En Bolivia se ha producido una elección crucial después de veinte años de hegemonía del llamado socialismo del siglo XXI. El Movimiento al Socialismo (MAS), en todas sus versiones, ha sido derrotado, abriendo la posibilidad de un nuevo capítulo en la historia nacional. La derrota del masismo significa el cierre de un ciclo marcado por el autoritarismo, la manipulación institucional y la sistemática vulneración de derechos humanos. Pero la pregunta esencial es esta: ¿Bolivia está realmente frente a una transición auténtica hacia la libertad o se encamina a un simple cambio de rostros que mantendrá intactas las estructuras del populismo?
La historia política de Bolivia muestra cómo las promesas de cambio han terminado en continuidades disfrazadas. La Revolución de 1952 derivó en un sistema clientelar; las dictaduras militares de 1964–1982 justificaron orden, pero ofrecieron autoritarismo; la restauración democrática de 1982 abrió esperanzas, pero no transformó el centralismo estatal; y el masismo, que irrumpió en 2006 como ruptura contra el neoliberalismo, pronto reprodujo los mismos vicios de concentración de poder y caudillismo. El politólogo René Antonio Mayorga denominó al gobierno del MAS un “autoritarismo plebiscitario”, donde las elecciones eran usadas para legitimar la concentración del poder. Esta misma lógica de reinvención del autoritarismo es lo que hoy genera dudas sobre algunos nuevos actores políticos que están en la contienda electoral.
Rumbo a la Segunda Vuelta, Rodrigo Paz propone ampliar bonos, legalizar autos indocumentados y salud universal y gratuita. Su cercanía con organizaciones aliadas del masismo y, en particular, el discurso del ex capitán Edman Lara como candidato a vicepresidente, despiertan dudas legítimas. El estilo incendiario de Lara recuerda al Evo Morales de los primeros años, lo que genera la sospecha de que el socialismo busca reciclarse bajo nuevos nombres. Es preocupante la duda si este binomio representa un cambio real o solo un continuismo encubierto. Por su parte, Jorge Tuto Quiroga y Juan Pablo Velasco proponen reducción del gasto público, digitalización del Estado y descentralización regional. Pero tienen un gran desafío: afinar su discurso, conectar con la ciudadanía y en especial con lo nacional popular para demostrar que representan el verdadero camino a la transición. La libertad no se conquista con programas en el papel, sino con liderazgos capaces de dar certezas. Guillermo O’Donnell describía las democracias latinoamericanas como “delegativas”, donde los gobernantes actúan con discrecionalidad ilimitada. Bolivia no necesita más líderes delegativos, sino estadistas que respeten las reglas y fortalezcan las instituciones.
Tanto Rodrigo Paz como Tuto Quiroga tienen la oportunidad de demostrar grandeza política si ponen por delante la emergencia nacional antes que los intereses partidarios. La crisis que atraviesa Bolivia exige señales claras de cambio profundo, no cálculos electorales de corto plazo. Como señalaba Jaime Dunn, las primeras medidas de cualquier transición deben ser de carácter jurídico: retornar al imperio de la ley, garantizar seguridad jurídica y demostrar que Bolivia será un país seguro para la inversión. Eso significa, en lo inmediato, liberar a la totalidad de los presos políticos y procesar a quienes gozaron de impunidad bajo el régimen anterior. Estas acciones iniciales son la piedra angular de cualquier proyecto serio de transición. La confianza internacional, la reactivación económica y la reconstrucción del tejido social dependen de un mensaje firme: en Bolivia nadie estará por encima de la ley.
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El dilema que enfrenta Bolivia no es meramente entre izquierda y derecha, sino entre continuidad y transición. Continuidad significa el reciclaje del socialismo bajo nuevos nombres y discursos. Transición significa construir un Estado de derecho, devolver el poder al ciudadano y abrir una era de prosperidad fundada en libertad y responsabilidad individual. Milton Friedman lo advirtió con claridad: “Una sociedad que prioriza la igualdad sobre la libertad terminará sin ninguna de las dos. Una sociedad que prioriza la libertad obtendrá, como consecuencia, un alto grado de igualdad”.
El Destino de Bolivia para los próximos veinte años depende de esta elección. Si se opta por la continuidad disfrazada, la crisis se prolongará. Si se elige la transición auténtica, el país podrá consolidar instituciones, atraer inversiones y sentar las bases de una democracia plena. Bolivia necesita señales contundentes. La expectativa ciudadana es clara: cambios profundos, instituciones fuertes y la protección de los derechos fundamentales: vida, libertad y propiedad.