Bolivia en círculos: votamos, peleamos, no avanzamos


 

 



 

Bolivia votó el 17 de agosto. Ese fue un verdadero triunfo frente a las amenazas contra la democracia. Sin embargo, el haber acudido masiva y comprometidamente a las urnas no alcanza cuando es evidente que el país sigue herido y que no puede cruzar el puente que nos permita convivir en paz y trabajar, mano a mano, para salir de la grave crisis que nos agobia.

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Cuando se observa el mapa de los resultados, es evidente que hay dos visiones enfrentadas en el país. Lo peor es que una no reconoce ni es capaz de validar a la otra. Da la impresión de que, en el imaginario colectivo, sería mejor que los diferentes desaparezcan y no estorben. Ese pensamiento absolutista es alimentado por las cadenas de mensajes que llegan a través de las redes sociales y terminan convirtiéndose en autoengaños que después dejan infinitas teorías de conspiración.

Para aterrizar lo que quiero significar, empezaré diciendo que estas elecciones han sido muy controladas: misiones internacionales y nacionales; un colectivo ciudadano que aglutinó a más de 50.000 guardianes del voto; medios de comunicación nacionales y extranjeros, así como el ojo vigilante de los electores que acudieron a los recintos a observar el cómputo. Sin embargo, como hubo un resultado sorpresivo, el razonamiento fácil y sin mucho argumento es sacar “el fraude” como excusa para las explicaciones. Eso fue descartado por las misiones de la OEA y de la Unión Europea.

Estas elecciones se desarrollaron principalmente en internet, un espacio etéreo que muchos candidatos pensaron que era suficiente y que sustituía el cara a cara con las familias, los emprendedores, los campesinos, etc. Sin embargo, las redes fueron también la razón de la evidente falta de conexión que mantuvo estancados a los dos que aparecían primero en las encuestas. Lo que no tomaron en cuenta es que, a falta de dinero para invertir en redes y en medios tradicionales, los candidatos Rodrigo Paz Pereira y Edman Lara se ocuparon de avanzar sobre el territorio real. Quizás eso explica la votación obtenida, que ha sido sorprendente para todos, incluso para ellos mismos.

El proceso electoral se desarrolló en un momento de profunda crisis económica, con millones de familias sufriendo porque su calidad de vida se ha visto deteriorada, con miles de pacientes padeciendo por el encarecimiento de los medicamentos y con ejércitos de desempleados escarbando migajas en la informalidad. Entonces, no era ni lógico ni respetuoso con esa realidad que haya tanta guerra sucia y mirada chata de quienes ya se sentían ganadores.

Lo cierto es que Bolivia votó y dejó un resultado inesperado. El candidato Rodrigo Paz ocupa el primer lugar en votación, seguido de Jorge Tuto Quiroga. Ambos irán a la segunda vuelta. Gane quien gane tiene un desafío enorme, porque el país está quebrado, el dólar se cotiza altísimo y nadie sabe qué pasará hasta el 8 de noviembre. Es lógico pensar que urge transformar al país, urge cambiar leyes para dinamizar la economía, reformar la justicia, etc. Para ello, es imprescindible contar con una fuerza legislativa capaz de ponerse de acuerdo y avanzar. Pero la interminable campaña recorre en sentido contrario: el de la descalificación del otro.

Los votantes de Tuto Quiroga no se explican cómo ganó Rodrigo Paz y, en esa falta de entendimiento, lo tachan de «masista», descalificando cualquier otra cualidad que este candidato pueda tener. No aceptan que un bloque no liberal de la población se haya inclinado por una posición de centro. La campaña avanza en esa línea: la de la confrontación y el insulto que no aportan a la construcción de un solo país, sino que alimentan una bipolaridad.

Del otro lado, Edman Lara, el expolicía que es candidato a la Vicepresidencia de Rodrigo Paz, opta también por la descalificación del adversario y lo hace con insultos y amenazas, siguiendo un libreto ya conocido y nefasto en el país. Durante su vida pública, previa a las elecciones, se hizo famoso denunciando corrupción en la Policía, pero no votaron por él para tenerlo de eterno denunciante. Ahora parece no darse cuenta de que puede llegar a ser el segundo hombre del país y que su rol tendría que apuntar a la construcción y no a la destrucción, a la búsqueda de consensos antes que al enfrentamiento constante. La pelea en las sesiones legislativas se la conoce de memoria y la población la repudia. ¿Se da cuenta el capitán Lara de cuál puede ser el tamaño de su responsabilidad si gana las elecciones?

Lamentablemente, la polarización empieza en las candidaturas, pero se expande a la ciudadanía y es ahí cuando se puede constatar que los bolivianos no aprendemos las lecciones. Si el Movimiento Al Socialismo usó la confrontación como política de Estado, ahora el país necesita que sus hijos se den la mano para salir adelante. Si no ocurre, vamos a seguir dando tumbos, repitiendo las experiencias y sacrificando a las familias que no llegan a fin de mes con lo que ganan. ¿Podrá haber un milagro?

 

 

Mónica Salvatierra – Periodista