La construcción de la Bolivia mestiza
Por Ricardo V. Paz Ballivián
El presente ensayo proclama y sostiene cinco tesis, que pretenden explicar y demostrar porque Bolivia nació como, creció siendo, es ahora y será siempre, una sociedad mestiza; pluricultural, multilingüe y diversa, pero con predominancia de la uniformidad de origen y de destino, que establece nuestra mezcla de sangres, tradiciones, usos, culturas, lenguas, historias, victorias, fracasos, alegrías, sueños, pesadillas, anhelos y miedos.
Va aquí el desarrollo de esas tesis, como homenaje a los 200 años de la declaración de nuestra independencia.
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UNO, Bolivia nació a la vida independiente ya como una sociedad mestiza. Desde mucho antes que llegaran a lo que hoy es nuestro territorio, Alejo García, los hermanos Pizarro y Diego de Almagro, entre 1520 y 1540, ya se había producido un proceso de interacción cultural sucesivo entre antiguas culturas como las de Chiripa y Wankarani, los señoríos Aymaras y los Incas. Con la llegada de los españoles, el proceso de mestizaje obviamente se acendró y para 1825, vale decir tres siglos después, la nación boliviana emergió, entre las naciones independientes del mundo, conteniendo una sociedad plural, diversa, pero ya unificada en una mezcla potente y consciente de sus señas particulares.
La historia de Bolivia, a menudo contada desde la perspectiva del choque cultural de 1492, es en realidad un relato mucho más profundo y matizado, que nos obliga a reexaminar la idea de que el mestizaje es un fenómeno exclusivamente hispanoamericano. Como sostiene la tesis, Bolivia nació a la vida independiente en 1825 como una sociedad intrínsecamente mestiza, no como resultado de un proceso de tres siglos, sino como la continuación de una dinámica de interacción cultural que ya era milenaria en sus territorios. Desde los albores de sus primeras civilizaciones hasta la llegada de los españoles, la tierra que hoy es Bolivia fue un crisol de identidades, unificado finalmente en una mezcla potente y consciente que se erigió como la base de la nueva nación.
El proceso de mestizaje, entendido como la fusión de culturas y no solo de razas y etnias, comenzó mucho antes de que Alejo García, los hermanos Pizarro o Diego de Almagro pusieran pie en el continente. El altiplano boliviano fue hogar de sociedades antiguas como las de Chiripa y Wankarani, que entre 1500 a.C. y 400 d.C. sentaron las bases para una cultura agraria y de interacción en la región. Su legado fue absorbido y transformado por la civilización Tiwanaku, que entre los años 400 y 1100 d.C. se convirtió en el epicentro de un vasto imperio de influencia cultural y religiosa. La expansión de Tiwanaku no fue solo territorial; fue un proceso de interacción y síntesis cultural que dejó una impronta duradera en las poblaciones circundantes, creando una esfera de identidad compartida. Con la caída de Tiwanaku, surgieron los poderosos señoríos Aymaras, como los Collas, los Lupacas y los Pacajes. Estas sociedades, lejos de ser homogéneas, mantenían una dinámica compleja de alianzas, conflictos e intercambio comercial. Cuando el Imperio Inca se expandió hacia el sur en el siglo XV, no encontró un territorio virgen, sino una red de culturas ya interconectadas. Los Incas aplicaron su política de mitimaes (traslado forzado de poblaciones) y cooptaron a las élites locales, lo que, si bien fue una forma de dominación, también generó una nueva capa de mestizaje cultural y social, fusionando rituales, tecnologías y estructuras políticas.
La llegada de los españoles a partir de 1535 intensificó y transformó drásticamente este proceso milenario. La Conquista, sin duda un evento de violencia y desestructuración demográfica también sirvió como un acelerador para la formación de una nueva sociedad abigarrada. El mestizaje, que ya era una práctica cultural en la región, adquirió una dimensión biológica y religiosa sin precedentes. La unión de hombres españoles con mujeres indígenas dio origen a una poderosa mezcla y un nuevo estamento socio cultural, el mestizo, que se ubicó en una posición intermedia en la rígida jerarquía colonial. Sin embargo, el mestizaje más profundo se dio a nivel cultural. Si bien el catolicismo fue impuesto a la fuerza, las creencias y prácticas ancestrales no desaparecieron. En su lugar, se produjo un fascinante proceso de sincretismo religioso: la Pachamama se asoció con la Virgen María, los ritos andinos se camuflaron en las festividades católicas y las deidades precolombinas sobrevivieron bajo nuevas formas. Este proceso no fue una simple imposición, sino una respuesta cultural activa y consciente, una forma de resistencia y adaptación que cimentó una nueva identidad. La fundación de ciudades, la explotación de las minas de Potosí y la creación de un nuevo orden económico también atrajo a personas de diversas regiones, incluyendo africanos esclavizados, sumando otra capa de diversidad a esta mezcla ya compleja.
Para 1825, el año en que se declara la independencia, la sociedad del Alto Perú ya no era una simple dualidad de españoles e indígenas. Era un mosaico social donde la mayoría de la población era mestiza, tanto en lo biológico como en lo cultural. En la cima de la pirámide social se encontraban los criollos, descendientes de españoles nacidos en América, quienes lideraban el movimiento independentista. Debajo de ellos, una vasta y heterogénea clase mestiza se había consolidado como artesanos, pequeños comerciantes y funcionarios, forjando una identidad propia y una conciencia de pertenencia a una tierra que sentían como suya. Las grandes masas indígenas, aunque marginadas y explotadas, habían conservado y adaptado sus tradiciones, y su participación en las guerras de independencia, como las rebeliones de Túpac Amaru II o Túpac Katari, demostró que eran actores vitales en la formación de la nueva nación. El nacimiento de Bolivia fue, por lo tanto, el resultado de la convergencia de estas múltiples identidades en una lucha común por la autodeterminación, un reflejo de una sociedad que, aunque fracturada por el sistema de castas, estaba intrínsecamente unida por su herencia compartida.
La tesis de que Bolivia nació como una sociedad mestiza no es una simple metáfora, sino una verdad histórica respaldada por un proceso de larga duración. El mestizaje no fue un evento que comenzó en el siglo XVI, sino una dinámica constante de interacción, fusión y adaptación que ha caracterizado a las culturas de la región desde mucho antes de la llegada de los europeos. La conquista española simplemente catalizó y reorientó esta dinámica, dándole una nueva forma. Para 1825, la nación boliviana emergía al mundo no como un simple eco de España o una nación indígena oprimida, sino como una entidad única y plural, consciente de su historia y forjada por una mezcla potente de herencias culturales. Es esta complejidad de sus orígenes la que define su resiliencia y su rica identidad hasta el día de hoy.
DOS, Bolivia, en los primeros años de vida independiente, más o menos hasta la guerra del pacífico, luchó contra fuerzas internas y externas que trataron de hacer fracasar el proyecto nacional. Si logramos sobrevivir a guerras, conspiraciones y agresiones de toda naturaleza, en este período, fue porque ya existía una sociedad boliviana mestiza, con identidad y fuerza suficientes para reclamar su vigencia y permanencia.
La resiliencia de la nación: Bolivia y el proyecto nacional
El nacimiento de la República de Bolívar en 1825 no fue solamente el final de un proceso de independencia, sino el comienzo de una lucha feroz por su propia existencia. La tesis de que Bolivia, en sus primeros años de vida independiente, sobrevivió a un torbellino de fuerzas internas y externas que buscaban su fracaso es innegable. Sin embargo, lo que permitió que el proyecto nacional no colapsara, ni se disolviera entre las ambiciones de sus vecinos y las luchas intestinas de sus líderes, fue la existencia de una sociedad boliviana mestiza, ya consolidada, con una identidad y una fuerza latentes suficientes para reclamar su vigencia y permanencia. La nación no era solo un nombre en un mapa; era una realidad social forjada por una historia milenaria.
