Bolivia cuenta hoy con 11.312.620 habitantes distribuidos en 1.098.581 km2, lo que resulta en una densidad de 10,3 habitantes por km2, la menor de Sudamérica después de Guyana. Aunque una baja población no siempre es un factor negativo, en algunos países genera serios problemas para el crecimiento económico, la sostenibilidad del desarrollo, la cohesión territorial y la gobernabilidad, especialmente si se convierte en una tendencia estructural. Este parece ser el caso de Bolivia.
Según datos del Censo 2024, nuestro país registró un aumento de apenas 955.000 habitantes en 12 años (80.000 por año), y una tasa de crecimiento anual de apenas 1,04%, muy inferior al 1,96% registrado en 2012. Un reciente análisis de la Fundación Jubileo reveló que 92 municipios del país redujeron su población, incluida la propia sede de gobierno. La distribución geográfica también presenta desequilibrios: el 71% de los bolivianos vive en áreas urbanas y el 72% se concentra en solo tres departamentos.
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Por otra parte, de acuerdo con la Encuesta de Demografía y Salud, la tasa global de fecundidad en Bolivia cayó de 4,2 a 2,1 hijos por mujer en los últimos 25 años, y la tendencia es claramente descendente. Esta situación se agrava al considerar que, según la OMS, el país aún registra elevados índices de mortalidad infantil (20 por cada 1.000 nacidos vivos) y de mortalidad materna (161 por cada 100.000 nacimientos). A ello se suman el crecimiento sostenido de enfermedades crónicas y transmisibles, y la insuficiencia en los gastos en salud.
A estas cifras debe añadirse la migración. Según datos de la ONU, alrededor de un millón de bolivianos reside fuera del país, aunque el número real podría ser mucho mayor si se consideran los movimientos no registrados, especialmente hacia países vecinos. Una encuesta reciente de CIESMORI reveló que seis de cada diez bolivianos estarían dispuestos a emigrar si se les presentara la oportunidad, lo que ha generado preocupación en países como Perú y Argentina, que alertaron sobre un posible ingreso masivo de bolivianos debido a la crisis económica.
El estancamiento y la disminución demográfica, agravados en el gobierno del MAS, proyectan un panorama preocupante con impactos serios en múltiples ámbitos. En lo económico, una población que no crece o se reduce implica una fuerza laboral más limitada, una base de contribuyentes debilitada y una demanda interna estancada. Esto frena el dinamismo de los mercados y encarece la provisión de servicios, ya que hay menos consumidores, se restringe el desarrollo de industrias locales y del comercio interno, y se generan dificultades para alcanzar economías de escala rentables. La pérdida de población en zonas rurales afecta la producción agropecuaria, rompe cadenas productivas locales y amplía las desigualdades territoriales.
En lo social, el envejecimiento poblacional y la migración de jóvenes acentúan la dependencia de los adultos mayores, generando una presión creciente sobre los sistemas de salud y protección social. La pérdida de capital humano dificulta la cohesión social, mientras que la concentración de la población en áreas urbanas y el vaciamiento de municipios rurales profundizan las desigualdades territoriales y la exclusión de comunidades vulnerables.
En términos de seguridad y gobernabilidad, el despoblamiento de extensas áreas del territorio puede generar vacíos de presencia estatal, que son aprovechados por actividades ilegales como el narcotráfico, la minería ilegal y el contrabando. Además, la pérdida de cohesión territorial dificulta la gobernanza y amplía la brecha entre el centro político y las periferias.
Si entendemos que sin cohesión territorial no hay desarrollo sostenible y que una nación que pierde su gente, pierde su futuro, debemos asumir que Bolivia enfrenta una encrucijada demográfica que requiere liderazgo y visión de largo plazo.
Es imprescindible adoptar un enfoque multisectorial con políticas de incentivo a la natalidad y retención de talento, protección para familias con hijos, acceso a vivienda y servicios de calidad, y programas de retorno para migrantes. Es necesario reformar y fortalecer el sistema de salud, priorizando la reducción de la mortalidad materna e infantil, así como la atención a enfermedades crónicas y del adulto mayor, anticipando el inevitable cambio en la pirámide poblacional.
También se precisa impulsar el desarrollo regional y reforzar la cohesión territorial en zonas rurales y municipios en riesgo de despoblamiento. Mejorar la calidad educativa y promover la formación técnica y profesional, con incentivos para la creación de empleo digno e innovación, son también claves para revertir la tendencia actual.
Los problemas poblacionales son el reflejo de condiciones económicas, sociales, culturales y políticas impuestas en los últimos años. Actuar hoy sobre estos factores es clave para evitar un futuro marcado por el estancamiento, la fragmentación territorial y la pérdida de soberanía. Aún estamos a tiempo.
Ronald Nostas Ardaya
Industrial y expresidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia