Un tesoro hallado en Yorkshire revela que la historia de los vikingos fue mucho más que saqueos y espadas. La plata, proveniente tanto de monasterios ingleses como de mercados islámicos, fue su verdadero lenguaje. Moneda, adorno y símbolo de identidad en un mundo que ya estaba interconectado siglos antes de la globalización.

La arqueóloga Jane Kershaw publicó en The Conversation un artículo fascinante sobre los vikingos y su obsesión por la plata. En él relata cómo el análisis geoquímico de un tesoro hallado en Yorkshire podría obligarnos a reescribir la historia de la expansión escandinava. Lo que parecía un simple botín de guerreros terminó revelando la trama compleja de viajes imposibles, redes comerciales que unieron Bagdad con Inglaterra y un metal convertido en emblema cultural.

Todo comenzó cuando dos aficionados, Stuart Campbell y Steve Caswell en 2012, recorrían un campo de North Yorkshire con detectores de metales y encontraron un collar de cuatro hilos trenzados, de más de medio kilo, acompañado de lingotes, anillos y el pomo de una espada decorada con oro. El llamado Tesoro de Bedale. Este hallazgo era un fragmento de la llamada “edad de plata” de Escandinavia, un periodo entre los siglos VIII y X en el que la acumulación de este metal se convirtió en motor de incursiones, guerras y rutas comerciales.



Según Kershaw en una sociedad agrícola, donde las tierras y el ganado se heredaban bajo leyes estrictas, la plata ofrecía otra posibilidad. Era un recurso flexible, móvil, que podía adquirirse sin herencia y servir para saldar disputas, asegurar matrimonios o comprar prestigio. La arqueología habla de la plata como “pegamento social”. Bedale, con sus piezas intactas y otras fragmentadas para pesaje, muestran una dualidad: objetos bellos que eran también moneda, adornos que eran contratos.

Lo sorprendente del análisis de Kershaw fue descubrir que un tercio de la plata del tesoro no era inglesa ni carolingia, sino islámica. Lingotes, que antes habían sido monedas acuñados en Bagdad, Teherán o Isfahán, y viajaron miles de kilómetros hasta reposar bajo la tierra de Yorkshire.

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Durante años se pensó que los vikingos comenzaron su expansión hacia Oriente en el siglo X, después de consolidar sus incursiones en Occidente. Sin embargo, la plata de Bedale sugiere que ya en el siglo IX los escandinavos habían tendido puentes hacia el Califato abasí.

Por las rutas fluviales del Dniéper y el Volga, los llamados rusescandinavos asentados en lo que hoy es Ucrania y Rusia, transportaban esclavos y pieles hacia los mercados islámicos. A cambio recibían monedas de plata. La violencia del saqueo en Occidente tenía su equivalente en la trata de personas en Oriente.

Hacia finales del siglo IX, muchos dejaron de ser invasores para convertirse en colonos. En Inglaterra, la plata comenzó a circular en forma de moneda. Las piezas acuñadas por los nuevos gobernantes de York llevaban en una cara la cruz cristiana y en la otra el martillo de Thor. La fe local y la tradición escandinava.

La integración fue rápida. Las familias vikingas se asentaron, adoptaron entierros cristianos y desarrollaron industrias artesanales en ciudades inglesas. La violencia se atenuó, pero la plata siguió siendo el medio por excelencia para expresar identidad. El metal que había llegado como botín, se convirtió en símbolo de convivencia.

El tesoro de Bedale condensa la paradoja de un pueblo capaz de unir la cruz y el martillo, el saqueo y la diplomacia, la brutalidad y la belleza artesanal. En cada lingote y en cada anillo late la historia de un mundo interconectado mucho antes de la globalización moderna.

Desde los monjes aterrorizados en Lindisfarne, los vikingos quedaron inscritos en la memoria europea como sinónimo de saqueo, mar embravecido y velas tensas en el horizonte. Con el tiempo pasaron de bárbaros temidos a símbolos de aventura, resistencia y libertad, convirtiéndose en un mito fundacional de la propia Europa del norte. Su huella cultural se refleja en topónimos, sagas, leyendas y, sobre todo, en esa fascinación persistente que despiertan como encarnación de lo indómito.

En la literatura y el cine se reinventaron una y otra vez. Las sagas islandesas redescubiertas en el siglo XIX alimentaron el romanticismo nórdico y sirvieron de inspiración a escritores que encontraron en ellas un modelo épico y arquetípico. En el siglo XX, el cine de Hollywood los convirtió en guerreros musculosos de cascos con cuernos, mientras que, en la televisión reciente, series como Vikings o The Last Kingdom los han presentado como personajes complejos, atrapados entre la brutalidad y la espiritualidad.

En la cultura popular, los vikingos han pasado de saqueadores a héroes de acción, de bárbaros a iconos de identidad, confirmando que su poder no solo fue militar o económico, sino también profundamente simbólico.

Por Mauricio Jaime Goio.