La Lucha contra las fuerzas internas: caudillismo y anarquía
Los primeros cincuenta años de Bolivia fueron un período de constante inestabilidad política, conocido como la era del caudillismo. Los militares que lucharon en la independencia se convirtieron en los nuevos señores de la guerra, disputándose el poder a través de golpes de Estado y sublevaciones. Figuras como José Ballivián, Manuel Isidoro Belzu y Jorge Córdova se sucedieron en el poder, a menudo derrocándose mutuamente. Esta dinámica, que a menudo se describe como anarquía, representó una amenaza existencial para la recién nacida república. La fragmentación del poder en manos de caudillos regionales, cada uno con sus propias lealtades y ejércitos, podría haber fácilmente llevado a la secesión de las provincias o a su anexión por parte de los países vecinos.
No obstante, esta anarquía política en la cúpula contrastaba con una relativa cohesión social en las bases. La sociedad mestiza, compuesta por mineros, artesanos, pequeños comerciantes y terratenientes, actuó como el verdadero motor de la nación. Estos sectores, más allá de las luchas de los caudillos, compartían una cultura, una economía y un sentido de pertenencia que los unía. Las grandes masas mestizas fueron el principal contingente de los ejércitos que luchaban por cada caudillo, pero su lealtad no era solo a un líder, sino a la idea de la nación que ese líder representaba, por efímero que fuera su mandato. La popularidad de Belzu, por ejemplo, se basó en el apoyo masivo de una población mestiza y originaria de las ciudades, que se identificó con su retórica populista. Este apoyo popular demostró que existía una masa crítica de la sociedad boliviana que, aunque explotada y manipulada, tenía una conciencia de sí misma y de su papel en el futuro del país.
La resistencia ante las agresiones externas: la defensa del territorio
Además de las luchas internas, Bolivia tuvo que defenderse de constantes presiones y agresiones por parte de sus vecinos. Perú y Argentina tenían sus propios intereses sobre el territorio boliviano. La más emblemática de estas amenazas fue la que surgió a raíz de la creación de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), liderada por el Mariscal Andrés de Santa Cruz. Este ambicioso proyecto buscó unificar los territorios del antiguo Virreinato del Perú, pero encontró una resistencia feroz por parte de Chile y Argentina, que veían en él una amenaza a su propia hegemonía.
Si bien la Confederación fue un proyecto pan andino, su fracaso no significó la disolución de Bolivia. Cuando Chile invadió para disolver la Confederación, el ejército boliviano luchó con ferocidad en batallas como la de Yungay, demostrando que existía una fuerza militar y social que consideraba a Bolivia como una entidad propia y digna de ser defendida. Tras la derrota, en lugar de ser absorbida por Perú, Bolivia reafirmó su independencia, en gran parte porque las bases de su sociedad ya habían consolidado una identidad distinta a la de sus vecinos.
Esta misma resiliencia se manifestó en la Guerra del Pacífico (1879-1884). Aunque la guerra resultó en una pérdida catastrófica del territorio costero, no logró destruir el espíritu de la nación. En el fragor del conflicto, la sociedad boliviana, incluyendo a los mestizos y a las comunidades indígenas, se unió para defender el país. La derrota no condujo a una fragmentación total, sino a un profundo sentimiento de nacionalismo y a un doloroso pero unificador proceso de autorreflexión. La sociedad mestiza boliviana, con sus bases económicas, culturales y sociales ya establecidas, fue la fuerza que evitó el colapso definitivo del estado, permitiendo que la república, aunque herida, pudiera iniciar un nuevo camino.
La supervivencia de Bolivia en sus primeros años no fue un accidente histórico, sino la consecuencia directa de un proceso de mestizaje que había creado una sociedad con suficiente identidad y cohesión para resistir las presiones más extremas. A pesar de la anarquía del caudillismo y las agresiones de sus vecinos, la existencia de una sociedad mestiza, con sus propias dinámicas económicas y culturales, garantizó la permanencia del proyecto nacional. Las luchas políticas fueron superficiales, mientras que las raíces de la identidad boliviana se habían anclado profundamente en el suelo, forjando una nación que se negaba a desaparecer.
