Hace unos días leí en las redes sociales una invitación pública y general del cruceño Roberto Ortiz a votar por las convicciones. «Entiendo que veinte años de masismo te dejaron traumas y reflejos automáticos: escuchás “elecciones” y lo primero que pensás es “hay que sacar al MAS”. El tema es que el MAS ya está en cuarto o quinto lugar, con nulas posibilidades de ganar, y vos seguís peleando con un fantasma que vive más en tu cabeza que en las encuestas».
Según las 10 encuestas publicadas hasta hoy, el MAS está a punto de perder la sigla (apropiada por el arcismo) con menos del 3% de preferencia electoral, con una aparente posibilidad de obtener 1 o 2 senadores de la mano de la candidatura del MTS con la vertiente garcialinerista y con una disminución del voto nulo invocado por el ex presidente prófugo. Es la fotografía técnica de la última semana de julio y la primera de agosto. Es eso, una foto.
Sin embargo, los 20 años de masismo en el poder no aseguran su fin, sino su caída y su reinvención. Las estructuras que crearon al margen de la Constitución, sosteniendo con recursos públicos a cientos de organizaciones sindicales que han vivido de los favores del estatismo, siguen vigentes. La mayoría silenciosa enfrenta -como todos- la dramática situación del alza de los precios, la inflación y el calvario de la provisión de combustibles para su vida diaria, pero no van a cambiar su modo de subsistencia por un cambio de autoridades nacionales a manera de gobierno de transición a un futuro democrático.
No estamos ante un fin de ciclo comparable al de la UDP. El frágil gobierno del Dr. Hernán Siles Zuazo sólo duró 3 años en la administración pública nacional, luego de largos años de dictadura, fraudes y cambios de presidentes.
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Comparto con Ortiz que «los políticos tienen derecho a usar el miedo como discurso barato de campaña, pero vos tenés el derecho de informarte, analizar y elegir. La primera vuelta no solo define presidente, también el parlamento que va a escribir las leyes que te van a regir». La primera vuelta debería ser la aspiración del político y del voto ciudadano convencido.
Votar por el que está de primero es estrategia y también es convicción cuando lo que honestamente repudia la mayoría es su actual situación. Nadie ha demostrado que los que hoy votan a sacar al MAS, lo hacen porque no son masistas o porque no estén de acuerdo con el trasnochado socialismo del siglo XXI: su capacidad de pensar se aplica al rechazo a la crisis económica y a quién puede asegurar que pare la inflación, que dejen de subir los precios y que el combustible no falte en los surtidores. Nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde piensan en un cambio que vaya más allá.
Es la tercera vez que podemos sacar al MAS, después de dos elecciones fallidas. En 2019, la división entre opositores permitió que Carlos Mesa llegara raspando a la segunda vuelta cuando la interrupción de la transmisión de datos del TREP cambió el rumbo del conteo electoral y se produjo el fraude más ignominioso del siglo que lo dejó fuera de carrera. En 2020, la negativa a reconocer que el sistema nacional montado en el poder iba por el mismo camino y la cantaleta de que unos opositores eran tibios y los otros forzudos, terminó en otra vergonzosa derrota, con una oposición parlamentaria fragmentada y vergonzosa (salvando excepciones) y la continuidad del masismo en el gobierno. Y digo continuidad porque si bien el prófugo salió a asilarse al exterior, la Asamblea Legislativa Plurinacional no dejó de funcionar con su maquinaria de 2/3 parlamentarios desde 2014.
Esta vez la oposición política que tampoco está unida, lo único que cambió fue que los masistas se acabaron hasta el agua de los floreros de los recursos estatales. Las estructuras persisten y sus seguidores apenas miran con desasosiego el descabezamiento de su liderazgo. No hay cambio de convicciones en el masismo. Hay un voto útil por necesidad, por carencia, por oportunidad.
Los fantasmas no están en la cabeza, o sí también porque la experiencia desde la aprobación de la Constitución en 2008 por referéndum, las elecciones de 2010, las elecciones de 2014, las judiciales de 2017, las elecciones de 2019, las elecciones de 2020, nos dicen lo contrario. Quienes estamos convencidos de que esta organización de país no es la que queremos heredar a nuestros hijos y nietos, sabemos que el fraude, la más terrible forma de corrupción, está en poder de los que lo han practicado para perpetuarse.
El voto por convicción es contra el MAS y sólo la unidad del voto podrá ganar a la maraña que fraguan los que no van a irse tranquilamente del poder, simplemente porque la democracia no les sirve.
Que esta vez y ojalá fuera en primera vuelta definitiva, aunque ninguna encuesta lo proyecta, sea la vencida.
Por Gabriela Ichaso.