La confianza electoral no nace del entusiasmo de las campañas ni de las promesas de los candidatos. Se construye desde los cimientos invisibles del sistema: un padrón limpio, reglas claras y condiciones equitativas de participación. Por eso resulta especialmente grave que, a pocas semanas de los comicios, los partidos políticos hayan dejado pasar la oportunidad de revisar el Registro Electoral, pese a que la ciudadanía viene exigiendo, desde hace años, una auditoría técnica y transparente. El padrón sigue siendo una caja negra. Y esta vez, nadie quiso abrirla.
Fuente: Ideas Textuales
Hace apenas un mes, en Santa Cruz, se celebró con bombos y platillos el IV Encuentro Multipartidario e Institucional por la Democracia, promovido por el Tribunal Supremo Electoral. Candidatos presidenciales, representantes del Legislativo y jefes de sigla coincidieron en un mismo escenario con autoridades del Estado para suscribir compromisos fundamentales: legalidad, paz social, neutralidad institucional y, entre ellos, la verificación del padrón. La foto fue impecable; el contenido, en apariencia, alentador. Pero la utilidad práctica de ese encuentro parece haberse agotado en el acto protocolar.
Porque cuando llegó la hora de cumplir uno de los compromisos más elementales – auditar el Padrón Electoral antes de su consolidación oficial -, se ha denunciado que ninguno de los partidos políticos en carrera envió delegados técnicos. Ni siquiera quienes impulsaron públicamente la exigencia de una auditoría. La oportunidad de oro se esfumó por negligencia o por miedo. ¿O acaso por algo peor?
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La revisión del padrón no era un trámite menor. Era, y sigue siendo, una condición ineludible para construir confianza electoral.
Se está convocando a organizarse para fiscalizar el acto de votación mediante el envío de actas fotografiadas por delegados de mesa a un centro de cómputo independiente, como se hizo en Venezuela para denunciar el fraude que ignoró la voluntad del 70% del electorado.
Pero en Bolivia, esa estrategia tiene límites insalvables. Porque aquí no solo hay dudas técnicas. Hay territorios donde no rige la ley, donde las candidaturas opositoras son vetadas, la presencia del Estado ha sido expulsada y la ciudadanía ha sido sometida a un sistema de control político que no tolera la pluralidad. En esos enclaves autoritarios no entrarán ni los fiscalizadores, ni las cámaras, ni la verdad.
Por eso, de confirmarse, la dejadez en la revisión del padrón no puede ser considerada un error técnico ni una omisión menor. Es una falla imperdonable. El padrón ha sido – y sigue siendo – la madre de todas las desconfianzas y el mejor aliado del fraude. Pretender montar una fiscalización posterior, sin haber verificado antes la fuente misma del voto, es construir una casa sobre arena movediza.
Una democracia vigilada necesita algo más que buenas intenciones: requiere método, rigor, responsabilidad y coraje. No se defiende cuando conviene, ni se preserva sólo cuando hay publicidad. Se defiende por principio, con convicción, incluso cuando no hay rédito inmediato ni ventaja electoral. Lo demás es espectáculo. Y no se debe mirar a un costado cuando lo que corresponde es encarar un problema de fondo, aunque resulte incómodo o indeseado.
Quienes aspiran a gobernar un país deben demostrar que están dispuestos a cuidar las reglas del juego. Desperdiciar la oportunidad de revisar el padrón ha sido también desperdiciar la ocasión de disipar una de las desconfianzas más perniciosas del proceso electoral. Esa omisión, más que un descuido, revela una peligrosa resignación.
Por Johnny Nogales Viruez, abogado.
Fuente: Ideas Textuales