TRES, Bolivia se consolidó como nación/estado, durante la primera mitad del siglo XX, donde se puede reconocer cuatro hitos: la guerra federal, la pax liberal, la guerra del chaco y la revolución nacional de 1952. En cada uno de ellos y durante todo el proceso, la conciencia nacional de nuestra identidad mestiza hizo posible que triunfara la pulsión integradora y, en consecuencia, el proyecto nacional.
La consolidación del Estado-Nación: la pulsión integradora de la identidad mestiza
Si los primeros cincuenta años de la República de Bolivia fueron una lucha por su supervivencia, la primera mitad del siglo XX se puede entender como el período en el que la nación, finalmente, se consolidó. Este proceso no fue lineal, sino que se gestó a través de una serie de hitos históricos que, aunque traumáticos en sí mismos, sirvieron como catalizadores para fortalecer la conciencia nacional. La tesis es clara: en cada uno de estos momentos clave —la Guerra Federal, la Pax Liberal, la Guerra del Chaco y la Revolución Nacional de 1952— la fuerza integradora de la identidad mestiza, que ya había demostrado su resiliencia, se impuso, haciendo posible el triunfo final del proyecto nacional sobre las fuerzas de la fragmentación y la inercia del orden colonial.
La Guerra Federal (1899) y la afirmación del altiplano
La Guerra Federal de 1899, un conflicto inicialmente entre las élites de Chuquisaca (Sucre) y La Paz por la capitalidad de la República, fue un punto de inflexión. Si bien se presentó como una disputa entre conservadores y liberales, su verdadera significación residió en el papel protagónico que adquirieron las masas indígenas y mestizas del altiplano. Liderados por el General Pando y, de manera crucial, por el caudillo indígena Pablo Zárate Willka, miles de aimaras y mestizos se levantaron en armas. Su participación fue decisiva para la victoria del bando liberal, pero no se limitó a un simple apoyo militar; Zárate Willka, al mando de sus bases, no solo luchó por un cambio de poder, sino que también enarboló reivindicaciones propias, como la restitución de tierras y la eliminación de la servidumbre. Aunque su rebelión fue finalmente reprimida por sus propios aliados, el episodio demostró de manera contundente que el “pueblo” ya no era un actor pasivo. La Guerra Federal no solo consolidó a La Paz como el nuevo centro político y económico del país, sino que también sembró la semilla de una conciencia mestiza e indígena que, a partir de ese momento, exigiría un lugar en el proyecto nacional.
La Pax Liberal y la consolidación de una sociedad urbana
Tras la Guerra Federal, se inauguró un periodo de relativa estabilidad conocido como la Pax Liberal, impulsada por el auge del estaño. Durante las primeras décadas del siglo XX, la minería se convirtió en el motor de la economía y, con ella, emergió una nueva clase social. Mientras los grandes «barones del estaño» como Simón I. Patiño amasaban fortunas, una clase mestiza urbana, compuesta por profesionales, intelectuales, comerciantes y artesanos, comenzó a crecer y a ganar influencia. Este grupo social, que compartía un sentido de pertenencia nacional y una cultura que ya no era ni puramente española ni indígena, se convirtió en el principal vehículo de la modernización. La construcción de ferrocarriles, la expansión de las ciudades y el desarrollo de un aparato estatal más robusto sirvieron para integrar físicamente el territorio y, de manera simbólica, para cimentar la idea de una nación unificada. Aunque el orden liberal seguía siendo oligárquico y excluyente, la pujante sociedad mestiza se consolidaba como la columna vertebral de la república, reclamando espacios de poder y expresión cultural.
La Guerra del Chaco (1932-1935) y el despertar de la conciencia nacional
La Guerra del Chaco contra Paraguay es, sin duda, el crisol en el que se fundió la conciencia nacional boliviana del siglo XX. En los inhóspitos y ardientes parajes del Chaco Boreal, miles de soldados de todas las regiones de Bolivia —indígenas aimaras y quechuas del altiplano, mestizos de los valles y las ciudades, y criollos de las élites— fueron obligados a luchar codo a codo. El sufrimiento compartido, las duras condiciones de la guerra y la experiencia de un enemigo común disolvieron, al menos temporalmente, las barreras de clase, raza y cultura. Los soldados, que hasta entonces vivían en mundos separados, se conocieron, intercambiaron lenguajes y tradiciones, y forjaron un profundo sentido de camaradería. La derrota militar, lejos de fragmentar a la nación, catalizó un cuestionamiento radical del status quo. Los excombatientes regresaron a sus hogares con la firme convicción de que el país por el que lucharon merecía un futuro más justo e inclusivo, sentando las bases ideológicas para el cambio que vendría.
