Videos grabados por los propios atacantes muestran masacres y lanzamientos desde balcones, evidenciando una ola de violencia sectaria que dejó más de mil muertos y una crisis humanitaria sin precedentes.
IMÁGENES SENSIBLES
Fuente: infobae.com
Algunos son lanzados por balcones. Otros, ejecutados a quemarropa en plena calle. Todos tienen algo en común: son druzos. Los videos, grabados con perverso detalle por los propios atacantes, han salido a la luz para mostrar al mundo las escenas más crudas de la limpieza sectaria que asoló Sweida, en el sur de Siria, a mediados de julio de 2025.
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En uno de los registros verificados, los hombres armados arrinconan a tres integrantes de la familia Arnous en un balcón bañado por el sol.
—Un minuto. ¿Quieres grabarlos? —pregunta uno de los agresores a su camarada.
Los segundos de silencio pesan mientras se preparan para capturar la escena.
—¡Vamos! Tírate.
Los cuerpos caen uno tras otro desde la baranda, a la mirada de los verdugos y la cámara. Algunos gritan “¡Dios es grande!” mientras disparan, y el ruido de los tiros se mezcla con los gritos apagados por el impacto.
En la plaza de Tishreen, otro video muestra a un grupo de ocho hombres desarmados, de rodillas en el polvo, formados en fila bajo la mira de las armas. Las imágenes confirman la ejecución a sangre fría de al menos doce druzos civiles a manos de hombres en uniforme militar. La escena, como el eco de una pesadilla, es transmitida desde los propios celulares de los asesinos.
Imágenes verificadas confirman matanzas de civiles druzos a manos de hombres armados y uniformados
Mounir al-Rajma, un guardia de pozo de agua de sesenta años, aparece sentado en las escaleras de la escuela de Al-Thaala. Su soledad resulta abrumadora frente a los jóvenes armados que lo interrogan sin paciencia:
—¿Qué significa “sirio”? ¿Eres musulmán o druso?
—Mi hermano, soy druso.
La respuesta basta para dictar sentencia. Disparan rápido y con furia.
—Este es el destino de todos los perros como tú, cerdos —remata una voz.
Imágenes estremecedoras revelan ejecuciones y violencia sectaria en el sur del país, donde cientos de civiles han sido asesinados en medio de una crisis humanitaria que deja a la comunidad drusa en estado de vulnerabilidad
El horror se extiende más allá de los asesinatos directos. En el hospital nacional de Sweida, decenas de cadáveres se apilan en bolsas negras. Las cámaras grabaron la desesperación de los que no pueden enterrar a los suyos. Un hombre narra, con un hilo de voz, cómo Myassar al-Shoufi fue asesinado mientras dormía en su casa del mercado:
—Su esposa les abrió la puerta y solo le dijeron que lo dejara dormir. Luego dispararon.
El impactante video que muestra cómo los habitantes de Sweida buscan a sus seres queridos asesinados
Sobre el asfalto, en los patios del hospital, sobre los mosaicos de los apartamentos familiares, los cuerpos quedaron expuestos durante días: nadie se atrevió a enterrarlos. “Las condiciones humanitarias son catastróficas, muy catastróficas”, confiesa un testigo, mientras la cámara evita enfocar los rostros desfigurados.
La cadena de violencia brotó el 13 de julio, en medio de antiguas tensiones por tierras y recursos que enfrentaron a milicias druzas locales contra combatientes beduinos de fe suní. La irrupción del ejército sirio, dos días después, multiplicó los reportes de ejecuciones y matanzas. Las cifras de la Red Siria de Derechos Humanos superan el millar de muertos, casi todos miembros de la minoría drusa, entre ellos mujeres, niños y personal médico.
“A partir de la llegada del ejército, las muertes se dispararon a centenas”, reconoce Fadel Abdulghany, director de la organización.
La minoría drusa, víctima de una violencia sin precedentes, enfrenta el abandono y la manipulación de los relatos oficiales
Un forense de la ciudad, protegido por el anonimato, dice haber examinado 502 cadáveres: “Uno estaba decapitado, dos –incluida una adolescente– tenían la garganta cortada. Casi todos tenían impactos de bala a corta distancia”.
Las grabaciones constatan no solo la crueldad, sino también la manipulación: en algunos uniformes, un brazalete negro lleva la shahada, símbolo popularizado por el grupo Estado Islámico, aunque también visto en soldados del régimen en meses recientes. No hay certeza de la autoría directa: el Ministerio de Defensa de Siria admite solo que un ‘grupo desconocido’ cometió ‘violaciones graves’. Prometen investigar, sancionar, castigar, pero sin nombrar nunca a las víctimas: los druzos, atrapados una vez más entre las disputas de mayorías e intereses inconfesables.
Israel advirtió que defenderá a la minoría ismaelita
Forenses, familiares, colegas, todos dialogan entre susurros grabados por los teléfonos que ahora entregan el testimonio más crudo. Dima Saraya, esposa de uno de los ejecutados de Tishreen, recuerda el momento en que cercaron el edificio:
—Solo los interrogarán por unas horas. Volverán a casa.
No volvieron jamás.
“Estas son las calles de Sweida. Hay cuerpos que nadie puede enterrar. No puedo grabar todo”, repite un narrador, mientras el hospital se convierte en cámara mortuoria improvisada.
Imágenes verificadas confirman matanzas de civiles druzos a manos de hombres armados y uniformados (AP/ARCHIVO)
Desde la caída del régimen de Bashar al-Assad en diciembre de 2024, Siria vive una nueva etapa de fractura sectaria. El gobierno actual, liderado por una coalición islamista suní, disolvió las antiguas fuerzas armadas y busca construir un nuevo aparato militar a partir de grupos insurgentes. Pero la violencia sectaria, los odios acumulados y el vacío de poder han creado un escenario propicio para matanzas como la de Sweida.
La minoría drusa, que representa cerca del tres por ciento de la población previa a la guerra, ha sido blanco de ataques recurrentes en el último año. En marzo, las víctimas fueron los alawitas, asesinados en la región costera por milicias leales al nuevo gobierno. En julio, les tocó a ellos. Los videos, subidos a redes sociales a partir del 18 de julio, documentan el horror con precisión milimétrica. La mayoría fueron filmados por los propios asesinos, como si registrar la muerte del otro fuera parte del ritual de dominación.