El odio, la intolerancia, la violencia nos están envolviendo en todos los niveles: desde las altas esferas del poder hasta el portero, desde los intelectuales hasta el pordiosero busca en los basureros algún deshecho, desde los jueces hasta los familiares de las víctimas que rechazan un fallo favorable del juez hacia el violador, el agresor.
Las redes sociales juegan un rol importante en esta irradiación de los mensajes de odios, discriminadores e intolerantes. Cada uno nos creemos tener la verdad absoluta y el resto no sirven para nada.
Lo estamos viviendo con más sentimientos en este proceso electoral, que poco o nada los candidatos han aportado a una cultura del diálogo, del debate, de la confrontación de ideas. Lo que sí ha prevalecido han sido una artillería de insultos y descalificaciones que no valen la pena repetirlas, porque usted mi amable lector lo leído, compartido o viralizado entre sus amistades y grupos sociales. Las redes sociales y todo el aparato del internet son poderosos instrumentos de los discursos del odio, y acá no hay diferencias de derecha e izquierda, ambas las utilizan para desplegar todo un bombardeo de informaciones, noticias falsas, videos escandalosos, mensajes agresivos, denuncias, estando casi todos cargados de una alta dosis de odio.
“Tendemos a aceptar las pruebas que apoyan nuestras opiniones preexistentes. Tendemos a rechazar o ignorar las evidencias que desmienten nuestras opiniones. No nos preocupamos por la verdad sino por defender nuestro territorio”, precisa el filósofo y politólogo Jason Brennan en su libro Contra la democracia. Así nos pasa a casi todos: lo importante es defender a toda costa lo que hemos escrito, pensado y difundido. Nuestro territorio infranqueable, aunque esos argumentos estén repletos de resentimientos, venganzas y desearle el mal al prójimo.
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Hay odio entre los políticos, el odio de género entre mujeres, el odio político de los que ejercen algún tipo de poder y el ciudadano, que siente que su odio va alimentándose más a medida que observa tantas contradicciones y hechos que golpean o que presume que son malos. Le envuelve deseos de venganza. El odio de la discriminación ante la permanente cantaleta de la postergación de los 500 años, que empoderó a los campesinos e indígenas viendo a los citadinos como sus enemigos. El odio contra la población de la diversidad sexual, a quienes las religiones los califican como engendros de los infiernos o anormales.
Entra en el debate si la libertad de expresión tiene límites o hasta dónde el ciudadano puede ejercer su derecho a expresarse en democracia, cuando en las redes sociales observamos provocaciones e insultos de alto calibre, calificando a unos de inferiores, esclavos, negros, maricones y que hay que darles palo o expulsarnos de determinadas comunidades.
“Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre las cenizas, te levantas a explicarnos la vida secreta y las convulsiones que desgarran las entrañas de un noble pueblo”, así comienza el poderoso libro Facundo de Sarmiento, reflejando el odio que acompañó no solo los procesos de independencia de Argentina, también de Bolivia, llena de deslealtades, traiciones, asesinatos, guerras, odios, venganzas, no solo que pertenecen al pasado, sino que están presentes en la actualidad.
¿Por qué el odio no fue desterrado rumbo al Bicentenario de la República y por qué no pudimos deshacernos del mismo, si todas nuestras constituciones, las declaraciones de principios, los discursos presidenciales están llenos de bondad, justicia, de compromisos y de ese “amor inconmensurable por la Patria”, que reclamaba Simón Bolívar?
Las dictaduras militares actuaron con odio contra los “rojos de mierda”, sin contemplación alguna para asesinar, torturar, hacer desaparecer y mandar al exilio a miles de políticos y sindicales. Así el exiliado o la víctima odia a morir al tirano. Odiado y odiador, juntos en la historia.
Y ahora el odio y la ambición del ser humano se ensañaron contra la Madre Tierra, que arrasó millones de hectáreas de bosques y mató a miles de animales, a vista y paciencia de los que proclaman ser herederos de la Pachamama. Este afán sádico de destrucción está latente, porque ya empiezan a arder los bosques, sin que ni un solo incendiario esté en la cárcel, ni ha sido sancionado.
El odio que se estructuró y construyó desde el poder y se la aplicó en una efectiva estrategia de la polarización, basada en la dicotomía explotado vs explotador, discriminado vs discriminador, indígenasa vs karay, campesinos vs citadinos, pobres vs ricos, ha generado dividirnos en dos grandes bandos, de ahí que unos se creen con más privilegios y poder que el resto, que amenazan con chicotear y hacer morir de hambre a los karas, exigiendo la habilitación del caudillo Morales, ejecutando sus bloqueos y amenazas de muerte, así como lo hicieron en octubre de 2019.
El odio ronda por las venas del boliviano y sea del color y condición social que fuera. Esta dimensión del ser humano tiene sus raíces en las condiciones de retraso, injusticias, abandonos y pobreza que ha sumido a grandes grupos sociales, pero que también situaciones que fueron aprovechadas de forma efectiva por el discurso político de reivindicaciones y emancipación de sus derechos. Mezclados ambos: situación social y política, pues fue un polvorín que explotó. “Las nuevas formas de las intolerancias reactivas operan con mecanismos, prácticas e instituciones que obedecen a proyectos políticos y morales que no pueden ser obviados ni desconocidos; son una amenaza y un reto a la vida democrática misma”, señala Carlos Thiebaut, en el libro Ante el desorden del mundo.
¿Cómo vencer el odio y la intolerancia que están afincados en lo más profundo? Las respuestas la tenemos cada uno de nosotros.
Hernán Cabrera M.