La Revolución Nacional de 1952 y la consumación del proyecto nacional
La Revolución Nacional de 1952 fue la culminación de este largo proceso de consolidación. Impulsada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y apoyada por una coalición de mineros, campesinos y la clase media mestiza, la revolución fue la respuesta a las demandas sociales y políticas que se habían incubado durante medio siglo. Sus principales reformas —el voto universal, que otorgó la ciudadanía plena a la mayoría indígena y mestiza; la Reforma Agraria, que redistribuyó las tierras de los latifundios; y la nacionalización de las minas, que centralizó la riqueza nacional en manos del Estado— fueron el reconocimiento formal de la existencia de una nación mestiza. Estos hitos políticos no fueron la causa, sino la consecuencia de que ya existía una sociedad integrada y con una conciencia nacional suficientemente fuerte como para exigir su lugar en el país. La Revolución Nacional, al fin, alineó el proyecto de estado con la realidad social de una nación mestiza, poniendo fin al orden colonial que, de manera residual, había persistido hasta entonces.
La primera mitad del siglo XX en Bolivia fue un período de consolidación nacional marcado por eventos de gran trascendencia. Lejos de destruir el proyecto nacional, cada uno de ellos, desde la Guerra Federal hasta la Revolución de 1952, sirvió como un crisol donde la identidad mestiza se forjó, se afirmó y, finalmente, se impuso como el principal motor de la integración. Es por esta razón que la nación boliviana, tras sobrevivir a múltiples crisis, pudo finalmente consolidarse como un Estado con una identidad propia, plural y consciente de su historia.
CUATRO, Bolivia, como proyecto nacional mestizo, tuvo el impulso definitivo durante la segunda mitad del siglo XX, gracias a la convicción y decisión de los actores civiles y militares que protagonizaron los gobiernos de la revolución nacional, hasta entrado el nuevo milenio. El voto universal, la reforma agraria, la reforma educativa, la marcha al oriente, primero, el pacto militar/campesino, el servicio militar obligatorio, luego, el fenómeno de CONDEPA y Carlos Palenque, la participación popular y la municipalización del país después, contribuyeron de manera crucial para acelerar los procesos de urbanización y modernización. Todo ello sólo fue posible porque así lo permitía el desarrollo de la conciencia nacional mestiza.
La consolidación definitiva: el proyecto nacional mestizo en la segunda mitad del siglo XX
La Revolución Nacional de 1952 no sólo fue el punto de llegada, sino la plataforma de lanzamiento para la consolidación definitiva de Bolivia como un proyecto nacional mestizo. Los gobiernos que se sucedieron a partir de este hito histórico, tanto civiles como militares, se vieron obligados a administrar y profundizar las transformaciones iniciadas, dando un impulso irreversible a la integración del país. Nuestra convicción es que, durante la segunda mitad del siglo XX, las políticas de la revolución —el voto universal, la reforma agraria, la marcha al oriente, el servicio militar, el pacto militar-campesino y, más tarde, la participación popular— fueron cruciales para acelerar la urbanización y modernización del país. Todo ello, sin embargo, sólo fue posible porque existía una sociedad mestiza ya con una conciencia nacional suficientemente desarrollada para abrazar y protagonizar dichos cambios.
