las minas de estaño, y abusaron del esfuerzo humano, no fueron peores patrones que los europeos en las minas del carbón. Y mejores que los sudafricanos con el oro y los belgas con el caucho. Es que el trabajo del minero es mal pagado en todas partes.
A Patiño se lo criticó por no haber invertido más en Bolivia, sin embargo, no se le reconoce los préstamos al Estado jamás devueltos, su vital contribución con armamento en la Guerra del Chaco y hasta el propio trato a sus trabajadores, con escuelas, pulperías y hospitales, en condiciones infinitamente mejores a las que recibieron de la floja COMIBOL, luego de la nacionalización.
Esto viene a cuento por la reacción exagerada de rechazo que se ha producido, en grandes círculos de opinión, por la declaración que lanzó el empresario Marcelo Claure de respaldo a la candidatura presidencial de Samuel Doria Medina. A Claure ya lo tenía entre ojos la zurdería y los resentidos de siempre. Decían que lo único que le interesaba era llevarse el litio de Potosí y que Bolivia lo perdiera como fue con la plata, el estaño y el gas. No obstante, lo cierto es que Marcelo Claure declaró hace un año poco más o menos, que cooperaría con el candidato que estuviera mejor en las encuestas antes de las elecciones del 17 de agosto, con excepción de masistas e izquierdistas. Para él las encuestas desarrolladas hasta hoy son suficiente muestra y está cumpliendo con su palabra. Cree que la opinión de los electores no va a variar.
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Sin embargo, los masistas de los cuatro sectores, acusan a Claure de tener interés en el litio y que eso es inaceptable. ¿Y qué quieren hacer con el salar? ¿Acaso no se ha fracasado y se ha gastado sin sentido hasta hoy con el propósito de comercializar el litio? ¿Acaso no hemos quedado en las antípodas de Chile y Argentina que tienen menos materia prima y que perciben millonadas por el litio? Claure ha manifestado que no tiene ningún interés en el litio y eso es una pena. Porque de los millones que se necesitan saldrá la industria que nos permita sobrevivir en los próximos años. Critican a Claure el no haber invertido en Bolivia, pero, ¿cómo invertir si antes de nada ya están acusándolo de querer robarse el mineral? ¿Dónde está la seguridad jurídica que permita hacer grandes inversiones?
El colmo ha sido la visita que hizo a nuestro país el empresario argentino Marcos Bulgheroni, un millonario tradicionalmente vinculado al campo energético, quien se entrevistó con Samuel Doria Medina. Ha resultado que, como Bulgheroni es socio o amigo de Claure, se produjo una investigación casi policial de la prensa sobre su paso por Santa Cruz. Hemos visto, azorados, como la televisión informó sobre la hora en que aterrizó el avión de Bulgheroni; su ruta hasta una casa donde se reunió en un almuerzo con empresarios cruceños; su llegada al hotel luego de la cita; y la hora de su retorno a la Argentina al día siguiente. Una agresiva labor periodística-policial.
Así no se puede seguir. Por eso nadie quiere invertir en Bolivia. Porque a priori se trata a los inversores como a delincuentes, salvo, claro, que sean ministros o representantes de naciones que dan coimas adelantadas a los gobernantes de turno. Ahí sí que hay ojos ciegos, oídos sordos y bocas cerradas también.