El ex cementero “aceptó” acompañar como candidato a la vicepresidencia la aventura electoral de la expresidenta, pero asegura que no participó de su gobierno
Fuente: El País.bo
El 17 de septiembre de 2020, a poco más de un mes de las elecciones, Jeanine Áñez renunció a su candidatura con un video corto que quedó para la posteridad por la solemnidad del momento, su último alegato reivindicando su gestión y una “transición” que, se intuía, había fracasado clamorosamente. Siete hombres dispuestos cuidadosamente en dos filas la secundaban. Entre los más prominentes, Samuel Doria Medina. A su lado, Luis Revilla, a la izquierda de Doria Medina, el gobernador de Tarija, Adrián Oliva, al otro lado, Óscar Ortiz, senador y el último candidato de Demócratas en 2019 que había alcanzado un calamitoso resultado pero que se había convertido en la correa de transmisión entre la Asamblea, el gobierno (del que después formó parte) y el partido Demócratas de Rubén Costas al que también pertenecía Jeanine Áñez.
El Gobierno de Jeanine Áñez, posesionada el 12 de noviembre de 2019, dos días después de que Evo Morales huyera a México, tiene varias fases bien diferenciadas y con protagonistas muy marcados. El gran vencedor de aquel pulso había sido Luis Fernando Camacho, pero su propuesta de transición – “un grupo de notables elegidos por el pueblo” – fue desechada en aquella mesa de la UCB en la zona sur de La Paz donde se pactó lo elemental: la salida de Morales, la presidencia de Áñez “por la vía más parecida a lo constitucional”, que implicaba una posesión en la Asamblea aunque fuera sin la mayoría del MAS presente, y un reparto básico de carteras. Estuvieron todos: Carlos Mesa, Tuto Quiroga, Luis Revilla, Samuel Doria Medina y los representantes de Luis Fernando Camacho, cuyo estatus cívico y la intuición de sus estrategas lo mantenían al margen de los políticos tradicionales.
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En la posesión de Áñez, aquella con Biblia en el balcón del Palacio Quemado, Arturo Murillo sostenía el micrófono y le daba instrucciones a Áñez. En ese entonces Murillo no tenía misión alguna encomendada, pero sí mucha ambición.
Murillo era “el Bolas”, uno de los colaboradores más visibles de Samuel Doria Medina desde 2010 y que lo describió así de gráficamente en aquellos audios filtrados en 2014 en los que esencialmente amenazaba a la esposa de otro colaborador, Jaime Navarro, con “desterrarla” a Trinidad si continuaba con ciertas denuncias de violencia de género. Murillo había sido elegido senador por Cochabamba con Unidad Demócrata y desde ahí había hecho la suficiente amistad con Áñez para medrar por sí mismo. Murillo había sido una de las víctimas del desacuerdo en la reedición de la alianza de Unidad Demócrata, bajo sigla de “Bolivia Dijo No”, luego de que Demócratas vetara a Samuel Doria Medina en el binomio a principios de año. De entonces data la ruptura de Murillo y Doria Medina, que algunos consideran estratégica y otros un intento de Murillo de sobrevivir a la situación. Murillo fue después designado ministro de Gobierno y por ende, responsable político y vocero de la gestión de la represión que para ese entonces todos calculaban que sería mucho más dura de lo que fue.
Coinciden muchos de los testigos de primera línea de aquel periodo que el mérito de que no desbordara fue precisamente de Jerjes Justiniano, hombre fuerte de Luis Fernando Camacho elegido ministro de la Presidencia junto con otros cuadros de línea dura, Roxana Lizárraga que fue a Comunicación o Luis Fernando López, que fue a Defensa. Todos compartían en aquel momento la idea de una transición rápida aprovechando el deterioro del MAS, que no solo había perdido a su líder Evo Morales y tenía a sus ministros en la Embajada de México, sino que empezaba a cuestionarse qué había pasado, por qué se había desmovilizado y por qué los movimientos sociales no habían protegido a Evo. Seguir sacudiendo esa tensión era parte del plan.
La más firme convicción democrática – o el que más creía en el fraude – la mostró Carlos Mesa, que apenas impuso el nombre de Salvador Romero para el Tribunal Supremo Electoral. Creía que podía ganar y no quería mancharse con gestión. También Tuto, que como siempre carecía de cuadros, buscó cierto protagonismo internacional que le sirviera para su CV pero nada más.