El voto universal y la ciudadanía plena
La primera y más trascendental medida de la Revolución Nacional fue el voto universal, que eliminó los requisitos de alfabetización y propiedad para ejercer el derecho al sufragio. De pronto, millones de bolivianos —indígenas y mestizos, tanto hombres como mujeres— que hasta 1952 habían sido excluidos del sistema político, se convirtieron en ciudadanos plenos. Este no fue un regalo de la élite, sino un reconocimiento forzado de que la mayoría social y demográfica del país, la sociedad mestiza, ya no podía ser ignorada. El voto universal empoderó a la clase obrera y a los campesinos, transformándolos en actores políticos de primer orden y otorgándoles un sentido de pertenencia y poder que antes no tenían. Por ejemplo, los sindicatos mineros y las federaciones campesinas se convirtieron en fuerzas políticas decisivas, legitimando un proyecto nacional que por primera vez los incluía.
La reforma agraria y la redistribución del poder
Complementaria al voto universal fue la Reforma Agraria de 1953, que desarticuló el sistema del latifundio o hacienda tradicional. Al expropiar y redistribuir las tierras de los grandes terratenientes, la reforma no solo eliminó el semi-feudalismo que aún persistía en el campo, sino que también creó una base de pequeños y medianos propietarios. Cientos de miles de familias mestizas e indígenas accedieron a la propiedad de la tierra, adquiriendo un lugar en el futuro del país. Este proceso no solo generó una mayor equidad económica, sino que también consolidó la identidad mestiza al dotar a los campesinos de un poder económico y político que se sumó al que ya tenían en las urnas. La Reforma Agraria fue un motor de movilización social y un catalizador para la conciencia nacional, ya que la tierra, un símbolo de identidad y pertenencia, pasó a manos de quienes la trabajaban.
La marcha al oriente: integración geográfica y humana
Otro proceso vital fue la Marcha al Oriente, una política de Estado que incentivó la migración desde el altiplano y los valles hacia las llanuras tropicales del departamento de Santa Cruz. Esta política, promovida por los gobiernos de la Revolución, tuvo un impacto profundo. Miles de familias mestizas e indígenas se trasladaron, no solo colonizando nuevas tierras para la agricultura, sino también creando un nuevo mestizaje regional y cultural. La Santa Cruz que hoy conocemos, con su pujante economía agroindustrial, es el resultado directo de esta masiva migración. La Marcha al Oriente conectó geográficamente un país que hasta entonces había vivido de espaldas a sus propias regiones y, en el proceso, aceleró la urbanización y modernización al crear nuevas ciudades y centros productivos en un territorio antes casi despoblado.
El pacto militar-campesino y el servicio militar: la cohesión social
Aunque a menudo se les asocia con regímenes autoritarios, el Pacto Militar-Campesino y el servicio militar obligatorio sirvieron como poderosas herramientas de integración nacional. El Pacto, que se formalizó durante los gobiernos militares post-1964, reconoció el poder político y social de las bases campesinas, sellando una alianza que, aunque pragmática, otorgó a los líderes campesinos un espacio de poder y negociación. Paralelamente, el servicio militar obligatorio se convirtió en un crisol de identidades. Jóvenes de todas las regiones y orígenes —del altiplano aimara, de los valles quechuas, de las ciudades mestizas— convivían, aprendían español, se capacitaban en un oficio y, sobre todo, desarrollaban un profundo sentido de pertenencia a una nación. Muchos de estos jóvenes, al regresar a sus comunidades, se convirtieron en líderes, llevando consigo un sentido de disciplina y una conciencia nacional que se había forjado en los cuarteles.
El fenómeno de CONDEPA y Carlos Palenque: la voz de la ‘choledad’
En medio de estas transformaciones, el surgimiento del fenómeno de Conciencia de Patria (CONDEPA) y la figura de Carlos Palenque a finales de los años 80 representa un hito crucial. Palenque, un comunicador popular con una vasta audiencia a través de su radio y televisión (popularmente conocida como RTP), logró capitalizar el poder político de la «choledad» urbana. Este término, que simboliza la identidad mestiza que se niega a ser reducida a una categoría ni criolla ni indígena, encontró en Palenque a su portavoz.
