Bicentenario de Bolivia: Tiempo de reflexión y nuevo rumbo


 

La celebración del Bicentenario de Bolivia —un hito histórico que debería convocar a la unidad, la reflexión crítica y la proyección colectiva del país hacia el futuro— se desarrolla en medio de una profunda crisis política, económica, institucional y social. A diferencia de otros países que aprovecharon sus bicentenarios como momentos de reinvención y modernización, Bolivia enfrenta este aniversario con una limitada capacidad de convocatoria, sin consensos mínimos y sin un proyecto de nación claro.



El Bicentenario de Bolivia debía ser una oportunidad para revisar nuestra historia con madurez, aprender de nuestros errores y proyectar un nuevo pacto social. Sin embargo, la celebración ha sido reducida a actos protocolares sin la relevancia que el país esperaba. Tampoco se han encarado obras significativas que queden como homenaje a tan importante fecha.

La celebración oficial del Bicentenario, impulsada por el gobierno, se ha desarrollado de manera casi unilateral, sin incluir a la diversidad de voces políticas, sociales, académicas y regionales. No se intentó construir una narrativa compartida del país que queremos construir. Tampoco se ha promovido un debate público profundo sobre los logros y fracasos de estos 200 años. ¿Qué tipo de república hemos sido? ¿Qué desafíos estructurales no hemos superado? ¿Cómo construir una nación inclusiva, justa y moderna en el siglo XXI?

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En este contexto conmemorativo, Bolivia arrastra limitaciones históricas que se han agravado en las últimas décadas. La fragilidad institucional, la corrupción sistémica, la polarización política y el debilitamiento de la justicia impiden construir gobernabilidad democrática. La economía atraviesa una etapa crítica, con un modelo agotado basado en la renta extractiva, una deuda creciente, reservas internacionales menguantes y señales de estanflación.

La informalidad laboral, la precariedad del empleo, el rezago educativo y el colapso del sistema de salud han afectado a la población. En el ámbito internacional, Bolivia ha perdido relevancia geopolítica, con una política exterior errática, un débil posicionamiento regional y un escaso aprovechamiento de su potencial estratégico en recursos naturales, biodiversidad y transición energética.

Ante este panorama, el Bicentenario no debe ser el punto final de una historia inconclusa, sino el inicio de una nueva etapa que requiere una refundación democrática no solo en lo simbólico, sino en lo institucional, económico y social.

Bolivia necesita construir un nuevo pacto nacional, que, partiendo del reconocimiento de su diversidad cultural, promueva la descentralización efectiva y reactive el diálogo entre el Estado, la sociedad civil, el sector privado, las universidades y los pueblos indígenas. Un acuerdo de base amplia que no sea un reparto de cuotas, sino una visión de país con horizontes comunes.

La economía debe apostar por la diversificación productiva, la transición energética y la incorporación de tecnologías limpias. La integración regional debe dejar de ser solo un discurso y transformarse en estrategias concretas de articulación logística, energética, comercial y cultural con América Latina.

La educación, como eje estructural del desarrollo, debe reformularse con enfoque de innovación tecnológica, pensamiento crítico, igualdad de oportunidades y pertinencia territorial. El sistema judicial debe ser reconstruido desde sus cimientos para recuperar la confianza ciudadana y garantizar el Estado de derecho.

En términos geopolíticos, Bolivia puede y debe recuperar protagonismo como puente entre el Atlántico y el Pacífico, como proveedor estratégico de litio, agua, biodiversidad y cultura, siempre y cuando lo haga desde una diplomacia inteligente, técnica, respetuosa y sin dogmatismos ideológicos.

Después de 200 años, Bolivia no puede permitirse el lujo de celebrar sin cuestionarse. La memoria debe ir de la mano con la visión de futuro. El Bicentenario es una interpelación histórica a dejar atrás el cortoplacismo, el caudillismo y la improvisación, y a construir colectivamente un país justo, competitivo, democrático y plural.

La verdadera celebración no está en los actos oficiales, sino en la capacidad de proyectar una Bolivia que se reconcilie consigo misma, que se piense con coraje y que camine con esperanza hacia los próximos cien años.