El culto a la simultaneidad


Hacer muchas cosas a la vez es celebrado como virtud en la era digital. Pero bajo el brillo de la eficiencia, se esconde una profunda fatiga cultural. El multitasking no solo fragmenta la atención, también redefine cómo administramos el tiempo, los vínculos y a nuestro cuerpo.

Fuente:  https://ideastextuales.com



Vivimos divididos. Respondemos mensajes mientras cenamos, escuchamos podcasts mientras trabajamos, y revisamos redes sociales mientras fingimos estar presentes. Lo hacemos como si fuera natural, como si la simultaneidad fuera el modo natural del ser humano. Cuando, en realidad, es el modo de existir imperante en el siglo XXI. Así habitamos nuestro mundo, definidos por la lógica de la eficiencia, el rendimiento y la hiperconexión.

El multitasking se ha transformado en un modo de vida. Habitamos una sociedad en la que nos auto exigimos hasta el límite, e incluso más allá. La simultaneidad se ha convertido en un ideal aspiracional. Mientras más cosas haces al mismo tiempo, más valioso pareces.

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Aunque muchos lo consideran un signo de inteligencia o capacidad superior, la ciencia ha demostrado lo contrario. Diversos estudios muestran que hacer varias tareas a la vez reduce la productividad, incrementa el estrés y deteriora la calidad de atención. Sin embargo, el mito persiste, alimentado por una cultura que no tolera la pausa.

La arquitectura de lo digital no solo permite el multitasking, sino que lo exige. Las aplicaciones compiten por nuestra atención, generando una economía del clic donde cada notificación actúa como un secuestro mental. La atención fragmentada ya no es un problema personal, sino un modelo de una conducta esperada.

El resultado es una sociedad en modo zapping. Pasamos de una cosa a otra con rapidez, sin profundidad. Confundimos conexión con contacto, y presencia con disponibilidad. Hacemos muchas cosas, pero pocas bien. Estamos en muchos lugares, pero en ninguno del todo.

Lo más inquietante de esta lógica es que ha convertido el cansancio en una forma de reconocimiento social. Como si el agotamiento extremo fuera el precio legítimo de pertenecer. En vez de denunciar el “burnout”, lo compartimos como quien muestra una condecoración. En esta cultura, descansar es sospechoso, e incluso el ocio se vuelve funcional y orientado a la productividad. Caminar para cumplir los pasos diarios, leer para subir reseñas, dormir cumpliendo la receta de alguna app.

Frente a este modelo de existencia vertiginoso, defender momentos de lentitud, de silencio, de presencia plena, es una forma de resistir a la lógica del agotamiento. Implica una reapropiación del tiempo. No como recurso a explotar, sino como un espacio para encontrarnos.

Nos han vendido la idea del multitasking como futuro, una forma de vida exitosa, casi un camino al éxito y la felicidad. Cuando nos damos cuenta de que en la práctica se trata sólo de una forma rápida de desgastarnos. Al convertir la atención en un bien escaso, hemos reducido nuestra experiencia del mundo a fragmentos.

Recuperar la atención implica crear una cultura del presente. Aquella en la que hacer una sola cosa a la vez no sea signo de lentitud, sino de lucidez. Donde el descanso no sea una recompensa, sino un derecho.

Por Mauricio Jaime Goio.