Al lado opuesto, Rubén Costas y Demócratas, que acababa de salvar la cara de su fallida apuesta de seguir hasta el final con la candidatura de Óscar Ortiz cuando las encuestas no le daban ni un 4%, y acabó cuarto incluso en Santa Cruz. Nadie reconocerá nunca que aquel 4% hubiera servido para que Mesa entrara en la segunda vuelta, ni que Áñez no hubiera llegado a la presidencia sin ellos.
Costas había apartado a Áñez de sus listas, por los que la senadora del Beni apuraba sus últimos días en la política. El grado de molestia que le supuso aquella marginación depende del confidente, pero campaña hizo poca, al menos en sus redes. Aún así le concedió un rol de intermediación a Ortiz – que rápidamente mutó de candidato perdedor a parlamentario eficiente – e incorporó a prominentes miembros del partido cruceño y colaboradores de Costas, como el flamante ministro de Economía, José Luis Parada.
Desde un punto de vista del proceso, la transición fue aceptable salvo por los episodios de violencia que en algún momento se esclarecerán. El Tribunal Supremo se renovó por completo (con viejos cuadros), se aprobó el marco legal para la continuidad en los cargos y se convocó elecciones, pero a finales de año el gobierno ya daba síntomas de agotamiento. Los cuadros de Camacho fueron saliendo del gobierno y Áñez empezó a rodearse de sus más férreos aliados, sobre todo del Beni, como Yerko Núñez, Álvaro Coimbra y Álvaro Guzmán. También cobró más relevancia Erik Foronda, durante años el jefe de despacho de la embajada norteamericana y señalado por Jon Lee Anderson en New Yorker como agente de la CIA sin que mediara negación, pasó a controlar desde el primer momento el despacho de Áñez sin solución de continuidad.
Durante tres semanas, coincidiendo con el fin de año, se posicionó la idea de que la tarea estaba hecha – la transición – y cultivando el supuesto liderazgo de Jeanine al modo más clásico de la política moderna… y cayendo por supuesto en todos los errores que eso conlleva. El día del Estado Plurinacional los ministros lanzaron la campaña: ¿Y si fuera ella? Y su discurso dio por cerrada la etapa de la transición oficialmente. Una semana después presentó su alianza Juntos, literalmente una junta de los restos de todos los partidos supervivientes salvo Comunidad Ciudadana. A la siguiente presentó a Samuel Doria Medina como su candidato a la vicepresidencia. Desde el primer momento quedó claro que el enemigo era también Carlos Mesa. Y además se fundó Creemos para el entonces ya ex cívico Luis Fernando Camacho, que no pudo resistirse a probar suerte.
Las elecciones se habían fijado para el 3 de mayo, así que la campaña empezó furiosa, atacando a diestra y siniestra, castigando a Morales y al masismo y criticando día por medio a Carlos Mesa. Se movieron fichas en el Estado y se fueron alineando estructuras, Diego Ayo se convirtió por ejemplo en dueño y señor de Canal 7 y sus tertulias nocturnas y Doria Medina fue un invitado recurrente. Pero llegó la pandemia.
La postergación de las elecciones hizo naufragar la estrategia del shock rápido y puso al equipo de Áñez a gestionar y ahí saltaron las costuras. Colaboradores de Doria Medina acabaron en prisión por su gestión de pandemia mientras que los afanes corporativos – como la insistencia en privatizar Elfec y adjudicar cambios en Viru Viru, además de las concesiones a los agroindustriales el año después de la mayor tragedia de los incendios – y los tics autoritarios, como intentar proscribir el MAS y acorralar a la Asamblea – fueron condenados por la población.
El resultado es conocido: Áñez abandonó la carrera dejando un déficit fiscal de más del 10%, Arce ganó holgadamente las elecciones y varios ministros siguen hoy en paradero desconocido – como Víctor Hugo Zamora y Luis Fernando López – y otro, el mismísimo Arturo Murillo que hablaba de “cazar masistas”, acabó preso en EEUU por corrupción.
Doria Medina niega su participación en el gobierno de Jeanine Áñez, que fue su más duradera compañera de fórmula electoral, Áñez no niega la lealtad profesada y le reconoce a menudo ser quién más se ha interesado por sus hijos y su situación procesal.
Fuente: El País.bo