Tradicionalmente, en Bolivia, fue el trotskismo la corriente política que solía convocar a los ciudadanos, para que expresen su repudio al sistema neocolonial, capitalista y semifeudal (según ellos), votando nulo. Cada vez que concluía un proceso electoral, los trotskistas (al que yo más recuerdo es a Guillermo Lora) salían a reivindicar y apropiarse del voto nulo (y de paso del voto blanco y de la abstención), para aparecer así con una interpretación que los colocaba como depositarios de la rebeldía y la contra hegemonía ciudadana.
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Era un discurso que les servía para alentar a sus cenáculos en las universidades públicas y en los sindicatos de maestros, donde tenían algún predicamento, pero en el resto de la ciudadanía lo más que provocaban era, en unos pocos, condescendencia o franca indiferencia en la mayoría.
Claro, los guarismos del voto nulo siempre fueron marginales, salvo en la elección de 1979. En 1978 fue el 1%, en 1979 el 11%, en 1980 el 6%, en 1985 de nuevo el 6%, en 1989 una vez más el 6%, en 1993 el 3%, que se mantuvo en 1997 y 2002. En 2005 llegó al 5%, en 2009 bajó al 2,5%, en 2014 y 2019 subió al 3,5% y en 2020 llegó al 4%.
Una investigación que realizamos entre las elecciones de 2019 y 2020, nos brindó como resultado que el voto nulo, en casi un 85%, obedecía a factores que no tenían que ver con la voluntad expresa del votante. Se debía a errores en el marcado de las papeletas, rotura de estas, falta de instrucción electoral para el correcto ejercicio del voto, etc. Sólo en un 15% se podía confirmar que la decisión del sufragante era realmente anular su voto, mediante leyendas, marcado múltiples de papeleta, dibujos, etc.
En nuestro país, los porcentajes de abstención, debido sobre todo a la obligatoriedad del voto, son muy bajos y los votos blancos y nulos también, respecto de otras sociedades aledañas. En Bolivia, la gente siempre ha preferido ejercer su derecho ciudadano al voto y por consecuencia de elegir a sus gobernantes. La disidencia social y política y la contra hegemonía se expresan con más fuerza en las calles que en las urnas.
Para las próximas elecciones, previstas para el 17 de agosto de 2025, le ha surgido al voto nulo un promotor inopinado, un abuelo desalmado llamado Evo Morales. Una vez que el déspota chapareño se dio cuenta de que no iba a poder boicotear las elecciones ni ensangrentar impunemente al país, decidió abanderar el voto nulo, en un gesto desesperado y de última hora para seguir vigente en la política nacional.
Su estrategia es clara: promover el voto nulo para evitar una eventual victoria de Andrónico Rodríguez, que lo jubilaría automáticamente y esperar la constitución de un gobierno “débil” de la “derecha”, al cual pueda derrocar con la movilización callejera de las minorías eficaces, en un plazo relativamente breve. Una estrategia demencial y antidemocrática que ojalá no prospere.
Pero como dije en un artículo hace algunas semanas (Evo, el aliado inopinado – eju.tv), la historia a veces avanza por el lado malo y lo que Evo Morales está logrando con su llamado al voto nulo, es ser el sepulturero del neopopulismo autoritario. En ese sentido, todo lo que incremente el voto nulo en esta atípica elección será en detrimento de Andrónico … y esas no son malas noticias para el campo democrático.