El título de esta opinión no tiene relación con la definición de la RAE ni con el nombre del primate titi pigmeo, sino que tiene correspondencia con las encuestas, ofertas, programas y debates con miras a la elección del 17 de agosto, día en que los bolivianos elegiremos a 36 senadores y 130 diputados e igual número de suplentes que poco o nada aportan al país, representando una sangría económica al Tesoro General de la Nación, e intentaremos elegir, en primera vuelta, al Presidente de la República.
Ahora bien. El proceso electoral está curso y en el país se vive una época de ‘encuestitis’, ‘ofertitis’ y ‘debatitis’ que no afianzan el sistema democrático, sino que debilitan más la ya frágil democracia en casi 43 años ininterrumpidos. Y digo frágil porque el MAS, en su ambición de perpetuarse en el poder, desde el año 2008, con ayuda de Jorge Tuto Quiroga y Samuel Doria Medina, comenzó a perseguir a ciudadanos y autoridades de oposición inventando procesos, encarcelando, agrediendo, ultrajando y también matando.
Sin duda que una encuesta permite conocer lo que piensa o siente el posible votante, de manera que el candidato comprenda mejor cómo elaborar sus políticas y propuestas para satisfacer las necesidades de los ciudadanos, sin embargo las encuestas realizadas han sido deslegitimadas porque llegaron a crear una elección sin que se haya realizado, y seguramente, antes del 17 de agosto habrán otras, empero, lo que ha degenerado las encuestas, han sido las realizadas en redes sociales impulsadas desde el exterior por Marcelo Claure, quién tiene un marcado interés en el litio, y en Bolivia por Virginio Lema Trigo, no siendo creíble, ni siquiera como una ‘pinche’ pesquisa.
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Sin embargo, los nueve aspirantes recorren el país explicando sus ofertas y programas de gobierno. Lo penoso de estos variados programas, es que son improvisados porque han sido preparados sin previo estudio de la realidad que vive el país, porque claro, ocho de los nueve en carrera, no habían planeado ser candidatos, con excepción de Manfred Reyes Villa que tenía ya la decisión de postularse; entonces, hoy el ciudadano escucha las ‘ofertas’ que, en ocho casos, son infecciosas que podrían originar una inflamación ciudadana que el próximo gobierno tendrá dificultades para supurar. Pero lo peor es que, como en ningún otro periodo preelectoral de 1985 a 2005, los ciudadanos observan atónitos los debates que organizan moros y cristianos.
Sin duda que todo debate es para que los ciudadanos conozcan las propuestas, y en razón de ellas, realizar una comparación de ideas, evaluando la capacidad de los candidatos y ver si tendrán el tonelaje de contribuir al fortalecimiento de la democracia y reducir la procacidad política de los ocho y sus aglutinados, sin embargo, esos debates se han convertido en burla o ‘debatitis’, porque los organizadores incluyen a unos y excluyen a otros, en función a sus intereses o en función de intereses de colegios de profesionales, de empresarios, industriales, comerciantes o agropecuarios, restando únicamente que contrabandistas, evasores de impuestos y quienes se dedican a actividades ilícitas organicen uno para que los aspirantes a la Presidencia les digan cómo legalizar lo ilegal y lo ilícito.
Si bien no existe una legislación electoral, ni número obligatorio, lo ideal es que haya dos debates, como en toda democracia sólida, lo que no ocurre en Bolivia, por eso es que cada entidad organiza lo suyo, poniendo en evidencia la debilidad no solo democrática, sino institucional en la que nos han sumido los gobiernos del MAS y el transitorio de Añez Chávez, con ayuda, reitero, de sus aliados Quiroga y Doria Medina, que no son la solución a la crisis, como tampoco lo son Andrónico Rodríguez o Rodrigo Paz, y peor aún, Eduardo Del Castillo, Eva Copa, Johnny Fernández o Pavel Aracena.
Bolivia no necesita debates, el país requiere un liderazgo fuerte, con personalidad política sin titubeos capaz de lograr la transformación con orden, trabajo y oportunidades para todos.
*Henry Gonzalo Rico García, Abogado y docente en la UMSS.