A diferencia de los partidos tradicionales, CONDEPA se dirigió directamente a los sectores populares y mestizos de las ciudades, especialmente en La Paz y la pujante ciudad de El Alto. Su discurso, directo y sin las formalidades de la política de élite, conectó de manera profunda con la población que vivía en la periferia del poder. Palenque no solo ofrecía una plataforma política, sino un sentido de pertenencia y dignidad a una clase social que, aunque había sido protagonista de los cambios de la revolución, carecía de una representación política propia. La masiva votación que obtuvo CONDEPA en las elecciones municipales y generales fue la prueba irrefutable de que la sociedad mestiza urbana, la choledad, había alcanzado una madurez política y una conciencia nacional lo suficientemente fuerte como para elegir a sus propios líderes y reclamar un lugar central en el proyecto de país. El fenómeno Palenque no fue un accidente, sino la culminación de un proceso de politización y empoderamiento de la sociedad mestiza que había comenzado décadas atrás.
La Participación Popular y la municipalización: el broche de oro
El proceso de consolidación nacional – popular – mestiza, llegó a su clímax con la Ley de Participación Popular de 1994. Esta ley, que descentralizó el poder político y los recursos del Estado a 311 municipios, fue el reconocimiento final de que el proyecto nacional debía ser construido desde abajo. Al darles autonomía y presupuesto, la Ley de Participación Popular empoderó a los gobiernos locales y, con ellos, a los líderes mestizos e indígenas de las comunidades. La municipalización del país formalizó la capacidad de autogestión de los bolivianos y canalizó la conciencia mestiza y regional hacia un proyecto nacional más inclusivo y democrático. La Bolivia moderna, con su red de gobiernos locales, es el resultado directo de esta medida que puso el poder en manos de la gente.
La segunda mitad del siglo XX en Bolivia fue un período de consolidación nacional sin precedentes. Las políticas de la Revolución Nacional de 1952, administradas y profundizadas por sucesivos gobiernos, fueron los instrumentos que aceleraron la urbanización y modernización. No obstante, estos hitos no habrían sido posibles sin la base social de una sociedad mestiza que, con una conciencia nacional ya desarrollada y fuerte, se convirtió en la fuerza motriz que hizo posible, y que protagonizó, la consolidación definitiva del proyecto nacional boliviano.
CINCO, Bolivia pudo sobrevivir al embate del proyecto de constitución de un sistema de partido hegemónico, durante las primeras dos décadas del siglo XXI, que tenía el ropaje indigenista, gracias a la vigorosa y persistente conciencia nacional de nuestra identidad mestiza. El Estado Plurinacional, con predominio indígena, no pudo derrotar al Estado Nacional Republicano, mestizo, porque la sociedad boliviana es el resultado de doscientos años de choledad y de la convicción de que nuestra unión es la fuerza.
La identidad nacional mestiza ante el Estado Plurinacional
La primera mitad del siglo XXI en Bolivia presenció un nuevo y definitivo capítulo en la historia de la nación: el embate de un proyecto político de partido hegemónico, con un fuerte ropaje indigenista, que buscó reconfigurar por completo el Estado. Bolivia pudo sobrevivir a este desafío, reafirmando su esencia, gracias a la vigorosa y persistente conciencia nacional de su identidad mestiza. El proyecto de un Estado Plurinacional, con predominio indígena, no pudo derrotar al Estado Nacional Republicano, mestizo, porque la sociedad boliviana, resultado de doscientos años de choledad, ha cimentado la convicción de que la unión en la diversidad es su fuerza más potente.
El proyecto del Estado Plurinacional: identidad y ruptura
El ascenso de Evo Morales a la presidencia en 2006, con el Movimiento al Socialismo (MAS), representó una ruptura simbólica con el Estado-Nación republicano. Su principal propuesta fue la refundación de Bolivia a través de una Asamblea Constituyente que dio origen a la Constitución Política del Estado de 2009. Esta nueva carta magna estableció el Estado Plurinacional de Bolivia, reconociendo 36 naciones y pueblos indígenas originarios campesinos. El proyecto buscaba dar un giro copernicano, poniendo fin a la «república colonial» y otorgando a las identidades indígenas el papel preponderante en la construcción del nuevo Estado. Se promovió el uso de idiomas nativos, se reconocieron las autonomías indígenas y se visibilizaron las tradiciones culturales ancestrales, marcando un claro predominio de lo indígena sobre lo que se percibía como la herencia del Estado-Nación mestizo.
