“Se comen a sus guaguas” (hijos)


 

 



En esta elección, Jaime Dunn es de alguna forma el Luis Fernando Camacho del proceso electoral de 2019. El líder joven, popular y valiente, marginado por su propia clase política.

Ese año, tras la caída y huida de Evo Morales, cuando regresé a Bolivia en noviembre, luego de 11 años, de autoexilio, Camacho era visto como un héroe y un líder popular indiscutible que fue, junto a otros, el motor que logró derrotar al MAS. Pero luego fue abandonado cuando el gobierno de Luis Arce lo secuestró y lo mantiene en una cárcel del altiplano boliviano.

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Hoy, la oposición “autoprorrogada” –que se ha negado a someterse a una elección primaria y que ha dado prueba pública de su disfuncionalidad– observó impávida la defenestración de la candidatura de su vástago más hábil en seducir al electorado y darle una oportunidad de victoria a la oposición liberal frente al MAS.

La primera evidencia concreta la hemos visto en el debate presidencial del pasado 6 de julio, en el que los cuatro opositores se sentaron frente al candidato del gobierno más inepto y corrupto del que se tenga memoria. Es inaudito que los candidatos que lideran las encuestas hubieran consentido debatir con el oficialista, con solo 1,4% de apoyo, pero que además es el autor material del secuestro, humillación y encarcelamiento de Camacho.

El debate de la Red Uno fue un adelanto al fracaso previsible de la oposición en las siguientes elecciones. “Muerte anunciada”. Ninguno de los cuatro candidatos opositores logró contrarrestar al único cachorro de Luis Arce, que es más joven, más hábil y más ruin que su jefe. Aún peor, Eduardo Del Castillo está más formado políticamente que sus cuatro competidores juntos. Ante lo más representativo del peor gobierno de los últimos 20 años, no atinaron a destrozarlo solo enumerando sus errores, atropellos, negociados, crímenes y la fabulosa corrupción de su propio presidente, sin nombrar las sospechas de vínculos con el narcotráfico.

Del Castillo es el candidato perfecto para neutralizar a Andrónico y destrozar a sus adversarios opositores circunstanciales, sencillamente porque es un candidato “político” y es joven. Los otros, los opositores, no. No supieron responderle ni a las críticas sobre sus pasados políticos, y especialmente no pudieron rebatirlo cuando les criticó –con datos incorrectos– sus gestiones económicas.

En 20 años, los opositores presentes en ese debate, parecería que no aprendieron que la verdadera batalla es cultural, de ideas, de principios y valores. Son mecánicos de motores a explosión intentando arreglar un Tesla. Y, además, acaban de “comerse” a Dunn, como antes se “comieron” a Camacho, al único candidato capaz de dar batalla, y someter a la prueba de consistencia política al representante del gobierno más aberrante de nuestra historia reciente.

Sólo para referirme a los dos candidatos que lideran las encuestas, se podría decir que son antipolíticos en el sentido conceptual. No son verdaderamente políticos liberales, sino conversos, vergonzantes de su pasado socialdemócrata o nacionalista, enfrentando a un joven político doctrinario y agresivo marxista-leninista entrenado en Cuba, que les habla en “lenguas”, pero que potencialmente podría seducir a los jóvenes con su discurso repleto de eslóganes “precocinados” de fuerte efecto político, emocional y persuasivo.

En la elección “primaria” natural que antecedió a la carrera oficial, el opositor en ascenso era precisamente lo que el electorado buscaba: un “outsider” joven, conocedor de economía, con un discurso político claro y directo. Dunn propuso la solución a la crisis con un lenguaje basado en principios y valores auténticamente liberales, atacando la raíz del problema: el sistema político, que es el que determina el modelo económico. Ello le dio una popularidad y crecimiento electoral instantáneo y sorprendente.

Hoy, la democracia está secuestrada, el sistema cerrado y el gobierno de turno elige a su oposición. El régimen inhabilitó a Dunn sin disimulo, con la complicidad del TSE y de la Alcaldía de El Alto; mientras tanto, la oposición tradicional se comía a su propia “guagua”: la criatura que pudiera haberla salvado de otra derrota, Jaime Dunn.

Ronald MacLean Abaroa enseñó en Harvard; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.