El estrabismo es una alteración visual en la que los ojos no miran al mismo punto: mientras uno enfoca el objetivo, el otro se desvía.
Fuente: https://ideastextuales.com
La percepción se desajusta, el mundo aparece doble y la coordinación se pierde. Algo semejante parece ocurrir hoy en Bolivia: grandes sectores sociales observan la realidad desde ángulos tan distintos que resulta imposible construir una imagen compartida del país. No es solo una diferencia de opinión; es una disociación profunda entre percepciones, prioridades y lenguajes.
Por un lado, hay quienes parecen vivir de espaldas a la crisis. La inflación, la escasez de carburantes, el encarecimiento de la vida y la falta de dólares no han conseguido activar su sentido de alarma. Tal vez son los mismos que siguen creyendo que las próximas elecciones serán el punto de inflexión que resuelva mágicamente el desastre acumulado. En lugar de asumir la urgencia nacional, se enfrascan en discusiones estériles, defendiendo a sus candidatos favoritos como si fueran hinchas de un equipo de fútbol, convencidos de que la victoria electoral bastará para enderezar el rumbo.
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Pero existe también la otra mirada: la de los ciudadanos que sienten en carne propia el deterioro cotidiano, que no tienen margen para ahorrar, que viven al día, que han visto encarecerse los alimentos y desaparecer las oportunidades. Muchos de ellos, si bien no comprenden a fondo los mecanismos de la crisis, perciben claramente que el país se hunde y que ninguna alternativa política les inspira confianza. Han visto demasiadas veces cómo se ignora su voto, cómo se burla la voluntad popular, cómo se reproduce la corrupción bajo nuevos colores. Ya no creen… y ese descreimiento silencioso es hoy uno de los factores más corrosivos para la democracia.
A este divorcio de visiones se suma la miopía de una dirigencia política que carece de capacidad para ver más allá del corto plazo, de anticipar consecuencias, de proyectar una visión de futuro, de ver con claridad el horizonte. Por ello, en lugar de actuar como puente entre la crisis y la solución, se ha convertido en parte del problema. Viejos líderes y nuevas figuras por igual se aferran a sus candidaturas personales, repiten eslóganes vacíos, se atacan entre sí y desdeñan el clamor social. No parecen entender que sin unidad no habrá salida, ni que la fragmentación opositora es un regalo envenenado para la estabilidad futura del país. Sus luchas internas están muy lejos de la angustia de la gente.
La consecuencia de este desajuste – entre la realidad que se agrava, una política que divaga y una ciudadanía cada vez más distante – es una fragmentación que bloquea toda posibilidad de encuentro y desvía al país de cualquier horizonte común. La política se convierte en espectáculo, la esperanza se diluye y la democracia, en lugar de consolidarse como camino de salida, se pierde en medio del desconcierto.
Lo más preocupante es que esta distorsión no parece corregirse con el tiempo, sino profundizarse. Mientras unos ven el país desde la tribuna electoral y otros desde la trinchera de la sobrevivencia, la mayoría se queda sin horizonte y sin representación. La política no articula, la sociedad no converge y el Estado, como reflejo de todo ello, navega sin rumbo.
Por eso urge recuperar no sólo la política como tarea cívica, sino también la ciudadanía como conciencia activa. Bolivia necesita menos seguidores incondicionales y más ciudadanos conscientes; menos consignas y más pensamiento crítico; menos caudillos y más república. Porque si no corregimos la mirada, seguiremos caminando como estrábicos y miopes: sin rumbo, descoordinados, divididos, perdidos…
Por Johnny Nogales Viruez.