Sin embargo, este proyecto, que pretendía ser hegemónico, encontró su límite en la propia realidad social del país. La mayoría demográfica de Bolivia no era mayoritariamente indígena ni blanca, sino mestiza. Esta sociedad, producto de una larga historia de sincretismo cultural, había desarrollado una identidad propia conocida como choledad. La chola, con su vestimenta, su idioma y su rol en la economía urbana, no es solo una mujer de raíces indígenas, sino un símbolo de la modernización, la movilidad social y la asimilación cultural que ha definido a la Bolivia de los últimos doscientos años. La choledad no es una identidad fragmentada, sino una identidad unificadora que integra lo indígena con lo urbano, lo tradicional con lo moderno, y que es la base de la clase media y la pujante economía informal de las ciudades.
La resistencia social y política: el poder de la conciencia nacional
La resistencia al proyecto hegemónico del MAS no vino únicamente de las élites tradicionales, sino de las propias bases de la sociedad boliviana. Esta resistencia, lejos de ser un fenómeno minoritario, demostró la fuerza de la conciencia nacional mestiza.
El referéndum por la nueva constitución
Si bien la nueva Constitución fue aprobada, el proceso no fue pacífico ni unánime. Hubo una fuerte oposición en los departamentos del oriente, como Santa Cruz y Tarija, así como en las ciudades, donde la sociedad mestiza se sentía excluida del nuevo proyecto de Estado. Los referéndums regionales y las movilizaciones demostraron que la idea de una república unificada, con un modelo de mestizaje que no se subordinaba a una visión exclusivamente indígena, seguía siendo poderosa.
La marcha del TIPNIS
El conflicto por la construcción de una carretera a través del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) en 2011 fue un punto de inflexión. Si bien la marcha fue protagonizada por comunidades indígenas de las tierras bajas, su éxito y su impacto político a nivel nacional se debieron al apoyo masivo de la sociedad mestiza urbana. Profesionales, estudiantes, activistas de clase media y la población en general se solidarizaron con la causa, demostrando que la defensa de un territorio y la oposición a un proyecto gubernamental se convertían en una causa común, cimentada en una conciencia nacional compartida que trascendía las identidades étnicas particulares.
El fraude de 2019
El punto culminante de la tensión fue la crisis política de 2019. La intención de Evo Morales de postularse para un cuarto mandato, a pesar de un referéndum que lo había rechazado, fue percibida por una gran parte de la sociedad como un ataque a la institucionalidad del Estado Nacional Republicano. Las protestas que estallaron, luego del intento de un fraude monumental denunciado y desbaratado por la propia Misión de Observación Electoral de la OEA, que finalmente llevaron a la renuncia del presidente, no fueron impulsadas por una élite, sino por una movilización masiva de la sociedad civil, con un fuerte componente de la clase media y los sectores populares mestizos de las ciudades. Estos grupos, que habían sido protagonistas de la modernización boliviana, defendieron los principios de la república y la democracia, demostrando que la conciencia de una nación unificada era más fuerte que cualquier proyecto partidario.
El proyecto de un Estado Plurinacional hegemónico en el siglo XXI se topó con el vigor de una sociedad que ya estaba consolidada. La sociedad boliviana mestiza, con sus doscientos años de historia de choledad y de convicción en la unión como fuerza, demostró ser la verdadera base de la nación. La idea de un Estado Nacional Republicano, aunque a menudo imperfecta, ha perdurado porque es el reflejo de la realidad social de un país que ha abrazado su identidad híbrida. La historia reciente de Bolivia confirma que su proyecto nacional no es la exclusión de una identidad en favor de otra, sino la coexistencia de todas ellas en una poderosa mezcla que, a pesar de las tensiones, se mantiene unida por el profundo sentido de una identidad nacional compartida.
Con estas cinco tesis, espero contribuir a despejar en algo, el ambiente de confusión y posverdades, con el que tenemos que convivir en estas épocas oscuras, de manipulación e ignorancia. ¡Viva Bolivia!